HORAS GANADAS La reina de las amazonas RAFAEL ARGULLOL
Hay libros literarios que son, en s¨ª mismos, una invitaci¨®n a la m¨²sica. As¨ª lo cre¨ªa Goethe de su Fausto, al calificarlo de "¨®pera escrita", y as¨ª lo cree cualquier lector atento del Para¨ªso de Dante, cuando la progresiva sugesti¨®n musical sustituye al fest¨ªn pict¨®rico del infierno y el purgatorio. Si nos hundimos en las ra¨ªces del drama nos cuesta comprender las obras de Shakespeare sin un permanente flujo musical, y no deber¨ªamos aproximarnos a las tragedias griegas sin intentar imaginar el contacto y la melod¨ªa que formaban parte de su esencia.Pero en ciertas obras el recurso a la m¨²sica es tan imprescindible que, sin ella, parecen textos desprovistos de vida, incapaces de crecer hacia el lector o de atrapar al p¨²blico: como literatura son desequilibrados; como pensamiento son abruptos; como teatro son densos e irrepresentables. La m¨²sica, sin embargo, puede salvarlos, sea la m¨²sica interior que cada uno de nosotros concibe para ellos, sea la m¨²sica creada por compositores que responden a un impulso presente en el propio texto.
No conozco ninguna obra en la que esta percepci¨®n sea m¨¢s evidente que en Pentesilea, de Henrich von Kleist, el drama que sirve de base para la ¨®pera contempor¨¢nea que se dispone a estrenar el Teatre Lliure (compuesta por Enric Ferrer desde la versi¨®n de Feliu Formosa) y al que previamente han recurrido m¨²sicos de la talla de Hugo Wolf. Como otros dramas rom¨¢nticos, empezando por el Fausto -si ¨¦ste se puede considerar drama o rom¨¢ntico-, Pentesilea supone una materia prima preciosa para los compositores, y la valoraci¨®n de sus empresas depende del juicio est¨¦tico de cada uno.
La musicalidad de la obra de Kleist excede, no obstante, las posibilidades de recreaci¨®n exterior: habita en el interior mismo del texto, alentando sus desarrollos y envolviendo sus violencias. En Pentesilea la m¨²sica -aunque t¨¢cita y callada- es el ant¨ªdoto exacto contra el veneno de la desmesura. Porque, en definitiva, es dif¨ªcil encontrar una obra m¨¢s desmesurada. Ning¨²n escenario pretendidamente real puede abarcar la desbordada historia de odio y de amor entre Aquiles y Pentesilea, la reina de las amazonas, coronada por esa barroca y provocadora Liebestod, conjunci¨®n de sexualidad, canibalismo y violencia c¨®smica. Ninguna escenograf¨ªa resulta, tampoco, suficientemente v¨¢lida para comparar unas pasiones que, lejos de limitarse a individuos, presuponen el despliegue universal de mundos en lucha.
Probablemente, estas dificultades le importaban poco a Heinrich von Kleist, m¨¢s atento al sue?o que a la realidad, m¨¢s fiel a la conciencia on¨ªrica que a la proporcionada por el estado de vigilia. En contraste con el racional y respetuoso Aquiles, la libertad sin trabas morales de la reina Pentesilea se relaciona con el poder del son¨¢mbulo, figura predilecta de Kleist, de la que opinaba que era "como una marioneta en manos de sue?o". Frente al limitado conocimiento del hombre confiado a su conciencia cotidiana, diurna, el son¨¢mbulo puede volar hacia los cielos m¨¢s excelsos o bucear en las profundidades m¨¢s espantosas. Cortadas las ataduras de lo moral, las criaturas del sue?o son libres, aunque sea con una libertad que las conduzca a la destrucci¨®n.
Como Pentesilea. Quiz¨¢ como el mismo Heinrich von Kleist si relacionamos su magn¨ªfica literatura con su opaca vida y su meditada muerte, un suicidio casi ritual, a los 34 a?os, acompa?ado por una enferma terminal y precedido, seg¨²n los testigos, por juegos, "alegr¨ªa" y m¨²sica. Kleist, deseoso ¨¦l mismo de ser una marioneta en manos del sue?o, parec¨ªa querer escapar de este modo a las trampas de la realidad.
As¨ª, al menos, lo consider¨® un comentarista tan l¨²cido como Stefan Zweig, del que se acaba de reeditar La lucha contra el demonio, un estudio comparativo de las vidas de Kleist, H?lderlin y Nietzsche (El acantilado). Al igual que estos dos ¨²ltimos, Kleist, para Zweig, encarna una personalidad "centr¨ªfuga", aquella que a medida que avanza en la vida destruye simult¨¢neamente todo parapeto y, en consecuencia, alej¨¢ndose siempre de cualquier posibilidad de centro, se adentra m¨¢s y m¨¢s en un exilio irreversible. Por oposici¨®n, la personalidad "centr¨ªpeta" -Goethe por encima de los dem¨¢s en el modelo de Zweig- convierte cada acto en un asentamiento, mientras que sus obras contribuyen, una tras otra, a reforzar su fortaleza.
Tal vez anticipando esta distribuci¨®n, no puede sorprender el hecho de que Goethe, atento siempre a la domesticaci¨®n de su demonio, juzgara despectivamente a la desbordada Pentesilea, mujer, seg¨²n ¨¦l, de "una casta singular" pero demasiado inquietante para protagonizar una obra de arte. La reina de las amazonas est¨¢, en efecto, como el propio Kleist, pose¨ªda por el demonio, es decir, en el lenguaje de Stefan Zweig, por la imposibilidad de construir un centro vital que le defienda de la sensaci¨®n obsesiva de jugar continuamente a todo o nada: "He buscado lo imposible. Me lo he jugado todo a un solo dado. Tengo que comprender que he perdido".
Los bi¨®grafos de Kleist insisten en la circunstancia de que el poeta, excelente flautista al parecer, encontr¨® un ¨²ltimo refugio en la m¨²sica. Quiz¨¢ la misma m¨²sica que escuchamos cuando leemos Pentesilea.
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