La intervenci¨®n de EE UU en Colombia
Todo indica que la tan ansiada reanudaci¨®n de las negociaciones entre las FARC y el Gobierno colombiano tendr¨¢ lugar pr¨®ximamente en el municipio de La Uribe, departamento del Meta al sur oriente de Bogot¨¢. La regi¨®n de La Uribe es para las FARC un emblea y para el Ej¨¦rcito colombiano un trofeo. Durante el sangriento periodo de La Violencia (1948-1958) llegaron miles de campesionos a refugiarse en lo que hasta ese entonces era una gran hacienda. Ven¨ªan organizados y guiados por Juan de la Cruz Varela, una guerrillero liberal que contribuy¨® con sus seguidores a fundar las FARC. En los a?os sesenta La Uribe fue un centro de una de las llamadas Rep¨²blicas Independientes, que en realidad no eran m¨¢s que zonas de autodefensa y autogesti¨®n campesinas. Raz¨®n por la cual la regi¨®n fue bombardeada hasta lograr la dispersi¨®n de los colonos a lo largo de la cordillera y de los mil r¨ªos que corren hacia el Orinoco. En los a?os setenta hubo nuevos bombardeos, pero en el 84 firmaron en la cabecera municipal los Acuerdos de Cese el Fuego entre el presidente Betancur y Manuel Marulanda, que sirvieron de marco a las conversaciones de paz que de una u otra manera continuaron hasta el a?o 90, cuando el Ej¨¦rcito atac¨® Casa Verde, sede del Estado Mayor de las FARC cerca de La Uribe. Se habl¨® entonces de la recuperaci¨®n de la regi¨®n y de una victoria estrat¨¦gica definitiva. Sin embargo, las guerrillas nunca abandonaron la zona aunque el Ej¨¦rcito lo proclamara a los cuatro vientos. Por eso, la instalaci¨®n de la mesa en ese pueblo abandonado -que hace hoy parte de la zona desmilitarizada por el Estado- ha sido considerado por muchos como una afrenta para los generales y un triunfo del m¨ªtico jefe de los FARC.La mesa de negociaci¨®n ser¨¢ instalada despu¨¦s de que la opini¨®n p¨²blica pas¨® de una desbordante expectativa a un escepticismo derrotista. La gente de la ciudad cree poco en la voluntad de paz de la guerrilla, pero no tiene fe en el Gobierno. La popularidad de Pastrana baj¨® de un 80% a un 16%, nivel muy inferior al 30% que lleg¨® Samper en su peor momento. La crisis econ¨®mica, la m¨¢s grave desde los a?os treinta, ha contribuido decisivamente a la incertidumbre. El desempleo lleg¨® al 20%, el d¨®lar rompi¨® los controles y duplic¨® su valor en los ¨²ltimos meses, la industria est¨¢ postrada, la agricultura quebrada, y la construcci¨®n -canal receptor de dineros calientes- paralizada. Las muertes por violencia pol¨ªtica o social suman 30.000 al a?o, los secuestros pasan de los 3.000, y los desplazados llegan al mill¨®n y medio.
El panorama de orden p¨²blico es desolador. A los contundentes golpes asestados por las guerrillas a la Fuerza P¨²blica, se suma la no menos demoledora reacci¨®n del Ej¨¦rcito. Los insurgentes tienen en su poder 1.000 soldados -incluyendo varios oficiales- mientras el Ej¨¦rcito ha podido mostrar a unos 200 irregulares abatidos. Las masacres hechas por los paramilitares no cesan y han cobrado la vida de por lo menos 2.000 campesinos este a?o. Los asesinatos selectivos de periodistas, intelectuales y pol¨ªticos caen en el m¨¢s vergonzoso silencio despu¨¦s de ocupar las primeras planas de los noticieros. La impunidad campea soberana a lo largo y ancho del pa¨ªs. La crisis de poder y de autoridad del Estado colombiano preocupa seriamente a los pa¨ªses vecinos. Ecuador y Per¨² han movilizado tropas a las fronteras, Brasil ha reforzado sus puestos de vigilancia sobre Colombia. Se dice que el nuevo Gobierno paname?o est¨¢ armando a los indios Cunas de la serran¨ªa del Dari¨¦n para repeler un eventual ataque a la Guardia Nacional anunciado por los paramilitares para castigar la supuesta venta de armas a la guerrilla. La misma acusaci¨®n y amenaza le han dirigido a las Fuerzas Armadas venezolanas. El presidente Ch¨¢vez ha dicho que se defender¨¢. Su declaraci¨®n de neutralidad en el conficto colombiano ha irritado hasta la histeria a Bogot¨¢.
Aunque Estados Unidos no ha hecho ning¨²n reparo expl¨ªcito a la pol¨ªtica de paz del presidente Pastrana, ha comenzado a exigirle una estrategia tangible y verificable de negociaci¨®n. El Departamento de Defensa se muestra inquieto con el ¨¢rea despejada de fuerza militar acordada con las FARC como garant¨ªa para que los jefes guerrilleros asistan en persona a las negociaciones.
En los c¨ªrculos interesados por Colombia en Washington se cree que la decisi¨®n de aplicar un tratamiento militar al conflicto es irreversible. Un Batall¨®n compuesto por 950 hombres, entrenado por militares norteamericanos, ha recibido la orden presidencial de combatir a los narcotraficantes y a quienes con ellos colaboren. El general Wilhem, jefe del Comando Sur, ha dicho sibilinamente que si la guerrilla nada debe, nada debe temer del Batall¨®n Antinarc¨®ticos.
El Ej¨¦rcito colombiano se hab¨ªa marginado en la represi¨®n al narcotr¨¢fico, dejando esta funci¨®n en manos de las polic¨ªa, que ha fumigado los cultivos de coca y amapola con efectos contradictorios y contraproducentes: la superficie de cultivos ilegales ha aumentado, el precio de la coca¨ªna y el de la hero¨ªna se ha sostenido elevado, y las selvas se han visto particularmente afectadas tanto por los venenos regados como por las nuevas zonas que los colonos abren para defenderse. El argumento para crear el Batall¨®n Antinarc¨®ticos del Ej¨¦rcito es precisamente que la fumigaci¨®n no es efectiva porque los aviones son atacados por las guerrillas. El general Tapias, comandante de las Fuerzas Armadas, acaba de anunciar la organizaci¨®n de una Brigada Antinarc¨®ticos, es decir, de cinco batallones equivalentes a 5.000 hombres. Sin duda, se trata de la injerencia m¨¢s atrevida de Estados Unidos en el conflicto interno colombiano.
El batall¨®n es la punta del iceberg. La ayuda militar norteamericana estar¨ªa cercana a los 700 millones de d¨®lares anuales. Se dice tambi¨¦n que el n¨²mero de asistentes militares de Estados Unidos en el pa¨ªs llega a los 1.200, aunque el embajador de Estados Unidos en Colombia, se?or Kaman, s¨®lo acepte 300. Sim¨®n Trinidad, un c¨¦lebre comandante de las FARC, denunci¨® que en Puerto Rico se prepara una fuerza de 25.000 hombres para, llegado el caso, apoyar una fuerza de intervenci¨®n multilateral en Colombia. El siniestro de un avi¨®n de inteligencia de Estados Unidos, en la cordillera cerca de donde entra a operar el Batall¨®n Antinarc¨®ticos, sac¨® a la luz p¨²blica el secreto de las victorias obtenidas por el Ej¨¦rcito sobre las guerrillas y ha servido de argumento para envalentornar a los halcones y dar seguridad a los hombres de negocios.
En estos t¨¦rminos, la mesa de negociaci¨®n de La Uribe tiene muy poco espacio. Mientras el Gobierno colombiano insiste en que no est¨¢ ganando tiempo para reorganizar su fuerza, Estados Unidos parece haber comenzado a darle prioridad al garrote (Plan B) en detrimento de la zanahoria (Plan A). El Plan B consiste en dotar al Ej¨¦rcito de la inteligencia militar y los aviones necesarios para que recupere la iniciativa; atacar las bases financieras de la guerrilla, es decir, la extorsi¨®n a los narcotraficantes y el secuestro de gente acomodada; desentenderse de los grupos paramilitares, pero facilitarles su acci¨®n mediante la organizaci¨®n armada de campesinos como red civil y militar de apoyo al Ej¨¦rcito regular.
Sin duda la Administraci¨®n de Clinton ha optado por radicalizar su injerencia en Colombia de cara a las elecciones del pr¨®ximo a?o. Unos dem¨®cratas desgastados pierden terreno frente a unos republicanos agresivos y autoritarios que han declarado al narcotr¨¢fico el heredero del comunismo y el problema de seguridad n¨²mero uno de la naci¨®n americana.
Pastrana tendr¨¢ que hacer un formidable esfuerzo para mantener la alianza con Washington y al mismo tiempo impedir que ella avasalle la mesa de negociaci¨®n y colapse el proceso de paz que con tenacidad y audacia ha logrado sostener a flote.
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