Et in Arcadia ego
Resulta muy interesante -ilustrativo, sabroso, sugerente: los ep¨ªtetos son numerosos- leer a Walter Pater. Su libro El renacimiento, escrito a finales del siglo pasado (y felizmente reeditado por ediciones Alba), es a¨²n hoy en d¨ªa una obra absolutamente necesaria. Constituye, como diria Italo Calvino, un cl¨¢sico: imperecedero y valioso como un diamante. Walter Horacio Pater es uno de esos ingleses exc¨¦ntricos -braves toqu¨¦s, los denominaba Maupassant-, viajero empedernido y hombre de frase corta y mordaz, exacta y poco dada a barroquismos. No sorprende que fuese maestro de Oscar Wilde, ni que sus clases en Oxford fueran un aut¨¦ntico ejercicio peripat¨¦tico, paseando por los jardines, cuando no de sal¨®n en sal¨®n, de tertulia en tertulia.Leer a Walter Pater es sumergirse en un plasma de profunda cultura y erudici¨®n. Pater nos redescubre a Winckelmann, el autor alem¨¢n que tanto influy¨® sobre Goethe, y que le atrajo hacia el clasicismo: "De ¨¦l no aprendemos nada", dir¨ªa Goethe a su amigo Eckermann, "sino que por ¨¦l llegamos a ser algo". Winckelmann influir¨ªa de una manera decisiva sobre la cultura alemana (Herder, Moritz, Mengs) y sobre un brave toqu¨¦ franc¨¦s de tendencias germ¨¢nicas, que tomar¨ªa como seud¨®nimo el nombre del pueblo natal del sabio alem¨¢n: Stendhal.
En cualquier caso, todos tienen en com¨²n su amor a Italia. Pero no a cualquier Italia. Un cl¨¢sico se caracteriza por imponer un gusto, y todo gusto es subjetivo. Winckelmann ense?¨® a ver, a admirar la belleza de las obras griegas (su libro m¨¢s famoso lleva el t¨ªtulo de Historia del Arte Antiguo), y centr¨® por tanto su atenci¨®n sobre los pintores italianos de principios del cinquecento, donde la b¨²squeda del clasicismo llega a su m¨¢ximo esplendor, especialmente sobre Miguel ?ngel, Rafael y Leonardo. Por eso los primitivos italianos s¨®lo tienen, como mucho, "inter¨¦s hist¨®rico": Stendhal tildar¨ªa de b¨¢rbaras las pinturas de Giotto en Florencia; Pater lo define de ingenuo y Goethe ni tan siquiera se detiene a verlas. Por no hablar del divertido De Brosses, que en sus Cartas de Italia (?para cu¨¢ndo una reedici¨®n?) se explaya a gusto: "No hay que dejarse conquistar por todo lo que dice Vasari en honor de la escuela florentina, la menos importante de todas. (...) Llamar¨¦ preferentemente vuestra atenci¨®n por la Madonna de Cimabue, que no me parece una obra indigna de un pintor de brocha gorda. No hay dibujo, ni relieves, ni colorido en este cuadro (...) Las pinturas del Giotto, sucesor de Cimabue, son mucho mejores, aunque muy malas".
Las Cartas de Italia de De Brosses son una aut¨¦ntica delicia, a pesar de sus opiniones contundentes y de sus comentarios aparentemente -desde la perspectiva actual- disparatados. Y ¨¦sto es lo que quer¨ªa ponderar en estas lineas: que al igual que los historiadores del arte nos han ense?ado que hay que "saber ver", tambi¨¦n hay que "saber leer". Nadie como Walter Pater ha escrito p¨¢ginas m¨¢s bellas sobre Leonardo da Vinci y su Mona Lisa, sobre Botticelli y sus madonnas de rostro displicente, sobre Miguel ?ngel y su poes¨ªa melanc¨®lica. No obstante, inevitablemente, algunos de sus juicios, con el paso del tiempo y de las modas, han perdido validez. Y lo mismo le ocurre a Goethe cuando critica "los monstruosos basamentos de las iglesias babil¨®nicas" de san Francisco de As¨ªs, o a Stendhal cuando tilda el impresionante Cristo morto de Mantegna (Brera) "de muy apreciado por la plebe, pero m¨¢s digno de un laboratorio de anatom¨ªa". Cada visi¨®n surge de un gusto de la ¨¦poca, y por eso, se imponen las revisiones. Y esta es la maravilla del arte: el constante renacimiento de ideas e interpretaciones. Porque desde el Vasari a Gombrich, cu¨¢ntas cosas, amigos, para pasar un buen invierno. Pensando sin cesar en Italia -que es, en definitiva, de lo que se trata- y repitiendo de vez en cuando la sentencia latina: Et ego in Arcadia fuit.
Mart¨ª Dom¨ªnguez es escritor.
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