Idioteces y cine
Lo est¨²pido le interes¨® a Flaubert desde muy joven. Mientras iba creando, con la minuciosa filosof¨ªa de un orfebre, sus grandes relatos, no se olvidaba de redactar -?pensando ya en Bouvard y P¨¦cuchet, su novela final sobre la sandez?- un Diccionario de los lugares comunes, a modo de ir¨®nico cat¨¢logo de "las opiniones chic". En las entradas de este breve compendio hay aforismos, simples bromas pesadas y alguna greguer¨ªa avant la lettre; de diccionario, por ejemplo, escribe Flaubert: "Hay que decir: no est¨¢ hecho m¨¢s que para los ignorantes", y p¨¢ginas despu¨¦s, en la anotaci¨®n de Sabio: "Embromarles. Para ser sabio, s¨®lo hace falta memoria y trabajo".La voluntad par¨®dica del autor de Madame Bovary ten¨ªa un destructivo rival interior: su instinto autopar¨®dico. Por eso no conviene tomar al pie de la letra sus asechanzas contra los eruditos y contra esos dep¨®sitos de sabidur¨ªa recibida que son los diccionarios; Flaubert atemperaba siempre su preciosismo narrativo con la intenci¨®n cient¨ªfica de un moralista social.
No paran de salir diccionarios en este cambio de siglo. Todo lo que sucede y lo que no sucede, lo que se habla, lo que se desea, lo que se chapurrea tiene el correspondiente tomazo en tapa dura o su CD-ROM. Cuando la mayor¨ªa de nosotros estemos ya encarnados en ese tercer entorno telem¨¢tico del que habla Javier Echeverr¨ªa en su ¨²ltimo y sugestivo ensayo Los se?ores del aire (Ediciones Destino), el cine, que es la Gran Madre postergada y algo harapienta de todos los inventos de Tel¨¦polis, tendr¨¢ una f¨¢cil plasmaci¨®n en las pantallas caseras de los ordenadores, o lo que entonces se estile. ?Puede pensarse mejor cat¨¢logo chic del cine que aquel que permita revisar, pulsando una tecla, la secuencia de las escaleras de Odessa en El acorazado Potemkin o la voz rauca de Greta Garbo a la vez que ese mismo programa nos instruya, pulsando otra, sobre lo que siempre quisimos saber de esos iconos contempor¨¢neos?
Mientras llega el momento, Augusto M. Torres, que no s¨¦ en que grado de maestr¨ªa telem¨¢tica estar¨¢, insiste con el instrumento que a m¨ª me gusta m¨¢s y hoy por hoy a¨²n sirve: el libro. El libro de cine. Hace no tanto tiempo, las tiendas espa?olas no ten¨ªan de eso, y las editoriales ve¨ªan una ruina segura en la publicaci¨®n de ensayos sobre los directores o las corrientes f¨ªlmicas m¨¢s importantes. La situaci¨®n ha cambiado, en buena medida gracias a las iniciativas de los festivales de cine, que palian a menudo, con el formato del homenaje-libro, las carencias de las colecciones existentes. Ahora mismo tengo en la mesa las tres ¨²ltimas publicaciones de la Seminci de Valladolid, y da gusto verlas; dos "rescates en vida" (que son los buenos) de cineastas interesant¨ªsimos y plenamente activos, Jaime Ch¨¢varri y Robert Gu¨¦diguian, y un suntuoso cat¨¢logo de los trabajos de direcci¨®n art¨ªstica del fallecido genio Alexander Trauner.
Memoria y trabajo, dec¨ªamos que dec¨ªa Flaubert. Qu¨¦ granuja. Naturalmente que ¨¦l sab¨ªa que para ser sabio, y sobre todo en materias art¨ªsticas, no basta recordarlo todo y apuntarlo todo. Hay que tener criterios. Y valor. Para equivocarse, riesgo que siempre corre el estudioso que opina. Augusto M.Torres logr¨® la heroicidad de publicar libros de cine cuando el mercado no los quer¨ªa, y en las bibliotecas deben de andar (en la m¨ªa est¨¢n, desde luego, y muy manoseados) sus estudios del cine latinoamericano y del italiano, de Glauber Rocha. Ahora que es normal ver, comprar y hasta leer una aproximaci¨®n a Vicente Aranda o los escritos luminosos de Dreyer y Bresson, M. Torres practica la ciencia comprometida. Primero fue su Diccionario Espasa de Cine; la mundialidad parec¨ªa hacer posible tanto volumen, tanta informaci¨®n, tanto precio. Pero no. La buena noticia es que el autor se callaba en esa obra monumental lo que tambi¨¦n sab¨ªa de las cosas de casa, y acaba de salir su Diccionario Espasa del Cine Espa?ol.
Aqu¨ª est¨¢ todo, incluido lo que el paciente archivo de otras memorias olvid¨®: guionistas, directores de arte, productores, al lado, claro, de directores, actores, "pel¨ªculas inolvidables de las que nadie se acuerda", como escribe el prologuista Guti¨¦rrez Arag¨®n. Trescientas p¨¢ginas despu¨¦s, el autor del diccionario pone serias pegas a una de las pel¨ªculas de este gran director espa?ol. Y es que se trata de un diccionario para ignorantes, no para est¨²pidos.
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