Okupas
MIGUEL ?NGEL VILLENA
En el abandonado teatro Princesa acaba de representarse una tragedia. Pero esta vez uno de los actores ha muerto de verdad. Con polic¨ªas y okupas como protagonistas y con los vecinos como espectadores, el drama escenificado el pasado fin de semana ha contado tambi¨¦n con un decorado aut¨¦ntico en las callejas del casco antiguo de Valencia. Ahora bien, la tramoya del centro hist¨®rico ha ido desplom¨¢ndose con el paso de los a?os a la espera, siempre a la espera, de la especulaci¨®n. Pese a algunos parches de rehabilitaciones, el abandono de zonas como El Carme, Universitat-Sant Francesc o Velluters ha ido acompa?ado de desidia, de incompetencia o, lo que es m¨¢s grave, de complicidad municipal. Baste decir que, entre las miles de viviendas vac¨ªas de la capital, muchas de ellas se encuentran entre los l¨ªmites de las antiguas murallas. Pero la imaginativa respuesta urban¨ªstica que han encontrado las autoridades ha sido enviar a las tropas antidisturbios para que desalojaran, a garrotazo y pelotazo limpio, a los j¨®venes que ocupaban un teatro en ruinas. Entretanto, la ciudadan¨ªa tampoco se ha escandalizado en exceso, todo hay que decirlo, enfrascada en festivales de cine, partidos de f¨²tbol y similares espect¨¢culos de pan y circo.
Quiz¨¢ pueda sonar a cierta demagogia defender los derechos de los okupas al hilo de una actualidad sangrienta, pero una reciente sentencia absolutaria del Tribunal Superior de Madrid a prop¨®sito de otra okupaci¨®n en el castizo barrio de Lavapi¨¦s afirma lo siguiente: "La ocupaci¨®n fue llevada a cabo de forma organizada con una finalidad exclusivamente pol¨ªtica, como modo de expresar una protesta ante la imposibilidad de utilizar ciertos inmuebles p¨²blicos en desuso cuando ¨¦stos son susceptibles de satisfacer determinadas necesidades sociales". Se puede decir m¨¢s alto, pero no m¨¢s claro. Cerca de 600 personas se autoinculparon a ra¨ªz de aquellos desalojos de Lavapi¨¦s y reclamaron algo tan obvio que hasta figura en la Constituci¨®n: el derecho a la vivienda. Por ejercer ese derecho la farsa deriv¨® en tragedia y termin¨® con un muerto.
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