La caiguda del p¨¤mpol
Se desnudan con el fr¨ªo de los ¨¢rboles para pasar el invierno, que es su veraneo. Estos d¨ªas di¨¢fanos del oto?o, de sol radiante pero lega?oso, los colores prenden de la vegetaci¨®n en un silencioso incendio helado, que desparrama chispas de ocres, amarillos y oro, de rojos, p¨²rpuras y cobre -?c¨®mo est¨¢n los cerezos o los caquis o los robles! ?qu¨¦ gozada!-, de granas, encarnados, naranjas y bermellones tan intensos que llegan a violetas. El ¨²ltimo y espectacular regalo de la arboleda a los abrigados humanos, antes de liberar las hojas. Viajan donde las lleva el viento y con alegre melancol¨ªa caen y descansan.De este atardecer de c¨¢lidos tonos mama el amanecer de la natura. En plena era del parr¨²s (del prerromano parra, enrejado; en valenciano, hoja de cepa borde, puput de cabell y vulva), de la vi?a, el de la higuera simboliza el pudor como primer vestido de Ad¨¢n; es la caiguda del p¨¤mpol, de los ceps molt vells, p¨¤mpols vermells de Jaume Roig. La muda parir¨¢ el universo de los verdes. Desencarnarse no es el final, sino el principio de la fertilidad. No se va la vida, arranca su maquinaria; recuperada volver¨¢ triunfante.
Nuestro pueblo vio almas en las hojas y, si bramaba la tramontana, ¨¤nimes en pena, quej¨¢ndose. Homero explica en la Il¨ªada que "la creaci¨®n de las hojas es como la de los hombres. El viento las escampa por tierra y el bosque, al reverdecer, produce otras con la llegada de la primavera: de la misma manera una generaci¨®n de hombres nace y otra muere". Espabilemos hoy mismo, d¨ªa de santa Bibiana, protectora de infantes y flagelada atada a una columna, se?al del ¨¢rbol-eje del mundo; sin hojas no habr¨¢ criaturas; el bosque suministra bienes y es medicina contra el calentamiento global, la desertizaci¨®n y la extinci¨®n de especies: "creced y multiplicaros".
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