Compromiso
La reanudaci¨®n de los atentados terroristas obliga a reflexionar sobre el estado actual de la cuesti¨®n vasca, que tras la efectiva ruptura de la tregua parece haber entrado en un impasse. Excuso decir que los ¨²nicos culpables de los cr¨ªmenes son sus responsables directos, pero constatarlo no nos exime del deber de buscar m¨¢s explicaciones, examinando los factores pol¨ªticos que pudieron facilitar su injustificable comisi¨®n. ?Podr¨ªa haberse evitado la ruptura de la tregua con otros planteamientos pol¨ªticos de mayor eficacia preventiva? Prescindir¨¦, por supuesto, de cualquier consideraci¨®n t¨¦cnica en materia policial, que no es pertinente para el tipo de an¨¢lisis que planteo. Pues lo relevante es preguntarse en qu¨¦ medida las opuestas estrategias pol¨ªticas de nacionalistas y estatutarios han impedido lograr que la tregua se prolongase indefinidamente, hasta acabar por convertirse en definitiva e irreversible. ?Por qu¨¦ abort¨® el despegue del proceso de paz?Aqu¨ª suelen ofrecerse dos respuestas antit¨¦ticas. Los estatutarios acusan a los nacionalistas de plegarse al chantaje terrorista incentivando a ETA, al premiar con cesiones autodeterministas su amenaza coactiva de usar la violencia. Lo cual les ha encerrado en un c¨ªrculo vicioso, pues ante la ruptura efectiva de la tregua los nacionalistas se ver¨¢n obligados a profundizar en su suicida rendici¨®n incondicional, ofreciendo nuevas concesiones a ETA con la in¨²til esperanza de aplacar a la fiera: m¨¢s de lo mismo en la evang¨¦lica postura de ofrecer la otra mejilla, que siempre resulta ser una mejilla ajena. Y mientras no rompan el c¨ªrculo vicioso en que se han encerrado, los nacionalistas no tendr¨¢n m¨¢s salida que blindar Lizarra ante los atentados, acentuando su entendimiento con el brazo pol¨ªtico de los terroristas.
En el bando contrario se ofrece la sim¨¦trica explicaci¨®n opuesta. Para ellos, la ruptura de la tregua se debe al inmovilismo del Gobierno, que no supo tener cintura para negociar con ETA o no quiso hacerlo por razones electoralistas. Pero este argumento, as¨ª expresado en versi¨®n simplificada, presenta una debilidad l¨®gica, pues el Gobierno siempre mantuvo, por boca de Jaime Mayor Oreja, que s¨®lo se trataba de una tregua-trampa en la que no se deb¨ªa caer: as¨ª que no habr¨ªa inmovilismo sino prudencia para prevenir por anticipado la ruptura de la falsa tregua. Lo cual resulta veros¨ªmil, pero no anula otra posible versi¨®n m¨¢s sofisticada del argumento inmovilista, que es la que ofrece Joaqu¨ªn Almunia: si el Gobierno fracas¨® en su gesti¨®n pol¨ªtica de la tregua fue por su incapacidad para convencer al Partido Nacionalista Vasco, permitiendo que este partido se deslizase por la pendiente de la atracci¨®n secesionista. As¨ª que el inmovilismo de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar residi¨® en su impotencia para evitar que se abriera una fractura insalvable entre la ¨¦lite de poder vasca y la de Madrid, ofreciendo a ETA un fil¨®n pol¨ªtico bien f¨¢cil de explotar.
?C¨®mo salir del atolladero, superando este callej¨®n sin salida? A partir de los dos argumentos antes expuestos, se plantea un doble objetivo a cumplir. Por un lado, conviene ayudar al Partido Nacionalista Vasco a cortar el c¨ªrculo vicioso en el que se encerr¨®, o fue llevado a encerrarse. Y por el otro, hay que superar la brecha abierta entre el nacionalismo vasco moderado y el Gobierno de Madrid. Pero ambos prop¨®sitos se complementan dibujando una sola meta com¨²n, que es la de recuperar el consenso entre todos los dem¨®cratas nacionalistas y estatutarios. S¨®lo as¨ª se respetar¨¢ el modelo de democracia consociativa (o por consenso) que para Arend Lijphart es el ¨²nico aplicable a sociedades plurales y heterog¨¦neas como la vasca.
Es evidente que el pacto de Ajuria Enea ya no se puede reeditar, pues la historia no pasa en balde. Pero siempre se puede trabajar para recrear un nuevo compromiso com¨²n, no necesariamente basado en la autodeterminaci¨®n pero s¨ª, como el irland¨¦s de Stormont, en el libre consentimiento expl¨ªcito de la mayor¨ªa absoluta del censo. Como se?ala Bernard Manin, el consentimiento constituye la esencia de la democracia representativa. Pero no puede plantearse sin acabar previamente con todo residuo de coacci¨®n.
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