Novedades de ayer
Una de las orquestas alemanas de grande y larga tradici¨®n, la Filarm¨®nica G¨¹rzenich, de Colonia, dirigida por el norteamericano James Conlon, ofreci¨® el jueves al p¨²blico de Iberm¨²sica, en el Auditorio, dos obras importantes, pero apenas interpretadas, y la actuaci¨®n de la violinista de Filadelfia, hija de padres coreanos, Sarah Chang, quien con apenas 20 a?os est¨¢ a punto de convertirse en mito de la interpretaci¨®n actual.Hay en la historia de la m¨²sica europea una serie de autores un tanto aparcados, que fueron excelentes m¨²sicos y que, entre otros, ofrecen el inter¨¦s de circular entre el romanticismo tard¨ªo y el modernismo.
Son, entre otros, Goldmark, Schiling, Schreker, Franz Sch-midt o Alexander von Zemlins-ky y, aproximadamente, se integran en la fortuna y la desgracia de El mundo de ayer, evocado por Stefan Zweig. Goldmark (1830-1915) tuvo d¨ªas de gloria con su ¨®pera La Reina de Saba (1875), seguida de un Merl¨ªn sobre el tema art¨²rico que trat¨® tambi¨¦n Isaac Alb¨¦niz.
Maestr¨ªa
En su momento obtuvo aplauso el Concierto violin¨ªstico que ahora, en actitud de servicio a la m¨²sica, lleva en su repertorio Sarah Chang, una int¨¦rprete en la que maestr¨ªa y fascinaci¨®n se suman. Y no se sabe qu¨¦ admirar m¨¢s, si el avasallador virtuosismo o el encanto expresivo, la belleza sonora, el fraseo sutil¨ªsimo. La obra, planteada dentro de una forma evolutiva pero enraizada en las tradiciones mediatas e inmediatas, se beneficia por una orquestaci¨®n personal¨ªsima con soluciones que, a veces, sorprenden. Solista, orquesta y director obtuvieron un soberano triunfo.
Alexander von Zemlinsky (Viena, 1872-Nueva York, 1942) estuvo presente en el medio schoenbergiano y, como el autor de Mois¨¦s y Aaron, acab¨® su vida, muy tristemente, en el exilio americano de Larchmont. La sinfon¨ªa poem¨¢tica Die Seejunfgrau (La Sirenita), basada en la narraci¨®n de Andersen, se aproxima al universo ideol¨®gico y expresivo de Gustav Mahler, y escuchada hoy resulta tan objetiva como si no hubiera premisa literaria alguna.
Gran sinfonismo, todav¨ªa no gigantista, estructuraci¨®n que cuenta entre sus elementos constitutivos con el timbre entendido como color, se escucha con inter¨¦s. Sus bellezas son innumerables y transparentan el mundo problem¨¢tico de la ¨¦poca, el entorno y la circunstancia, que el compositor transmuta en arte elevado.
James Conlon y los magn¨ªficos profesores colonienses dominan la partitura, la explican con claridad y la conducen por v¨ªa de una brillantez espl¨¦ndida. Antes y despu¨¦s de las dos novedades, Conlon interpret¨®, con buena l¨®gica, dos c¨¦lebres p¨¢ginas wagnerianas: Los maestros cantores y el Preludio del acto tercero de Lohengrin. El p¨²blico habitual qued¨® satisfecho ante este bien pensado y realizado programa.
Babelia
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