HORAS GANADAS El lenguaje de los tambores RAFAEL ARGULLOL
En un pr¨®logo de 1950, escrito para la edici¨®n de su libro El ?frica fantasma, Michel Leiris hizo una despiadada autocr¨ªtica de su texto. Aquel diario minucioso, entre po¨¦tico y etnogr¨¢fico, del viaje africano que hab¨ªa realizado dos d¨¦cadas antes -De Dakar a Djibuti (1931-1933) era el subt¨ªtulo de la obra- le parec¨ªa, tras la II Guerra Mundial, un documento algo pretencioso pero sobre todo culpable de incurrir una vez m¨¢s en el narcisismo europeo con respecto a las dem¨¢s culturas.Traspasado el ecuador del siglo, Leiris pensaba que la confirmaci¨®n de los movimientos anticolonialistas invalidar¨ªa para siempre el paternalismo occidental; y, en especial, aquel supuestamente interesado por lo ajeno que hab¨ªa derivado en las sucesivas oleadas de gusto por el exotismo. Radicalizada su visi¨®n por los acontecimientos pol¨ªticos y por los comportamientos intelectuales en la doble Francia -la ocupada y la tutelada de Vichy-, Leiris se mostrar¨ªa particularmente mordaz contra la vanguardia inclinada al exotismo, feliz con el arte negro pero incapaz de superar ninguno de los estereotipos etnoc¨¦ntricos presentes en la cultura europea, al menos desde la Ilustraci¨®n.
Puesto el dedo en la llaga propia, Leiris hurgaba, al mismo tiempo, en la herida de toda una civilizaci¨®n: para medir las profundidades del narcisismo europeo, nada m¨¢s adecuado que llamar la atenci¨®n sobre su capacidad de amar lo ex¨®tico. La tentaci¨®n meridional de la ¨¦poca rom¨¢ntica, la oriental del simbolismo o la primitiva de las vanguardias, alentadas a menudo apasionadamente por grandes viajeros y artistas sinceros, eran, convertidas en gusto colectivo, pura exaltaci¨®n de la hegemon¨ªa europea. Afortunadamente para ¨¦l, uno de esos artistas sinceros, adem¨¢s de gran viajero, Leiris no tuvo que enfrentarse a la pesadilla final del exotismo representada por el turismo masivo y por la explotaci¨®n global -pol¨ªticamente correcta, por cierto- de cualquier supuesta minor¨ªa cultural: los para¨ªsos prometidos convertidos en infiernos de vulgaridad.
Pero, de poder, es probable que hoy d¨ªa Leiris revisara nuevamente su punto de vista. Sin el optimismo anticolonialista de 1950 y sin la fe progresista que apostaba por una suerte de modernizaci¨®n irreversible en todos los ¨¢mbitos, su libro vuelve a tener rara actualidad. Cuando, por fortuna, ese progreso sin retorno no se ha cumplido, hemos sido empujados a la evidencia de que aquel pasado que parec¨ªa dormido o extirpado, aquella peculiaridad que parec¨ªa demasiado extravagante, aquellos mitos insoportablemente irracionales han irrumpido otra vez en la escena: inform¨¢ndonos sobre los otros e inform¨¢ndonos sobre nosotros.
El ?frica fantasma es todav¨ªa actual, o vuelve a serlo, porque suministra ambas informaciones. Paso a paso, d¨ªa a d¨ªa, se revela el gran escritor y atent¨ªsimo viajero que fue Leiris, cumpli¨¦ndose el juego de espejos de los relatos que penetran m¨¢s all¨¢ de la piel: ?frica, respetada pero misteriosa como paisaje exterior, se incrusta, como paisaje interior, en la mente del autor haciendo que, en realidad, sean sus propios fantasmas los que se vuelquen sobre el texto.
Record¨¦ enseguida, casi inevitablemente dir¨ªa, a Michel Leiris y a su ?frica fantasma al leer el libro de Jordi Esteva, publicado este a?o, Viaje al pa¨ªs de las almas. No pocas pistas invitaban a este paralelismo, pero hab¨ªa dos que lo hac¨ªan de un modo excepcional: la coincidencia geogr¨¢fica y el talante.
Aunque conoc¨ªa bien la obra fotogr¨¢fica de Jordi Esteva, incluyendo la exposici¨®n sobre estos viajes al pa¨ªs de las almas, lo ahora escrito, no s¨®lo como soporte de las fotograf¨ªas sino como literatura aut¨®noma, es una cr¨®nica extraordinaria. Si en 1950 Michel Leiris desment¨ªa en parte su libro de los a?os treinta, Viaje al pa¨ªs de las almas, escrito en la ¨²ltima d¨¦cada del siglo XX, significa una tercera perspectiva en la que, en cierto modo, tienen cabida los antag¨®nicos pareceres del escritor franc¨¦s.
El ?frica de Jordi Esteva ha vivido ya el fin de su particular utop¨ªa anticolonial y se enfrenta a una destrucci¨®n de la que participan sus propios habitantes. Al mismo tiempo, sin embargo, es un mundo en el que, en el confuso remolino de formas y culturas, se exterioriza la voz de la tierra. A veces con una fuerza maravillosa; otras, l¨¢nguidamente: "Cuando muere un anciano en ?frica, es como si se quemara una biblioteca entera".
No hay ni una sola gota de gusto ex¨®tico en esta en¨¦rgica y prudente incursi¨®n en el universo animista de Costa de Marfil. Las almas -los genios, los esp¨ªritus, los dioses, los demonios- pueblan los rituales y ceremonias con naturalidad, sin truculencias. Al fin, lo sagrado para otros no es necesariamente siniestro para nosotros.
Cuando Jordi Esteva parti¨® por primera vez a Costa de Marfil para averiguar c¨®mo era el lenguaje de los tambores, quiz¨¢ no sab¨ªa que, gracias a su tes¨®n y a su delicadeza, llegar¨ªa a conseguirlo.
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