El ¨²ltimo adi¨®s a Paul Bowles
Los restos del novelista ser¨¢n trasladados a Nueva York, donde reposaran junto a sus padres
Paul Bowles, que muri¨® el pasado jueves, un mes antes de cumplir los 89 a?os, en T¨¢nger, ser¨¢ incinerado en Nueva York, junto a sus padres; su cuerpo, que ahora reposa en el tanatorio del Hospital Duque de Tovar de la ciudad marroqu¨ª, ser¨¢ trasladado all¨ª en los pr¨®ximos d¨ªas.Paul Bowles le dijo un d¨ªa, hace meses, a su gran amigo Abdelouahid Boulaich, que trabaj¨® con ¨¦l durante treinta a?os: "Si me muero, que me entierren en el cementerio de los animales". El cementerio de los animales est¨¢, en T¨¢nger, cerca del cementerio espa?ol; era un lugar al que iba casi cada tarde, paseando, el viejo Bowles. Hace a?os explic¨® en Madrid: "Quiero que me quemen; quedarse en la tierra desata una estupidez sentimentaloide. Cuando uno no est¨¢, desaparece, y las cenizas son mejor que el cuerpo".
Hace mes y medio, Bowles le dijo a Abdelouahid que no hab¨ªa cambiado de opini¨®n con respecto al destino de su cuerpo, pero quer¨ªa hacer una precisi¨®n para el futuro: cuando muriera, sus cenizas deber¨ªan reposar junto a sus padres, cerca de Nueva York. Mientras tanto, la casa en la que viv¨ªa en penumbra est¨¢ precintada.
Cada amigo ten¨ªa su sitio en la vida de Bowles; al final de su vida estuvo con ¨¦l Rodrigo Rey Rosa, escritor guatemalteco y uno de los grandes divulgadores de la obra de Bowles. El lunes dec¨ªa Rey Rosa: "Se me ha muerto un amigo irreemplazable". Estaba tambi¨¦n Claude Thomas, su traductora al franc¨¦s, y estaba por llegar estos d¨ªas una gran amiga austriaca, que era la que prove¨ªa a Paul de las chucher¨ªas que siempre ten¨ªa a mano: unas chocolatinas rellenas de licor de las que ahora hay inutilizadas much¨ªsimas en la nevera.
Y quienes estaban al borde de su cama, cuando estaba a punto de expirar en T¨¢nger, fueron dos asistentes suyos, Suhad, que cuidaba de la casa, y el citado Abdelouahid, que desde hace 30 a?os cuidaba de ¨¦l. Como nos cont¨® Rey Rosa, Bowles tuvo momentos de lucidez alternados con largos instantes de sue?o, y en uno de sus momentos de brillantez mental y emocional agarr¨® con sus manos a cada uno de sus asistentes, a los que dijo sonriendo: "Ustedes son los verdaderos amigos de la familia".
A Abdelouahid le gustaba recordar a Bowles as¨ª, sonriendo y diciendo breves cosas amables; en realidad, as¨ª era este esc¨¦ptico que vivi¨® en el T¨¢nger de la luz y luego en el T¨¢nger de las sombras. En los ¨²ltimos a?os a Bowles le hab¨ªa vuelto la pasi¨®n por la m¨²sica, y su asistente, que fue tambi¨¦n su gran amigo, lo recuerda en todo momento tarareando y acompa?¨¢ndose con los dedos, que hac¨ªa sonar como en sue?os, y en esos instantes, entre la lucidez y la duermevela, tambi¨¦n daba la impresi¨®n de hacer sonar con los dedos alguna melod¨ªa melanc¨®lica.
Era un hombre elegante; y esa necesidad de la pulcritud que exhib¨ªa la llev¨® hasta el hospital; en realidad, como recuerda Rey Rosa, no tuvo al final de su vida demasiados problemas graves de salud, as¨ª que su ingreso en el hospital, por una afecci¨®n de orina, parec¨ªa tener el car¨¢cter de una rutina que luego se fue complicando. Dispuesto al regreso, quiso que el hijo de Abdelouahid, que es barbero, acudiera a afeitarle todos los d¨ªas; y as¨ª, afeitado y brillante, falleci¨® el jueves ¨²ltimo.
Es el ¨²ltimo de T¨¢nger. La mitolog¨ªa de la ciudad acaba con la muerte de Bowles, y si uno percibe el ambiente es claro que este personaje cierra una etapa de la ciudad africana m¨¢s literaria. Pero cuando uno oye hablar a Boulaich siente que esa p¨¦rdida tiene contornos humanos m¨¢s perdurables a¨²n que la mitolog¨ªa literaria. "Cuando cerraron la casa y me fui sent¨ª en mi alma que no pod¨ªa reprimir el llanto". ?Qu¨¦ aprendi¨® de Bowles? Boulaich hace un recuento: "Me ense?¨® a perdonar, a pensar que nadie es mejor que otro, a que no puedes mentir: hay que decir s¨®lo lo que has visto, no puedes decir nada que t¨² mismo no hayas comprobado, sobre todo si hablas de otras personas. Era un hombre que jam¨¢s ordenaba nada: te dec¨ªa, quiz¨¢ podr¨ªamos hacer esto..., y te dejaba a ti tomar la decisi¨®n".
Un d¨ªa fue a verle una joven, que le bes¨® en las mejillas, y ¨¦l le devolvi¨® el beso. Ella dijo: "Los mejores besos los da Paul". Y Bowles, t¨ªmido siempre, lejano y silencioso, se puso rojo como un adolescente. En esta ciudad literaria, todo parece estar tan en silencio como Bowles cuando oscurec¨ªa.
Babelia
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