La gesta del Liceo
Una mujer brit¨¢nica de edad media orinaba visiblemente, como en la India, y al contrario que all¨ª era mirada, aplaudida. Parec¨ªa borracha, ten¨ªa la carne blanca de las v¨ªrgenes locas, su peque?o espect¨¢culo de body art levantaba la risa o el deseo de la masa agolpada en una acera de las Ramblas a las doce de la noche. Ese p¨²blico no hab¨ªa ido a verla a ella licuando; esperaba la salida de otro p¨²blico, de pago ¨¦ste, al acabar la octava funci¨®n de Turandot en el Liceo. La octava. Ni figuras televisivas, ni pol¨ªticos, ni vestidos de alta costura, por tanto. Pero se abr¨ªan durante unos minutos las puertas del nuevo teatro, y a trav¨¦s de ellas el atisbo de esa mole prodigiosa que ha venido a ocupar un papel estelar entre las atracciones pintorescas de las Ramblas. Catalu?a sigue siendo el sue?o imposible del resto de los espa?oles, y Barcelona se ha puesto en los ¨²ltimos a?os tan guapa que hay momentos, o calles, o edificios, en los que nos humilla como s¨®lo la soberbia realidad segunda o so?ada consigue hacerlo con el sencillo ser despierto de todos los d¨ªas, del resto de regiones perif¨¦ricas. Se da una constante en lo que he podido leer a prop¨®sito de la reapertura del Liceo: admiraci¨®n, arrobo, awe, esa bonita palabra inglesa que expresa un asombro acomplejado. A m¨ª me recorri¨® una corriente el¨¦ctrica el espinazo cuando entr¨¦ en la gran sala en herradura del nuevo teatro. Tuve despu¨¦s la suerte de poder visitar todo el edificio (no s¨®lo el coraz¨®n de terciopelo y molduras, sino su vientre de nervios fortalecidos, sus hombros practicables, sus filamentos de acero, su cerebro donde acabar¨¢ cabiendo la entera memoria de la ¨®pera), y no pude por menos que acordarme de lo que hace pocos meses vi en Venecia: un teatro de la Fenice apagado en sus cenizas. Quiz¨¢ los venecianos tendr¨ªan que fichar a Josep Caminal, el director general del Liceo que primero sufri¨® el fuego y ahora ha gestionado este veloz milagro de la reconstrucci¨®n, la ampliaci¨®n (20.000 metros cuadrados m¨¢s) y la astuta financiaci¨®n de un teatro p¨²blico sufragado casi al 50% de sus 16.000 millones de costo por patrocinadores privados.A veces, sin embargo, los titanes nos ciegan con el brillo inigualable de sus proezas, y la posible maldad o torpeza de la gesta pasa inadvertida. Le¨ª en Avui un art¨ªculo donde Xavier Barral expresaba con crudeza su decepci¨®n lice¨ªstica, pero dir¨ªase que ante la magnitud ol¨ªmpica del hecho los mortales han optado por un pacto de silencio est¨¦tico. Incluso un escritor admirable siempre por su criterio incisivo y su estilo, Luis Fern¨¢ndez-Galiano, dejaba (F¨¦lix F¨¦nix, Babelia 2/10/99) la hiel en los dientes; como si tampoco ¨¦l hubiera querido turbar con su lengua sin pelos el reposo de los h¨¦roes.
Tal como yo lo veo -una vez recobrado el aliento que la gran saga corta- el nuevo Liceo tiene espacios que podr¨ªan servir de escenario a un drama costumbrista burgu¨¦s; y en el techo roza el sainete. Ya las fachadas no consumidas por el incendio, las que dan a las calles de Uni¨® y Sant Pau, evocan un exterior oficinesco, como de negociado de ayuntamiento o delegaci¨®n provincial de Hacienda. Pero es en las partes funcionales del edificio, all¨ª donde los arquitectos e interioristas catalanes suelen darnos lecciones de belleza y ocurrencia, en las que el proyectista Sol¨¤-Morales, quiz¨¢ para huir del pastel azucarado ("past¨ªs ensucrat") que declar¨® temer, ha ca¨ªdo en la m¨¢s sosa nader¨ªa. Moqueta inexpresiva, apliques de luz casi igual de feos que los del Real, secos panes de oro en las paredes, foyer donde los camareros podr¨ªan en cualquier momento empezar a servir el men¨² tur¨ªstico. Est¨¦tica de hotel de tres estrellas NH. Poco importa, as¨ª, que los ¨®culos del techo de la sala resulten risibles. Perejaume ha creado un chiste digital, especialmente vulgar de concepto en los paneles del arco del proscenio colocados sobre el bell¨ªsimo tel¨®n en dos cuerpos de Antoni Mir¨®. Me pregunto qui¨¦n querr¨¢, despu¨¦s de la primera risotada, mirar de nuevo hacia arriba.
A¨²n as¨ª, las buenas energ¨ªas, el calor popular, la enraizada trama de los s¨ªmbolos que han hecho renacer gloriosamente este teatro, desaconsejan -frente a lo que el joven Alberti propon¨ªa para la Real Academia- que en una noche de Ramblas vayamos a orinar sobre las tapias del Liceo.
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