El fantasma de Larra
El barrio de Santiago, levantado sobre los restos del primitivo caser¨ªo moz¨¢rabe de la ciudad, conserva un aire rom¨¢ntico y decimon¨®nico, que subraya la luz amarillenta de las primeras farolas que se encienden en esta l¨®brega y neblinosa tarde de invierno.El fantasma de F¨ªgaro atisba detr¨¢s de los cristales de la casa de la calle de Santa Clara en la que "el pobrecito hablador", despu¨¦s de haber apuntado sus afilados dardos contra los defectos de la sociedad de su tiempo, volvi¨® el ca?¨®n hacia s¨ª mismo y se levant¨® la tapa de los sesos.
Su joven cad¨¢ver fue expuesto en la cripta de la iglesia de Santiago, colindante a su casa, que ostenta una l¨¢pida conmemorativa de negros chafarrinones. En la entrada de la cripta hay otra l¨¢pida m¨¢s sencilla que recuerda el homenaje de sus colegas de la prensa en 1982.
La casa de Larra parece casi deshabitada, aunque sendas placas de lat¨®n adosadas al quicio de su puerta desmienten la impresi¨®n y anuncian las actividades profesionales de un despacho de abogados y de un agente de seguros.
Sin embargo, las puertas de la cripta de Santa Clara de la iglesia de Santiago est¨¢n abiertas de par en par e invitan a los escasos viandantes a participar en un mercadillo programado para financiar el viaje a Jerusal¨¦n de algunos j¨®venes de la parroquia el pr¨®ximo mes de marzo para participar en un encuentro con el Papa. El mercadillo lo est¨¢n terminando de desmontar dos activas feligresas, tambi¨¦n muy j¨®venes, con el cigarrillo en la mano.
El p¨¢rroco, don Antonio Sanz, que es un hombre de edad pero pragm¨¢tico y activo, ha transformado la cripta en sal¨®n parroquial, despojando el espacio de cualquier referencia f¨²nebre. Los tonos claros de los muros, el suelo de terrazo y los fluorescentes han secularizado definitivamente el lugar y crean un brusco contraste, con la atm¨®sfera que reina unos pelda?os m¨¢s arriba en la nave de la iglesia, con planta de cruz griega, donde la tenue iluminaci¨®n provoca inquietantes juegos de luces y sombras en las im¨¢genes, sobre todo en la tr¨¢gica y fantasmal talla de la madrile?¨ªsima beata Mariana de Jes¨²s, cuyo rostro, calcado de su mascarilla funeraria, muestra los estragos de la penitencia, la enfermedad y la automutilaci¨®n.
La iglesia neocl¨¢sica de Santiago se levant¨® con planos y dise?o de Juan Antonio Cuervo, disc¨ªpulo y ayudante de Ventura Rodr¨ªguez, sobre los solares de uno de los dos templos m¨¢s antiguos de la ciudad, citado en el Fuero de Madrid de 1202. El otro, el de San Juan Bautista, fundado, seg¨²n la tradici¨®n, por un emperador romano, se hallaba en la vecina plaza de Ramales, campo de batalla arqueol¨®gico y necrol¨®gico empantanado desde hace tiempo por las fosas y las zanjas de los que buscan los restos de Vel¨¢zquez entre los cimientos.
La plazuela de Santiago es apenas un ensanchamiento en este d¨¦dalo de calles perdidas entre la plaza de Oriente y la calle Mayor. Oscura y secundaria, afeada por alg¨²n edificio moderno y desangelado como el que alberga al Patronato de Turismo del Ayuntamiento, su presunta irrelevancia entre tanto monumento hist¨®rico quiz¨¢s haya servido para preservarla de remodelaciones y excavaciones.
La sencillez y armon¨ªa de sus cl¨¢sicas proporciones y la planitud de su fachada contribuyen a su inc¨®gito y s¨®lo permiten apreciar su belleza a los paseantes ociosos y a los buenos conocedores de la Villa, como Pedro F. Garc¨ªa Guti¨¦rrez y Agust¨ªn F. Mart¨ªnez Carbajo, autores de Iglesias de Madrid, que escriben: "De una elegancia exquisita es su sencillez, lo que la hace prevalecer entre todos los edificios que la rodean".
Por aqu¨ª estuvieron los palacios de los m¨¢s nobles linajes de Madrid y de reales dinast¨ªas, que cambiaron sus escudos nobiliarios por l¨¢pidas y placas recordatorias tachonadas sobre los muros de las nuevas edificaciones tras la "tabula rasa" efectuada por Jos¨¦ Bonaparte, el "rey plazuelas".
En la confortable prenumbra de esta iglesia casi circular deslumbra el gran cuadro que preside el altar mayor, obra del pintor madrile?o Francisco Ricci (1608-1685), que representa al santo titular a lomos de su caracter¨ªstico caballo blanco repartiendo estopa a un pu?ado de acrob¨¢ticos infieles que se debaten y retuercen a sus pies para escapar del escarmiento. Restaurado recientemente, el cuadro exhibe una mancha estrellada de pintura blanca, obra de un artista contempor¨¢neo y psic¨®pata que hace unos meses efectu¨® una razzia en varios templos de la ciudad y atent¨® contra su patrimonio art¨ªstico a huevazos pict¨®ricos, hasta que fue detenido.
Don Antonio, el p¨¢rroco, deshace la hip¨®tesis esbozada por el cronista, que en un primer momento hab¨ªa pensado en un atentado musulm¨¢n contra la atentatoria iconograf¨ªa santiaguina, vista con ojos de hoy como culmen de lo pol¨ªticamente incorrecto.
El cronista, guiado por la visi¨®n del p¨¢rroco, va descubriendo tambi¨¦n los tesoros y misterios de la iglesia, el luminoso lienzo de Carre?o que representa el bautismo de Cristo y las tallas de v¨ªrgenes patronas y santos milagrosos, entre las que hay obras se?eras de Bellver, San Mart¨ªn y Zamorano.
Llama la atenci¨®n don Antonio sobre otros aspectos m¨¢s prosaicos del templo, sobre la urgencia de reformar los tejados y la c¨²pula y combatir las humedades. La intemporal y recogida atm¨®sfera del templo, provisto de una caritativa calefacci¨®n, explica el p¨¢rroco, lo ha convertido en escenario de varias pel¨ªculas y los rodajes tambi¨¦n produjeron algunos desperfectos, aunque menos que el holl¨ªn que los cirios devotos fueron depositando sobre sus muros.
Desde hace un tiempo las agrupaciones corales de Madrid y su comunidad act¨²an en el templo los domingos por la tarde y el p¨¢rroco anota para la cr¨®nica c¨®mo en estas ¨²ltimas navidades llegaron a sumarse 13 coros entonando villancicos. M¨²sica celestial en el Madrid de los Austrias.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.