La socializaci¨®n de la pol¨ªtica
A lo largo de los ¨²ltimos siglos las ciencias sociales se han ocupado de modo fundamental, cuando no exclusivo, de describir y analizar grandes per¨ªodos de tiempo, transformaciones sociales trascendentales, o importantes cambios pol¨ªticos y econ¨®micos. Siempre se ha tendido a considerar que la evoluci¨®n de las sociedades humanas ha resultado condicionada, esencialmente, por el devenir de esos grandes acontecimientos hist¨®ricos. Esta idea, firmemente enraizada en nuestra cultura, ha dado lugar al establecimiento de grandes conceptos universales tales como el Estado, la Naci¨®n, la Revoluci¨®n, los Partidos, los Sindicatos, la Iglesia, la Constituci¨®n, etc¨¦tera, cuya realidad apenas resulta identificable con entidades particulares y, sobre todo, con los individuos y los grupos humanos concretos.No pretendo negar la transcendencia hist¨®rica de esos sucesos y de los conceptos universales por ellos generados. Sin embargo, trabajos recientes como la Historia ¨ªntima de la humanidad, de Theodore Zeldin, o el estudio de Marie-France Hirigoyen sobre el acoso moral y el maltrato psicol¨®gico en la vida cotidiana, entre otros muchos, nos permiten percatarnos de que los grandes acontecimientos constituyen tan s¨®lo una parte, no precisamente la m¨¢s importante, de la historia de la humanidad.
Basta con reflexionar sobre un asunto tan importante como el sufrimiento humano. Tradicionalmente se ha venido considerando que el mismo constitu¨ªa una consecuencia exclusiva del mal gobierno. Sin embargo, no resulta dif¨ªcil comprobar que una gran parte de ese sufrimiento viene derivado de los numerosos conflictos y tensiones existentes en el seno de la propia sociedad civil. As¨ª ha sido hist¨®ricamente y as¨ª sigue si¨¦ndolo, con mayor intensidad si cabe, en el momento presente. La visi¨®n p¨²blico-estatal en la que hemos estado inmersos a lo largo de los ¨²ltimos siglos nos ha blindado e impedido ver y atajar much¨ªsimos modos de opresi¨®n b¨¢sicos, elementales e invisibles que tanto se han prodigado y siguen prodig¨¢ndose a nivel personal, sexual, familiar, vecinal, local, etc¨¦tera. Resulta, por ello, imprescindible llamar la atenci¨®n sobre las enormes dosis de sufrimiento generadas como consecuencia de convenciones, pr¨¢cticas, restricciones, persecuciones de orden cultural, ideol¨®gico, social, religioso, etc¨¦tera, establecidas en el seno de las propias sociedades civiles.
Hasta ahora, ese sufrimiento se hab¨ªa circunscrito, generalmente, salvo algunos casos excepcionales como el de la esclavitud, a ¨¢mbitos estrictamente comunales o locales. Sin embargo, en la actualidad y como consecuencia del proceso de globalizaci¨®n, existe un serio peligro de extensi¨®n e internalizaci¨®n del mismo. La trata de blancas, el tr¨¢fico de ¨®rganos humanos, los abusos sexuales a menores, el trabajo de los ni?os, las diversas formas de esclavitud subrepticia existentes en el mundo, el masivo envenenamiento del aire, el agua y los productos, la compraventa de armas, incluso nucleares, etc¨¦tera, constituyen tan s¨®lo algunas de las manifestaciones de ese sufrimiento producido en el seno de las propias sociedades, al margen de las instituciones pol¨ªticas.
La extraordinaria intensificaci¨®n, en los ¨²ltimos a?os, de movilizaciones en torno a causas no estr¨ªctamente pol¨ªticas (humanitarias, medioambientales, pacifistas, etc¨¦tera) promovidas por las ONGs y otros movimientos sociales constituye una buena prueba de la extensi¨®n de ese sufrimiento social a escala global. Algunos augures del neoliberalismo han auspiciado, y promovido, la idea de que el ciudadano moderno se muestra, por naturaleza, ap¨¢tico hacia los problemas sociales. Es cierto que los ciudadanos est¨¢n manifestando de forma cada vez m¨¢s creciente una cierta apat¨ªa ante los asuntos pol¨ªticos. Pero esa aparente apat¨ªa no impide que, al mismo tiempo, muchos de esos ciudadanos participen en actividades formalmente privadas pero que tienen repercusiones cruciales para el bienestar, la dignidad e, incluso, la propia supervivencia de los grupos m¨¢s desvalidos o menos privilegiados. Estamos asistiendo, afortunadamente, a una recuperaci¨®n moral de la sociedad civil.
Como acertadamente se?alan Giner y Sarasa, la pertenencia y actividad de asociaciones voluntarias c¨ªvicas constituye un modo pr¨¢ctico de superar en buena medida "las carencias y contradicciones de la democracia y en especial su fallo m¨¢s grave, el abismo que abre sus fauces entre la clase autoelegida de los pol¨ªticos profesionales y el pueblo llano". Por ello, una forma sugestiva de mejorar la situaci¨®n actual de la democracia es equilibrar la pol¨ªtica democr¨¢tica y la actividad industrial o mercantil con la reformulaci¨®n del altruismo, la solidaridad y la fraternidad a trav¨¦s de la actividad voluntaria de la ciudadan¨ªa. Existen muchas m¨¢s posibilidades de lograr un buen gobierno cuando los seres humanos disponen de una gran libertad para asociarse en grupos voluntarios, a fin de llevar a cabo objetivos sociales, que no en aquellos casos en los que los asuntos p¨²blicos constituyen el resultado de actividades aisladas de los individuos o de los ¨®rganos administrativos de un Estado centralizado.
Se hace preciso, pues, otorgar un mayor protagonismo a la sociedad civil y establecer una nueva relaci¨®n, un nuevo equilibrio, entre autoridad y responsabilidad. Para ello resulta conveniente: 1) descentralizar las instituciones p¨²blicas y aumentar la capacidad de participaci¨®n y decisi¨®n de los individuos en el seno de aquellas organizaciones privadas a las que pertenecen o cuya actividad les afecta; 2) socializar la econom¨ªa de forma que se produzca una mayor variedad de agentes econ¨®micos bien privados o bien comunitarios; y 3) pluralizar y domesticar los aspectos identitarios (religiosos, ¨¦tnicos, culturales, etc¨¦tera), lo cual permitir¨¢ establecer v¨ªas diferentes para la realizaci¨®n y el mantenimiento de las identidades hist¨®ricas.
En el momento actual, la democracia est¨¢ siendo estrangulada por un doble cors¨¦. De una parte, un Estado y unas instituciones pol¨ªticas cada vez m¨¢s complejas, y de la otra, un orden social corporativo. En los vigentes sistemas democr¨¢ticos el aut¨¦ntico protagonismo de la actividad pol¨ªtica, econ¨®mica, etc¨¦tera, radica en la alianza de las ¨¦lites en torno a los gobiernos y las burocracias corporativas. El motor de tal actividad lo constituyen los intereses organizados. Aquellos intereses pol¨ªticos que no se encuentran organizados tienen verdaderas dificultades para plantear sus demandas, hasta el punto de quedar en no pocos casos expulsados del sistema pol¨ªtico.
Por ello, y a fin de evitar el definitivo ahogamiento de la democracia parece necesario otorgar un mayor protagonismo a los grupos sociales, y una redistribuci¨®n y extensi¨®n de su actividad. Las instituciones pol¨ªticas siguen siendo absolutamente necesarias pero el hecho de encontrarse atrapadas dentro de la concepci¨®n liberal de la relaci¨®n entre Estado y sociedad actualmente vigente, las hace totalmente inadecuadas. Es necesario establecer un sistema democr¨¢tico m¨¢s extenso y desarrollado, capaz de entrecruzar la esfera estatal y social, y que permita asegurar una mayor responsabilidad por parte de las instituciones pol¨ªticas, proveerlas de una mayor legitimidad y de una mayor capacidad a fin de ejercer una funci¨®n de arbitraje de los conflictos que surjan dentro y entre las instituciones sociales.
La implantaci¨®n de este nuevo sistema democr¨¢tico puede traer consigo importantes implicaciones para la emergente sociedad civil internacional y global. Una red democr¨¢tica de instituciones p¨²blicas y sociedades civiles como la que ha quedado se?alada resulta incompatible con la existencia de las actuales organizaciones y corporaciones que vienen dedic¨¢ndose sistem¨¢ticamente, y en virtud de su capacidad de acci¨®n e influencia, a distorsionar los procesos y estructuras democr¨¢ticos. El establecimiento de condiciones de libertad e igualdad que permitan a los individuos y a los grupos determinar su propia existencia favorecer¨¢ la formaci¨®n de un conjunto de esferas sociales -por ejemplo empresas privadas y cooperativas, medios de comunicaci¨®n independientes, centros culturales aut¨®nomos-, que permitir¨¢ a sus miembros mantener el control de sus propios recursos sin una interferencia directa por parte de agencias pol¨ªticas o de terceros.
Se trata de sustituir las actuales sociedades planificadas o mercantilizadas por una nueva sociedad abierta a organizaciones, asociaciones y agencias capaces de perseguir sus propios proyectos y sujetas a los l¨ªmites propios del proceso y la estructura democr¨¢tica. En tal sentido, el dise?o de la futura esfera p¨²blica pasa por dos vectores intr¨ªnsecamente complementarios. De una parte, la pol¨ªtica de las instituciones y las grandes organizaciones de la econom¨ªa y las finanzas, y de la otra, la pol¨ªtica de los valores, de los proyectos de sociedad, de la solidaridad, de los v¨ªnculos sociales y, en definitiva, de los fines de la acci¨®n colectiva.
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