A muerte
E. CERD?N TATO
Aquel joven se entrenaba a estacazos. Le hab¨ªan adjudicado el dorsal y un manager grasiento y luterano: a yarda por segundo hacia la nada. El podio estaba al final del pasillo, y una corona de laurel y voltios. Despu¨¦s un hilo de fosforescencias, algunas indecentes convulsiones y toda su osamenta calcinada. Aquel joven de carb¨®n animal, tambi¨¦n concibi¨® un sue?o en Tallahassee: so?¨® que un d¨ªa tuvo la inocencia, que se tumb¨® a la sombra de un cerezo, y que ya era una pieza abatida. Hab¨ªa acumulado muchas muertes, en el corredor de los condenados. Un trompetista negro y un vampiro, le disputaban silla y espect¨¢culo: alcaide, testigos, reporteros. El trompetista nunca estrangul¨® al irland¨¦s de la casa de empe?os; y el vampiro era abstemio: ni gota de la joven desangrada. Pero atufaban a carnicer¨ªa. La vida es un chirrido de hierro oxidado y un v¨¦rtigo planetario en el muro. Un juez, en la tibia noche de Palm Beach, evocaba la patria providencial. Entre aquel joven y el juez, solo la ley. Y la ley es una silla el¨¦ctrica. Nosotros ponemos en orden el universo. Y por encima del clamor del pueblo, Jes¨²s Cardenal inquiere: "?Es procedente o no mantener la pena de muerte?". Y responde: "Cada estado es soberano". Soberano como Hitler, como Pinochet, como Stalin, como Franco, como Videla. As¨ª, se estimulan las m¨¢s reaccionarias coartadas para el exterminio, la tortura, el tali¨®n. Aquel joven a¨²n cuenta una muerte por d¨ªa, ?hasta cu¨¢ndo tanta crueldad, hasta d¨®nde tanto encarnizamiento? Desafortunada respuesta la del fiscal general de un Estado que, con los de la UE, propone la abolici¨®n de la pena capital. ? Y no se producen conflictos, contradicciones y sofocos, en el ejecutivo que lo sostiene, a pesar de sus reiteradas manifestaciones que despiden un intenso olor a podrido? Quiz¨¢, Jes¨²s Cardenal y muchos de sus colegas americanos adornen la brutalidad de la silla el¨¦ctrica, instalando juegos de luces intermitentes, con las notas de algunos villancicos, dadas las v¨ªsperas. Porque son cristianos. ?C¨®mo era aquello de los mandamientos?, ?s¨ª matar¨¢s? Jes¨²s, Jes¨²s.
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