Las responsabilidades de David
El ¨²nico pretexto que le queda a Fidel Castro para justificar sus cuarenta a?os de dictadura es el papel que ¨¦l mismo le atribuye a Estados Unidos en el presente y el futuro de Cuba. Ese argumento ha calado incluso en algunos anticastristas, quienes no esperan m¨¢s que desgracias del actual gobierno de la isla, anhelan profundamente un cambio, y sin embargo resultan paralizados por el miedo a que "Cuba caiga en las garras del imperialismo norteamericano". Yo debo decir aqu¨ª, con toda claridad, que no albergo ese temor. Y no porque idealice a Estados Unidos ni a la democracia norteamericana, sino porque conozco su complejidad, y sobre todo porque conozco las posibilidades de nuestro pa¨ªs y de nuestra cultura y s¨¦ que el futuro depende en primer lugar de nosotros mismos.Borges, que como es sabido no era un pol¨ªtico, escribi¨® en 1972, "Am¨¦rica, trabada por la superstici¨®n de la democracia, no se resuelve a ser un imperio" ("El otro", en El libro de arena). No pretendo discutir hasta d¨®nde la democracia es o no una superstici¨®n, me limitar¨¦ a expresar mi acuerdo con la tesis de Winston Churchill seg¨²n la cual la democracia es el peor sistema pol¨ªtico posible si exceptuamos a todos los dem¨¢s, y a consignar que efectiva y felizmente la fuerza descomunal e imperial de Estados Unidos est¨¢ en buena medida trabada por ella.
Parafraseando la famosa definici¨®n de Gertrude Stein, "a rose is a rose is a rose", podr¨ªa decirse que un imperio es un imperio es un imperio. Y siempre ser¨¢ preferible una Alemania trabada por la democracia que un pa¨ªs manejado por Hitler, un Jap¨®n autolimitado en sus ambiciones que un Imperio del Sol Naciente rendido al control del Emperador y de los militares. A mi juicio esto implica que para un pa¨ªs peque?o y situado en el planeta Tierra es preferible ser vecino de Estados Unidos que de Rusia o de Turqu¨ªa, como muy bien saben los chechenos, los kurdos, y los cientos y cientos de miles de cubanos, blancos y negros, que desde el siglo XIX hasta la fecha pudieron trabajar y crear en Norteam¨¦rica.
No quiero decir que la vecindad con Estados Unidos sea el para¨ªso. Los para¨ªsos no existen sobre la tierra, simplemente. Quiero decir que es inevitable para Cuba y que la proporci¨®n entre sus ventajas e inconvenientes depende en gran medida de lo que nosotros, los cubanos, seamos capaces de hacer. Desde mi punto de vista la Enmienda Platt, impuesta como ap¨¦ndice a la Constituci¨®n cubana de 1901, fue un abuso imperial que convirti¨® a la isla en una especie de protectorado con amplios m¨¢rgenes de autonom¨ªa, y la ley Helms-Burton es no s¨®lo un crimen sino tambi¨¦n una estupidez.
Dixit, no podemos olvidar que el imperio espa?ol jam¨¢s concedi¨® a Cuba una autonom¨ªa de semejante amplitud, ni siquiera despu¨¦s de largas y sangrientas guerras, que la maldita Enmienda Platt fue abolida por el gobierno dem¨®crata de Roosevelt tras s¨®lo 33 a?os de vigencia, y que hoy Espa?a est¨¢ aumentando su presencia en la isla a pasos agigantados con la complicidad del castrismo. No hay que asombrarse por ello. Es el comportamiento propio de una econom¨ªa fuerte frente a una d¨¦bil. Pero no podemos olvidar, tampoco, que en 1959 la econom¨ªa cubana era m¨¢s din¨¢mica que la espa?ola, que si hubo una Enmienda Platt fue porque antes hab¨ªa habido una Enmienda Teller, gestionada por el lobby independentista cubano, de acuerdo con la cual Estados Unidos renunciaba expl¨ªcitamente a toda pretensi¨®n territorial en Cuba.
Por lo pronto, y al menos, yo puedo expresar aqu¨ª mi oposici¨®n total a la ley Helms-Burton, y sostener que constituye, parad¨®jicamente, la hoja de parra del castrismo, el ¨²ltimo pretexto con que cubrir la verg¨¹enza de su desastrosa gesti¨®n, responsable absoluta de la penuria actual que padece nuestra isla. Puedo escribir esto aqu¨ª, como lo dije recientemente en Washington ante oficiales del gobierno norteamericano, pero si lo dijese en La Habana ir¨ªa a parar inmediatamente a la c¨¢rcel. Y eso, me parece, marca las diferencias.
Mi convicci¨®n de que Cuba no tiene que temer a una relaci¨®n abierta con Estados Unidos, mi certeza de que no somos una fruta madura y de que no caeremos en las garras de nadie, se debe, entre otras razones, a la fuerza extraordinaria de nuestra identidad y de nuestra cultura popular, expresada tanto en la isla como en Miami y en la di¨¢spora que nos ha regado por el mundo. Cuba s¨®lo tiene que temerse a s¨ª misma, a los odios acumulados entre cubanos, a nuestra propia incapacidad para entendernos en paz y en aras de un proyecto com¨²n. Estoy convencido de que ese proclamado miedo p¨¢nico con respecto a Estados Unidos no es m¨¢s que una m¨¢scara del miedo a asumir nuestra propia libertad, nuestra propia responsabilidad como naci¨®n todav¨ªa inacabada. Nunca seremos absorbidos porque pertenecemos por naturaleza cultural e hist¨®rica a la encrucijada de tres mundos. Somos, a la vez, parte de Latinoam¨¦rica, del archipi¨¦lago Caribe y frontera con Estados Unidos. Tenemos, adem¨¢s, una relaci¨®n privilegiada, casi familiar con Espa?a, y por si todo esto fuera poco la tragedia de nuestra di¨¢spora nos ha permitido a miles y miles de cubanos convivir con culturas muy diversas, de Suecia a Canad¨¢ y de Rusia a Australia.
No podemos entrar al siglo XXI con una mentalidad del siglo XIX, en el que el estado-naci¨®n era el valor absoluto, pr¨¢cticamente ¨²nico, cuando incluso el pa¨ªs que lo invent¨®, Francia, ha sido uno de los motores de la integraci¨®n de la Uni¨®n Europea. Imaginemos una Cuba democr¨¢tica integrada al NAFTA junto a M¨¦xico, Estados Unidos y Canad¨¢; integrada al CARICOM junto a las restantes islas del Caribe; con fuertes v¨ªnculos culturales y econ¨®micos con Espa?a y Latinoam¨¦rica y con un tratado con la Uni¨®n Europea. Imaginemos la riqueza a?adida que para nosotros significar¨¢ la di¨¢spora cubana en ese entonces.
Todos sabemos que desde el siglo XVII, cuando la pen¨ªnsula de la Florida era una suma de pantanos insalubres y Miami no so?aba siquiera con existir, La Habana era ya una de las principales ciudades de Am¨¦rica, centro de reuni¨®n de las flotas espa?olas y llave de las comunicaciones en el continente. Ese destino insular se sigui¨® cumpliendo hasta la primera mitad del siglo XX, cuando nuestro pa¨ªs, persiguiendo el espejismo de la Utop¨ªa por el que tambi¨¦n yo result¨¦ encandilado, forj¨® una alianza antihist¨®rica, anticultural y antigeogr¨¢fica con un imperio euroasi¨¢tico para mayor gloria del M¨¢ximo L¨ªder, particip¨® en guerrillas en toda Latinoam¨¦rica y en guerras regulares en Angola e incluso en el remoto Cuerno de ?frica, donde nuestros soldados acudieron en defensa de un dictador, Mengistu Haile Mariam. Se inici¨® y consum¨® as¨ª una etapa de decadencia que ya dura cuarenta a?os y que incluy¨®, entre otros desastres, el presidio pol¨ªtico m¨¢s largo, nutrido y atroz de la historia de Am¨¦rica, y una crisis pol¨ªtica y econ¨®mica end¨¦mica que ha determinado el exilio del veinte por ciento de la poblaci¨®n, am¨¦n de fen¨®menos terribles como el jineterismo y los balseros.
Si los cubanos fu¨¦ramos capaces de protagonizar una transici¨®n pac¨ªfica en el postcastrismo, si fu¨¦ramos capaces de construir una democracia, aun imperfecta, si fu¨¦ramos lo suficientemente h¨¢biles como para normalizar en beneficio mutuo las relaciones con Estados Unidos y al mismo tiempo con nuestras restantes ¨¢reas de inter¨¦s, el futuro del pa¨ªs estar¨ªa razonablemente garantizado. Es sabido que las remesas de d¨®lares que los exiliados enviamos a nuestras respectivas familias constituyen el primer rubro de ingreso de Cuba, por sobre el turismo y la zafra azucarera, lo que revela la paradoja de que hoy por hoy Miami es el sector m¨¢s din¨¢mico de la econom¨ªa de la isla. Imaginemos, entonces, c¨®mo podr¨ªa ser el futuro si desde hoy luchamos por la paz y la comprensi¨®n entre nosotros.
Es previsible que apenas una m¨ªnima parte del exilio regresar¨ªa a vivir a la isla, pero tambi¨¦n lo es que pr¨¢cticamente todos los exiliados ir¨ªan de visita con harta frecuencia, lo que significar¨ªa el establecimiento de puentes a¨¦reos entre Miami y todas las ciudades importantes del pa¨ªs. Es previsible tambi¨¦n que muchos de los que ayudamos a sobrevivir a nuestras familias respectivas envi¨¢ndoles d¨®lares, realicemos junto a ellas peque?as inversiones productivas que hoy Castro proh¨ªbe para que ninguna independencia econ¨®mica rete su poder omn¨ªmodo. S¨®lo esos dos rubros, viajes e inversiones del exilio, equivaldr¨ªan a una verdadera lluvia de oro para un pa¨ªs tan empobrecido como el nuestro, a un est¨ªmulo que disparar¨ªa en flecha a una econom¨ªa por fin liberada de las terribles trabas impuestas por el castrismo.
Lev¨ª Marrero nos ense?¨® que Cuba hab¨ªa sido capaz de levantarse una vez de sus cenizas despu¨¦s del fin de la Guerra de los Diez A?os en 1878, otra despu¨¦s del fin de la Guerra de Independencia en 1898, y predijo que tambi¨¦n lo har¨ªa una tercera, luego del final del castrismo. Yo estoy convencido de que ten¨ªa raz¨®n y a¨²n de m¨¢s, de que si conseguimos no s¨®lo producir ese gran encuentro pac¨ªfico de la naci¨®n cubana sino sostenerlo indefinidamente, Cuba volver¨¢ a ser el centro econ¨®mico y cultural del Caribe, Miami no ser¨¢ otra cosa que un suburbio rico y aburrido de La Habana, y nuestro pa¨ªs recuperar¨¢ su condici¨®n de eje de comunicaciones entre Europa, Am¨¦rica del Sur, el Caribe y Am¨¦rica del Norte, como corresponde a la condici¨®n que hace siglos le reconociera F¨¦lix Mart¨ªn de Arrate, la de Llave del Nuevo Mundo y Antemural de las Indias Occidentales.
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