"El lenguaje es mucho m¨¢s inquieto que la vida"
Ha dedicado 30 de sus 70 a?os a este ni?o-sue?o inacabable, a este "libro infinito" titulado Diccionario del espa?ol actual, y ahora que est¨¢ en el "posparto" y que el ni?o est¨¢ en la calle, paseando en las manos de los lectores, el padre de la criatura mantiene una cordura, una rapidez de reflejos y una iron¨ªa envidiables.Manuel Seco es un hombre c¨¢lido y equilibrado, una especie de angl¨®filo, lleno de humor y de sabidur¨ªa tranquila, y viendo la pasi¨®n serena y la constancia con las que habla de las palabras se entiende muy bien c¨®mo ha sido capaz de dirigir durante tanto tiempo (y tanto espacio) esta obra gigantesca que le ha obligado a mudarse de despacho una decena de veces y, aunque de esto no se queja, a sufrir la larga ausencia de la familia y los amigos, salvo los de su propio equipo de colaboradores, que en el caso de Olimpia Andr¨¦s y Gabino Ramos ¨¦l prefiere llamar coautores.
El caso es que Seco est¨¢ contento; aquella loca idea que tuvo hacia 1970 se ha realizado por fin en 1999; otros locos como ¨¦l le ayudaron en el camino; ¨¦l mismo no presenta s¨ªntomas de acartonamiento (es todo lo contrario de un rat¨®n de biblioteca), y s¨®lo pone un pero: sabe que esto no se ha acabado, que a un diccionario vivo no se le pone nunca el punto final. "Es una obra abierta. Lo malo de este oficio tan bello y penoso es que no se acaba nunca. El lenguaje es una selva infinita, una cosa mucho m¨¢s inquieta que la vida, mucho m¨¢s vertiginosa. Los editores lo saben bien: en un par de a?os habr¨¢ que hacer una edici¨®n nueva. Pero de momento es una obra joven, espero que dure unos a?os". Pregunta. ?C¨®mo se le ocurri¨® meterse en este jard¨ªn? Respuesta. Pues fue a finales de los a?os sesenta, me parece. Vi que hab¨ªa locuciones muy usuales que no estaban en los diccionarios porque las daban por sabidas. Roto, por ejemplo, s¨®lo aparec¨ªa como participio, no como nombre: "hay un roto", y sin m¨¢s acepciones. Quer¨ªa remediar eso, arreglar modismos y locuciones, borrar antiguallas, palabras momificadas que no eran de este siglo y que por inercia se segu¨ªan metiendo. Por otro lado, hab¨ªa que incluir modismos corrientes de uso que no est¨¢n en los l¨¦xicos habituales. No todo el mundo los conoce, sobre todo los profesores y estudiantes extranjeros. De ah¨ª los ejemplos tomados de textos de escritores y peri¨®dicos.
P. Y en ese sentido, ?se parece ¨¦ste a alg¨²n otro diccionario anterior?
R. Hay un antecedente remoto, pero no exacto. El Diccionario de autoridades de la Academia, del siglo XVIII, mezclaba definiciones y textos. Era de lo mejor de Europa, pero se dej¨® caer y lo convirtieron en manual, que es el actual retocado. Y el Diccionario hist¨®rico de la Academia, que se empez¨® hacia 1960, est¨¢ parado en la b. S¨¦ que el director tiene inter¨¦s en relanzarlo, pero no s¨¦... En cuanto a los extranjeros, el Petit Robert, de nueve vol¨²menes, tambi¨¦n contiene ejemplos y definiciones, pero no es tan sistem¨¢tico como ¨¦ste. El Grand Robert s¨ª despliega ampliamente eso. Y en el ingl¨¦s no lo necesitan, porque tienen el Oxford, que es lo que deber¨ªa ser el hist¨®rico nuestro. El Oxford es fascinante: 20 vol¨²menes, textos de uso desde los primeros documentos escritos hasta hoy mismo, testamentos del sigloXI y peri¨®dicos sensacionalistas...
P. ?Tambi¨¦n The Sun y esas cosas?
R. Claro, la prensa amarilla es muy ¨²til para esto, muy sensible, como la radio, a lo que vive el hablante. Pone en guardia sobre lo que puede venir, da pistas.
P. ?Para el lexic¨®grafo no hay entonces palabras prohibidas? ?Ni por ideolog¨ªa, buen gusto o excesivo academicismo?
R. Bueno, nosotros recogemos palabras con las que hay cr¨ªticos que no est¨¢n de acuerdo. Lo que hacemos es ponerles la etiqueta de semiculto, para advertir que hay gente, cultos o puristas que est¨¢n en contra, que no lo ven bien.
P. ?Por ejemplo?
R. Abigarrado. Es una palabra que ha tomado un uso impropio y adem¨¢s tiene pinta de que va a cuajar en el futuro. Antes quer¨ªa decir colorido, de colores chillones, pero en la radio y la prensa se usa como sin¨®nimo de compacto, de amontonado. Pasa tambi¨¦n con los latiguillos como a nivel de; para no decir que son barbaridades o solecismos, le ponemos semiculto. Si algunos fruncen el ce?o, nosotros lo recordamos, pero no la censuramos por eso.
P. ?O sea, que es un diccionario democr¨¢tico, moderno? ?O posmoderno porque no tiene ideolog¨ªa?
R. Es descriptivo, no se preocupa de la selecci¨®n est¨¦tica, ideol¨®gica o hist¨®rica, sino de la realidad del uso, aunque no nos guste. ?Qu¨¦ culpa tiene un ingl¨¦s si oye un deque¨ªsmo? Ninguna. Ponemos que su uso es discutido, que se usa m¨¢s en Catalu?a que en Castilla, y ya est¨¢. A entenderse. Y es moderno, s¨ª, en cuanto a que no lo hemos abierto a las palabras cl¨¢sicas, bonitas, que no se usan nada, palabras de textos del XVII que nadie oye. S¨®lo si hay dos escritores, Cela y Torrente, por ejemplo, que la usan, entran, advirtiendo que su uso actual es burlesco, o literario, depende. Pero si s¨®lo la usa uno y no sale m¨¢s al ruedo, no hay nada que hacer.
P. ?Y las minor¨ªas y las jergas? Gitanos, inmigrantes, adolescentes, tacos... ?Entran?
R. S¨ª. La ¨¦poca manda. Empezamos a trabajar en la dictablanda, y la libertad de expresi¨®n ayud¨® a muchas palabras a llegar hasta aqu¨ª. Los gitanismos del XIX, como currar... Las llamadas malsonantes, que introdujo sobre todo la generaci¨®n del 50, por ejemplo, Mart¨ªn Santos, y que nos interesan mucho, porque son aire fresco, rompen la censura y la autocensura social. Entonces hab¨ªa muchos escritores que no se atrev¨ªan a poner mierda, o cojones, y gente como Cela o Mart¨ªn Santos acaban con ese tab¨², y van m¨¢s all¨¢ usando t¨¦rminos jergales para referirse a realidades sexuales. Eso cambia tanto el uso de la lengua que ahora el que se anda con remilgos hace el rid¨ªculo.
P. Supongo que la libertad de prensa ayudar¨ªa tambi¨¦n en ese camino.
R. Claro, ¨¦sa ha sido nuestra forma de salir a la calle, de no perder la frescura. Un 70% de la documentaci¨®n que hemos usado viene de los peri¨®dicos. Gabino Ramos se ha le¨ªdo todo, del Heraldo de Arag¨®n a EL PA?S, La Verdad de Murcia o el Abc. El principio era no llenar el diccionario de palabras de uso oral, volandero, ocasional, pasajero. Si una palabra la usa una mayor¨ªa, si tiene ¨¦xito, es imposible que no llegue al uso escrito. Si no llega a la prensa, entonces advertimos que es literaria. Y si ni una cosa ni otra, entonces pasa a la cuarentena, y probablemente ya no levantar¨¢ cabeza.
P. ?Entonces ya no necesitamos m¨¢s el Mar¨ªa Moliner?
R. Ning¨²n diccionario es incompatible con otro. El Moliner es quiz¨¢ el mejor diccionario del siglo, aunque no haya suprimido las antiguallas. No s¨¦ si ¨¦ste ser¨¢ mejor o no. Es un paso m¨¢s. Pero no venimos a derribar a nadie, ni siquiera a la Academia. Todo es ¨²til para retratar al lenguaje. Para ser lexic¨®grafo hay que tener una veta de locura idealista, porque la foto del lenguaje es imposible hacerla. Es igual que echar agua en una cesta. Al lenguaje no hay quien lo sujete.
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