Nosotros, los pueblos
Cuando finaliza el siglo XX, Naciones Unidas es m¨¢s esencial para la vida de m¨¢s personas que nunca. Con nuestro trabajo en las ¨¢reas del desarrollo, el mantenimiento de la paz, el medio ambiente y la sanidad, estamos ayudando a las naciones y comunidades a construir un futuro mejor, m¨¢s libre y m¨¢s pr¨®spero. Por encima de todo, nos hemos comprometido con la idea de que los derechos humanos de los individuos, independientemente de su sexo, etnia o raza, no podr¨¢n ser violados ni ignorados. Esta idea est¨¢ englobada en la Carta de Naciones Unidas y en la Declaraci¨®n Universal de Derechos Humanos. Es nuestra principal fuente de inspiraci¨®n y lo que impulsa nuestros principales esfuerzos. A comienzos del siglo XXI, sabemos que sin el respeto por los derechos del individuo, ninguna naci¨®n, ni ninguna comunidad, ni ninguna sociedad, puede ser verdaderamente libre.A lo largo de este ¨²ltimo a?o, el individuo ha sido el centro de todos mis esfuerzos para desarrollar nuestro entendimiento de lo que significa ser una comunidad de naciones. Independientemente de que el motivo fuera propiciar el desarrollo, resaltar la importancia de la acci¨®n preventiva, o intervenir -traspasando incluso fronteras estatales- para poner coto a las violaciones crasas y sistem¨¢ticas de los derechos humanos, el individuo ha sido el foco de todas nuestras preocupaciones. Entre otras cosas porque la soberan¨ªa de los Estados, en su sentido m¨¢s b¨¢sico, est¨¢ siendo redefinida por las fuerzas de la globalizaci¨®n y la cooperaci¨®n internacional. Hoy en d¨ªa la creencia general es que los Estados sirven a sus pueblos, y no al contrario. Al mismo tiempo, la soberan¨ªa individual -y con esto quiero decir los derechos humanos y las libertades fundamentales de todos y cada uno de los individuos, como estipula nuestra Carta- se ha visto reforzada por una renovada conciencia del derecho de cada individuo a controlar su destino.
Estos acontecimientos paralelos -extraordinarios y en muchos sentidos bien acogidos- no se prestan a interpretaciones f¨¢ciles ni a conclusiones sencillas. Sin embargo, s¨ª exigen de nosotros la voluntad de reflexionar de una forma nueva y diferente sobre la manera en que Naciones Unidas responde a las crisis humanas que afectan a gran parte del mundo; sobre los medios empleados por la comunidad internacional en situaciones de necesidad; y sobre nuestra inclinaci¨®n a intervenir en algunas zonas de conflicto, mientras que aparentamos indiferencia ante muchas otras crisis cuyo coste en muertes y sufrimiento deber¨ªa avergonzarnos y empujarnos a la acci¨®n.
La necesidad de meditar sobre estos interrogantes trascendentales se deriva de los acontecimientos de la ¨²ltima d¨¦cada y, m¨¢s en concreto, de los retos a los que hoy se enfrenta la comunidad internacional en Kosovo y Timor Oriental. Desde Sierra Leona hasta Sud¨¢n, pasando por Angola, Camboya y Afganist¨¢n, hay un gran n¨²mero de pueblos que necesitan no meras palabras de simpat¨ªa por parte de la comunidad internacional, sino un compromiso real e ininterrumpido de ayudarles a poner fin a sus c¨ªrculos de violencia y embarcarlos en un pasaje seguro a la prosperidad.
Mientras que el genocidio de Ruanda y la masacre de Srebrenica definir¨¢n para nuestra generaci¨®n las consecuencias de la inacci¨®n frente a los asesinatos en masa, el m¨¢s reciente conflicto en Kosovo ha planteado importantes interrogantes sobre las consecuencias de la acci¨®n cuando no se da una unidad total por parte de la comunidad internacional.
Ha puesto claramente de relieve el dilema de lo que se ha dado en llamar "intervenci¨®n humanitaria": por un lado, la cuesti¨®n de la legitimidad de una acci¨®n emprendida por una organizaci¨®n regional sin un mandato de la ONU; por otro, el imperativo universalmente reconocido de poner coto eficazmente a las violaciones crasas y sistem¨¢ticas de los derechos humanos con graves consecuencias para la humanidad. La incapacidad de la comunidad internacional en el caso de Kosovo para unificar estos dos intereses igualmente apremiantes -legitimidad universal y eficacia a la hora de defender los derechos humanos- s¨®lo puede verse como una tragedia.
Ha puesto de manifiesto el reto fundamental para el conjunto de la comunidad internacional a lo largo del pr¨®ximo siglo: forjar la unidad tras el principio de que no se puede permitir que se impongan las violaciones masivas y sistem¨¢ticas de los derechos humanos, independientemente de donde tengan lugar.
Las palabras de la Carta de Naciones Unidas declaran que "no se emplear¨¢ la fuerza armada, salvo por el inter¨¦s com¨²n". Pero, ?qu¨¦ es el inter¨¦s com¨²n? ?Qui¨¦n debe definirlo? ?Qui¨¦n debe defenderlo? ?Con qu¨¦ autoridad? ?Y con qu¨¦ medios de intervenci¨®n? ?stas son las monumentales inc¨®gnitas que nos aguardan ahora que entramos en el pr¨®ximo siglo. Lo que est¨¢ claro es que los derechos del individuo hoy son esenciales para el "inter¨¦s com¨²n".
Del mismo modo que hemos aprendido que el mundo no puede permanecer al margen cuando se producen violaciones crasas y sistem¨¢ticas de los derechos humanos, hemos aprendido tambi¨¦n que la intervenci¨®n debe basarse en principios leg¨ªtimos y universales si pretende contar con el apoyo prolongado de los pueblos del mundo. Esta norma internacional que empieza a germinar a favor de la intervenci¨®n para proteger a los civiles de las matanzas al por mayor sin duda seguir¨¢ planteando agudos desaf¨ªos a la comunidad internacional.
Una evoluci¨®n as¨ª en nuestro entendimiento de la soberan¨ªa estatal y la soberan¨ªa individual ser¨¢ recibida en algunas esferas con desconfianza, escepticismo e incluso hostilidad. Pero es una evoluci¨®n por la que debemos alegrarnos. ?Por qu¨¦? Porque a pesar de todas sus limitaciones e imperfecciones, es testimonio de una humanidad a la que le preocupa m¨¢s, en vez de menos, el sufrimiento en su seno, y una humanidad que har¨¢ m¨¢s, en vez de menos, por ponerle fin. Es un signo esperanzador al t¨¦rmino del siglo XX.
Kofi A. Annan es secretario general de Naciones Unidas
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