Corredor de la muerte
EL ESPA?OL Joaqu¨ªn Jos¨¦ Mart¨ªnez, de 27 a?os de edad, se ha convertido en el centro de una importante batalla legal y pol¨ªtica contra la sinraz¨®n de la pena de muerte y su creciente aplicaci¨®n en Estados Unidos. El objetivo primordial de esta batalla es, desde luego, arrancar a este ciudadano espa?ol del corredor de la muerte de la prisi¨®n estatal de Florida (EE UU), en el que se apila junto a otros 370 condenados a la pena capital, y darle la posibilidad de un nuevo juicio. En ello tienen puestos sus afanes Amnist¨ªa Internacional y otras organizaciones de derechos humanos, representantes del Parlamento espa?ol y el Colegio de Abogados de Madrid, que no ha dudado en prestar su apoyo t¨¦cnico-jur¨ªdico al empe?o de la revisi¨®n del proceso.El intento de que se le otorgue al primer espa?ol condenado a la pena capital en EE UU la oportunidad de un nuevo juicio, con todas las garant¨ªas debidas, coincide con los proleg¨®menos de la campa?a de la Uni¨®n Europea para que la Asamblea General de Naciones Unidas de diciembre pr¨®ximo apruebe una especie de moratoria en la aplicaci¨®n de la pena de muerte en los pa¨ªses que todav¨ªa se resisten a su abolici¨®n. Ser¨¢ muy interesante ver cu¨¢l es la respuesta de EE UU y si insiste en seguir aferrado a la suprema contradicci¨®n que supone ser el pa¨ªs que adoctrina al mundo sobre el respeto de los derechos humanos y seguir recurriendo en su territorio el asesinato legal que es la pena capital.
Si hab¨ªa dudas sobre la naturaleza cruel y b¨¢rbara de la muerte a manos del Estado -no, desde luego, por parte de quienes luchan por su abolici¨®n-, las espantosas im¨¢genes de ejecutados en la silla el¨¦ctrica en el Estado de Florida dadas a conocer en Internet deber¨ªan bastar para extirparlas de ra¨ªz. Pero lo que m¨¢s parece haber conmocionado a la sociedad norteamericana de la visi¨®n de esas im¨¢genes sangrantes y sufrientes no es el car¨¢cter inhumano de la ejecuci¨®n en s¨ª, sino la tosquedad del m¨¦todo empleado. Un reflejo de esa reacci¨®n hip¨®crita, que al tiempo que cuestiona la brutalidad del procedimiento se muestra insensible ante al da?o irreversible de la ejecuci¨®n, ha sido la decisi¨®n del Tribunal Supremo norteamericano de dejar en suspenso las ejecuciones en la silla el¨¦ctrica en tanto examina si es "un m¨¦todo cruel" que vulnera la Constituci¨®n de EE UU.
Estas im¨¢genes, as¨ª como las numerosas solicitudes de revisi¨®n de juicios con condenados a muerte que se est¨¢n dando en EE UU -como la del espa?ol Joaqu¨ªn Jos¨¦ Mart¨ªnez, que se ver¨¢ el pr¨®ximo martes, d¨ªa 2, ante el Tribunal Supremo de Florida-, deber¨ªan llevar a los estamentos judiciales y pol¨ªticos de este pa¨ªs a una seria reflexi¨®n no s¨®lo sobre el c¨¢racter "cruel e inutil" de la pena de muerte, como la calific¨® Juan Pablo II durante su viaje a EE UU en enero pasado, sino sobre la fiabilidad y las garant¨ªas de los procesos que comportan la pena capital.
Los ciudadanos norteamericanos, que al tiempo que consideran la pena capital como el mejor valladar frente al delito defienden objetivos tan irracionales y favorecedores de la delincuencia como el acceso generalizado a las armas de fuego, parecen vacunados contra la duda de la arbitrariedad, el error o la injusticia en la aplicaci¨®n de la pena de muerte por el hecho de poseer una Constituci¨®n generosa, un sistema judicial independeinte y una larga tradici¨®n de libertades.Pero los hechos desmienten esa confianza ciega. Como vienen denunciando las organizaciones de derechos humanos y confirman informes ad hoc de la ONU, la pena de muerte, m¨¢s all¨¢ de su horror intr¨ªnseco, se aplica en EE UU de forma arbitraria y discriminatoria, dada su cada vez mayor fragmentaci¨®n social y racial: la sufren m¨¢s los negros y los pobres que los blancos y los privilegiados. Y alcanza incluso a deficientes mentales y a j¨®venes que ten¨ªan menos de 18 a?os cuando cometieron el delito y a los que se niega la posibilidad de redimirse. Se comprende el ardor con que Joaqu¨ªn Jos¨¦ Mart¨ªnez defiende su inocencia y pide la revisi¨®n de su juicio: cada uno de siete condenados a muerte en EE UU que consigue esa revisi¨®n resulta finalmente inocente.
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