Catalanes en Madrid
Pujol y Maragall coincidieron en Madrid vendiendo sus productos de campa?a. No fue fruto de un marcaje estrecho, sino de una casualidad de agendas. Los dos escogieron como interlocutores a los empresarios. Los pol¨ªticos est¨¢n obsesionados en el cortejo de los empresarios (emprendedores les llama la izquierda en pudoroso eufemismo) como si necesitaran que el poder econ¨®mico les otorgara alguna legitimidad. Aunque todos sabemos que son tiempos en que el dinero es la medida de todas las cosas, formalmente, por lo menos, todav¨ªa es la ciudadan¨ªa la que tiene la ¨²ltima palabra. El paso electoral de Pujol y Maragall por Madrid puede tener el valor simb¨®lico de reconocer que las elecciones catalanas no son ajenas a la pol¨ªtica espa?ola. Pero ?son distintas realmente las concepciones que los dos candidatos tienen de la relaci¨®n entre Catalu?a y Espa?a?Pujol razona en t¨¦rminos pol¨ªticos cl¨¢sicos. La pol¨ªtica entendida como gesti¨®n del conflicto entre amigos y enemigos. Catalu?a y Espa?a son, en su planteamiento, dos entidades pol¨ªticas distintas -naciones- que, por razones hist¨®ricas, se encuentran en un mismo marco estatal. Desde este concepto del nosotros y del vosotros, como expresi¨®n de dos identidades perfectamente diferenciadas, se plantea la relaci¨®n pol¨ªtica, en t¨¦rminos disyuntivos: los intereses de Catalu?a frente a los intereses de Espa?a. Esta relaci¨®n puede ser franca en la medida en que sigue idealmente el gui¨®n de los intercambios entre pa¨ªses: negociar y pactar. Y est¨¢ presidida por el pragmatismo. Todo lo que se ofrece es a cambio de algo. Ninguna alianza es definitiva. Ning¨²n pacto se rechaza por principios. Hoy se apoya a uno, ma?ana a otro. Lo ¨²nico importante es maximizar el valor de la fuerza que uno posee. Tiene la ventaja de la claridad: todo tiene un precio. Y el inconveniente de que genera recelo en la ciudadan¨ªa.
Maragall, con su propuesta federalista bajo el brazo, se presenta con complicidad cooperativa. Donde Pujol marca la diferencia, catalanes o espa?oles, Maragall busca el v¨ªnculo, catalanes y espa?oles. Y para ello pide el reconocimiento expl¨ªcito de las nacionalidades hist¨®ricas como prueba de confianza. No estar¨ªamos pues ante la visi¨®n nacionalista de dos realidades yuxtapuestas sino ante un sistema de dos conjuntos inscritos uno al interior del otro. Y esta inscripci¨®n no ser¨ªa s¨®lo una fatalidad de la historia, sino, haciendo de la necesidad virtud, un ideal de convivencia posible. En la medida en que Maragall busca los trazos que permitan recrear un espacio cultural com¨²n, la propuesta puede resultar m¨¢s confusa. Las exigencias de Pujol son cuantificables. Los planteamientos de Maragall tienen algo de exigencia moral que puede generar inquietud; apela a la lealtad, por las dos partes. La lealtad es un actitud dif¨ªcil de evaluar en el territorio de la pol¨ªtica, que siempre ha procurado no confundir complicidad con amistad.
En pol¨ªtica, es f¨¢cil contestar al que llega con la mano en la cartera, pero cuando alguien viene con la mano tendida la primera reacci¨®n es preguntarse: ?para qu¨¦? Todo lo que no es directamente evaluable en relaciones de fuerza genera incomodidad. Precisamente porque ofrece y pide complicidad, porque defiende, en el Estado federal, un "nosotros" com¨²n que incluya los diferentes "nosotros" particulares, algunos de sus propios correligionarios en Madrid temen que convierta las demandas en exigencias. Maragall quiere acabar con la cultura del recelo, pero entenderse siempre es m¨¢s d¨ªficil que negociar desde el temor y la desconfianza mutua.
La experiencia demuestra que la estrategia pujolista de pa¨ªs frente a pa¨ªs cabe en el marco de la Constituci¨®n. As¨ª ha funcionado durante a?os, con un rendimiento aceptable para Pujol a juzgar por las veces que ha sido reelegido. Sin embargo, podr¨ªa ser que la Constituci¨®n resultara estrecha para el proyecto de Maragall de transformar Espa?a hacia un federalismo de "la proximidad, la coresponsabilidad y la confianza". La propuesta de lealtad cooperativa podr¨ªa demandar cambios que no exige la de confrontaci¨®n pragm¨¢tica. Pujol insin¨²a peri¨®dicamente la reforma constitucional como el que amenaza con romper la baraja, Maragall propone un juego a diecisiete para el que es posible que las reglas vigentes requieran adaptaci¨®n.
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