Por una democracia de mayor calidad
Woody Allen dijo en una ocasi¨®n que "el mejor r¨¦gimen para un pa¨ªs es una democracia, aunque el que tenemos en Estados Unidos no est¨¢ mal del todo". La frase merece ser recordada, porque revela la manera en que se nos presenta a los seres humanos el sistema democr¨¢tico a finales del siglo XX. A estas alturas, excepto en medios amantes de la extravagancia o muy alejados, por razones diversas, de la evoluci¨®n mayoritaria de las ideas, no hay otro r¨¦gimen aceptable desde cualquier punto de vista que la democracia. Pero ¨¦sta, en su funcionamiento habitual, nos resulta a los ciudadanos no s¨®lo poco digna de cualquier entusiasmo, sino incluso poco merecedora de atenci¨®n, quiz¨¢ porque su espacio efectivo se va reduciendo. La pol¨ªtica, por otro lado, da la sensaci¨®n de haberse convertido en una profesi¨®n que s¨®lo puede interesar a quienes viven de ella.Ello conduce a un creciente escepticismo respecto a los pol¨ªticos, los partidos y, lo que es m¨¢s grave, a la capacidad de la pol¨ªtica (democracia) para resolver sus problemas. Quienes suscribimos este art¨ªculo pensamos que, si queremos devolver a la pol¨ªtica la primac¨ªa que debe tener en una democracia fuerte, es preciso dar un paso adelante y que ¨¦ste s¨®lo puede tener como objetivo una participaci¨®n exigente de los ciudadanos. Ni la abstenci¨®n, ni la desidia ap¨¢tica, ni la milagrer¨ªa con pretensiones regeneracionistas, ni la condena sin paliativos a una opci¨®n pol¨ªtica acompa?ada de la exaltaci¨®n antag¨®nica de la contraria pueden ser soluci¨®n a estos problemas. En cambio, un debate a fondo sobre las cuestiones que se presentan de forma m¨¢s acuciante al conjunto de los ciudadanos en el momento actual y un llamamiento a los partidos para que les den una respuesta clara resulta un procedimiento adecuado en un sistema democr¨¢tico.
No es un ejercicio de masoquismo, sino de realismo, constatar que nuestra democracia tiene defectos objetivos; lo que llama la atenci¨®n es el escaso inter¨¦s en resolverlos. Se ha perdido la centralidad del Parlamento en la vida pol¨ªtica, y las comisiones de investigaci¨®n, en otro tiempo solicitadas con fervor, ahora han pasado a ser consideradas tan s¨®lo como un motivo de engorro imaginado por la oposici¨®n. En a?os pasados proliferaron propuestas de modificaci¨®n de la vida pol¨ªtica: llama la atenci¨®n que en la ¨²ltima legislatura no s¨®lo no se hayan abordado, sino que ni tan siquiera hayan sido sometidas a consideraci¨®n en un Parlamento en que la placidez s¨®lo ha sido interrumpida por ocasionales periodos de gresca. Ni reforma electoral para acercar a los representantes a los representados; ni del Reglamento del Congreso para hacer m¨¢s efectivo a ¨¦ste; ni ley de partidos que convierta a ¨¦stos en aut¨¦nticos partidos de los ciudadanos y no s¨®lo de grupos reducidos. Porque si algo caracteriza a los partidos es la esclerosis. Una experiencia que revitaliz¨® la vida partidaria como fueron las "primarias" tiene incierto el futuro, pues parece que ya nadie las desea, y, en vez de abrirse a los ciudadanos, se siguen planteando las cuestiones -listas, etc¨¦tera- en clave interna, con desasosiego del com¨²n.
Llama la atenci¨®n que desde hace a?os, con tan s¨®lo contad¨ªsimas excepciones, no se ha incorporado a ellos casi nadie que tenga una significaci¨®n social o profesional verdaderamente relevante en la vida espa?ola. Pero a esto, que era conocido y experimentado de anta?o, hay que sumar en los ¨²ltimos tiempos un manifiesto olvido de dos requisitos imprescindibles en la vida p¨²blica democr¨¢tica; la competencia y la ejemplaridad. Por m¨¢s que resulte obvio, es preciso recordar que no se puede aceptar sin m¨¢s que un alto responsable pol¨ªtico -un ministro, pongamos por caso- carezca de conocimientos elementales sobre las materias en las que tiene que tomar decisiones de primera importancia para los ciudadanos. De ello hemos tenido no pocos ejemplos en variadas direcciones. Tampoco es tolerable la falta de ejemplaridad en los comportamientos de los pol¨ªticos. En Espa?a da la sensaci¨®n de que la ¨¦tica del servicio p¨²blico pasa por una crisis ante el esc¨¢ndalo de la ciudadan¨ªa, que observa que los partidos no toman medidas dr¨¢sticas e incluso a veces cierran filas, cuando en realidad la mayor¨ªa de los pol¨ªticos son honestos, pagando as¨ª justos por pecadores.
En otro orden de cosas, ning¨²n partido est¨¢ exento de culpa en lo que respecta a la utilizaci¨®n sesgada de los medios p¨²blicos de comunicaci¨®n. A estas alturas resulta evidente que esta situaci¨®n -que adem¨¢s, frente a lo que suele decirse, no resulta tan habitual en Europa occidental- debe ser superada. RTVE no puede seguir siendo un instrumento meramente gubernamental, pues una informaci¨®n objetiva y veraz es fundamento de la democracia y derecho b¨¢sico de los ciudadanos. De otro lado, las privatizaciones no pueden convertirse en instrumento para pasar de un sector p¨²blico estatal a un sector privado gubernamental que admite, adem¨¢s, el esc¨¢ndalo de las stock options de Telef¨®nica, de efectos gravemente desmoralizadores.
Otro aspecto de nuestra vida pol¨ªtica que est¨¢ en peligro es el que ata?e a la voluntad de acuerdo en lo esencial -ll¨¢mese a esto consenso o no- en materias que exigir¨ªan el inter¨¦s del Estado. As¨ª, en una cuesti¨®n que resulta grave, inmediata y acuciante como es la que se refiere al Pa¨ªs Vasco, hemos presenciado una conflictividad permanente en declaraciones y tomas de postura entre los partidos que representan a la mayor¨ªa de la sociedad vasca y que coinciden de forma inequ¨ªvoca en los principios democr¨¢ticos. Esa situaci¨®n, que puede agravarse en plena campa?a electoral, es insensata, principalmente porque difunde un sentimiento gravemente desmoralizador en el conjunto de la sociedad espa?ola.
Queremos hacer una llamada al debate y a la participaci¨®n de los ciudadanos en un momento como el actual. No nos sentimos dotados de especiales m¨¦ritos para impartir doctrina, de modo que nuestra propuesta emana del sentido com¨²n de ciudadanos que observan que nada tendr¨¢ soluci¨®n si los partidos no ejercen en los meses de campa?a electoral, con exigencia y voluntad, su deber de aclarar y proponer soluciones concretas a los problemas colectivos. Una elecci¨®n no es un acto m¨¢s en las liturgias de la democracia, sino que constituye el centro de gravedad mismo de este sistema pol¨ªtico. La Constituci¨®n contiene los elementos de una democracia de calidad, incluso avanzada, pero la pr¨¢ctica pol¨ªtica actual no responde a la aspiraci¨®n que un d¨ªa manifest¨® la ciudadan¨ªa. Es hora de empezar a corregir esta situaci¨®n.
Este art¨ªculo tambi¨¦n est¨¢ firmado por Nicol¨¢s Sartorius, Javier Tussell, Xavier Folch, Pere Portabella, Jes¨²s Ruiz Huerta, Joan Subirats, Jos¨¦ Juan Toharia, Antoni Puigvert, Joaqu¨ªn Araujo, Antonio Fraguas (Forges) y Josep Maria Vall¨¨s.
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