Tabarca
JOS? RAM?N GINER Me parece muy natural que el alcalde de Alicante haya decidido arrasar la isla de Tabarca y convertirla en un suculento solar para delicia de los constructores. Agotado el suelo urbano en la ciudad, nada m¨¢s l¨®gico que proseguir el avance con nuestras posesiones insulares. Ataquemos, pues, la isla y aprovechemos el ¨²ltimo palmo de suelo virgen para hacer un buen negocio. ?Acaso no reelegimos los ciudadanos a Luis D¨ªaz Alperi para estos menesteres? En ¨¦pocas pasadas, un problema como el actual lo hubi¨¦ramos resuelto aquistando nuevas tierras a costa de los municipios vecinos. Desgraciadamente, como estas rapi?as resultan hoy intolerables, no queda otro remedio que acudir a los planes de urbanismo. En este sentido, Tabarca ofrece unos bonitos metros cuadrados, muy aptos para la especulaci¨®n que no debieran despreciarse por mor de las actitudes de un p¨²blico conservador, empe?ado en mantener la isla al margen de la Historia. Ciertas personas estiman que Tabarca tiene elementos para considerarla un paraje singular. ?Qu¨¦ duda cabe! Precisamente por ello, la construcci¨®n puede obtener aqu¨ª unas jugosas plusval¨ªas. La belleza del paisaje es un valor a?adido fundamental en este tipo de actividades. Buena parte del ¨¦xito econ¨®mico de nuestra costa se asocia a ella. ?Acaso hemos hecho otra cosa, hasta ahora, que no sea sacrificar el paisaje a los intereses de la edificaci¨®n? Nada, pues, tan consecuente como que los se?ores constructores pongan los ojos en Tabarca y que su ayuntamiento les facilite la tarea. Lo contrario resultar¨ªa asombroso y hasta dir¨ªa que preocupante. A los alicantinos, a la mayor¨ªa de los alicantinos, Tabarca les interesa muy poco. En su estado actual, les resulta un anacronismo que no admite comparaci¨®n con zonas modernas y desarrolladas como son la playa de San Juan o el cabo de la Huerta. Adem¨¢s, admitamos que la isla tiene, hoy en d¨ªa, un exiguo inter¨¦s para el turista. Fuera de las fantas¨ªas que estos lugares provocan en la imaginaci¨®n de los forasteros, muy poco es cuanto puede hacerse en ella y todo bastante alejado de las necesidades y el confort que el veraneante precisa. Tomar un ba?o, comer un caldero y tenderse al sol, componen un programa escueto, de escasa diversi¨®n. El desarrollo tur¨ªstico pide hoteles, apartamentos, puertos deportivos, tiendas de recuerdos, casinos... Lugares de distracci¨®n a los que puedan acudir miles de personas. Y eso es lo que los se?ores constructores dar¨¢n a Tabarca. Queda, claro est¨¢, el enojoso asunto del urbanismo y el valor hist¨®rico de la isla, con el que tanto viene insistiendo la Consejer¨ªa. Ciertamente, Tabarca es un ejemplo magn¨ªfico del urbanismo de la ilustraci¨®n. Esto ha despertado el inter¨¦s de unas decenas de personas, amantes de la cultura. No hay porque ofenderlas. En mi opini¨®n, bastar¨ªa con hacer una r¨¦plica perfecta de la isla y mostrarla entre las diversiones de la futura Ciudad de la Luz. El resultado ser¨ªa pintoresco y, desde luego, mucho m¨¢s econ¨®mico que las siempre caras reconstrucciones en las que se empe?an los arquitectos.
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