V¨ªctima de la f¨¢bula de la cigarra y la hormiga
Hasta qu¨¦ punto nuestra sociedad est¨¢ consumiendo m¨¢s de la cuenta? Es verdad que muchas ventas se disparan, en comparaci¨®n con las de hace muchos a?os, y que los precios se est¨¢n desbocando. ?Pero justifica eso sostener que consumimos por encima de lo que necesitamos? Las lamentaciones sobre el exceso consuntivo son una tradici¨®n entre nosotros, dado el rancio predicamento de nuestra frugalidad. Adem¨¢s, el pensamiento econ¨®mico desciende de aquellos puritanos que encarecieron la f¨¢bula de la cigarra y la hormiga. Y, en fin, hasta los ecologistas coinciden en denostar al malhadado consumismo, culp¨¢ndole de todos nuestros males. Pero puede que no haya para tanto, pues el consumo no puede ser tan malo. Aqu¨ª saldr¨¦ en su defensa, sosteniendo la hip¨®tesis de que nuestro nivel de consumo est¨¢ no por encima, sino por debajo del que ser¨ªa deseable o necesario. Excluyo entrar en el debate de los precios, pues, seg¨²n parece, nuestra inflaci¨®n no se debe al sobreconsumo, sino al fracaso de la pol¨ªtica de liberalizaci¨®n. Y me centrar¨¦ s¨®lo en evaluar el vigente valor de nuestro consumo.?De verdad consumimos m¨¢s de la cuenta? En realidad, s¨®lo consumimos lo que podemos, y no lo que queremos, pues, si nos dejaran, consumir¨ªamos todav¨ªa mucho m¨¢s. Quiero decir con ello que el actual repunte del consumo es responsabilidad no tanto nuestra como gubernamental, por haber hecho descender la presi¨®n fiscal. Y es que, aunque ya no est¨¦n de moda las pol¨ªticas keynesianas, el volumen de la demanda agregada sigue dependiendo f¨¦rreamente de la estructura de incentivos que fijan las autoridades p¨²blicas en Madrid o en Bruselas, por lo que no tiene sentido culpar de derroche o despilfarro al pobrecito consumidor. En este sentido, adem¨¢s, es cierto que nos han bajado las retenciones de Hacienda, y quiz¨¢ los impuestos (seg¨²n podremos comprobar en junio), pero todav¨ªa pesa sobre nuestra capacidad de consumo una gravosa contribuci¨®n en forma de cotizaciones empresariales que tambi¨¦n se detraen de nuestros ingresos, recortando nuestra capacidad de compra.
Eso por no hablar de nuestro nivel salarial, sensiblemente m¨¢s bajo que el promedio europeo. Todo lo cual hace que nuestro nivel de consumo efectivo sea inferior al nivel potencial que podr¨ªa darse si nuestra renta por habitante se igualase al resto del continente. Pero es que hay m¨¢s. Resulta que nuestro nivel de desempleo, sumado a la tasa de empleo temporal y precario, determina que una gran proporci¨®n activa tenga que conformarse con un r¨¦gimen de subconsumo situado muy por debajo de sus necesidades personales o familiares, y desde luego a distancia sideral de su nivel de aspiraciones subjetivas.
Ahora bien, eso no es todo, pues, con ser grande nuestro desempleo, todav¨ªa es mayor nuestro desnivel en tasa de actividad econ¨®mica (especialmente femenina) si la comparamos con el resto de Europa. Como nuestra poblaci¨®n inactiva y dependiente (escolares, estudiantes, pensionistas y, sobre todo, amas de casa dedicadas a sus labores) es muy superior al promedio europeo, esto hace que casi toda su demanda potencial sea insolvente, detray¨¦ndose del nivel de consumo efectivo que ser¨ªa posible si la tasa de actividad espa?ola igualase a la europea. Y para no extenderme m¨¢s, excluyo referirme a la desigualdad en los niveles de consumo, pues, dada nuestra estratificaci¨®n social, un quinto de la poblaci¨®n subsiste como puede en r¨¦gimen de subconsumo a nivel tercermundista.
Pero no puedo concluir sin referirme al mejor indicador demostrativo de que nuestro nivel de consumo efectivo se halla muy por debajo de sus potencialidades reales. Este indicador es la estructura en edades de nuestra pir¨¢mide de poblaci¨®n, que, como consecuencia del baby-boom producido entre 1964 y 1974, hoy experimenta un extraordinario ensanchamiento a la altura de la franja de edad que se extiende entre los 25 y los 35 a?os, que es la edad de procrear. En la actualidad, la generaci¨®n de los baby-boomers deber¨ªa estar cas¨¢ndose y teniendo hijos a tasas masivas, con la consiguiente explosi¨®n del consumo a la que ello debiera dar lugar. Pero no es as¨ª, pues nuestras tasas de nupcialidad y fecundidad siguen siendo las m¨¢s bajas del mundo, estando bloqueada la formaci¨®n de nuevas familias. Lo cual indica no s¨®lo un grave problema pol¨ªtico (por cuanto impide el ejercicio del derecho a formar familia), sino tambi¨¦n un problema econ¨®mico, pues esas familias que no se forman suponen tambi¨¦n un consumo agregado que no se realiza.
Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense.
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