La tragedia del rey Kohl.
De la noche a la ma?ana, el rey Kohl se ha convertido en el rey Lear. Irremediablemente, la ca¨ªda pol¨ªtica de Helmut Kohl tiene que ser descrita en los t¨¦rminos de la tragedia cl¨¢sica. El justo castigo sigue a la insolencia. Hace dos meses, en el d¨¦cimo aniversario de la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, Kohl parec¨ªa el h¨¦roe nacional indiscutible. Cuando pase¨® bajo los tilos, como el antiguo k¨¢iser, la gente se le acercaba s¨®lo para tocarle la manga. Era como si todav¨ªa creyera en el toque real.Veinticinco a?os como l¨ªder del partido, 16 como canciller, el arquitecto de la reunificaci¨®n alemana y de la uni¨®n monetaria europea: un hombre que hab¨ªa influido en Alemania como ning¨²n otro desde Konrad Adenauer. Y ahora, la deshonra. Abandonado por la c¨²pula de su partido [la Uni¨®n Cristiana Democr¨¢tica, CDU], acosado por investigaciones parlamentarias y penales, objeto de burlas en la prensa, que le llama Don Kohleone, el padrino de Alemania.
En la tragedia cl¨¢sica, las causas del desenlace fatal del h¨¦roe se hallan profundamente relacionadas con la estructura de su sociedad y del mundo en el que vive. Y lo mismo sucede aqu¨ª. La cosa por la que Kohl ha ca¨ªdo no es un aspecto casual y tangencial de su estilo de gobierno.
Lo que se ha dado en llamar el sistema de Kohl estaba basado en la pol¨ªtica de los contactos personales. Esto era cierto -en provecho de Alemania y de Occidente en su conjunto- en la pol¨ªtica internacional. Sin los lazos de amistad de Kohl con Gorbachov y con Bush no habr¨ªa habido reunificaci¨®n alemana, ni un final pac¨ªfico de la guerra fr¨ªa. Era todav¨ªa m¨¢s cierto en Alemania y, por encima de todo, en su propio partido democristiano.
Sol¨ªa pasarse horas al tel¨¦fono, tanteando, adulando, engatusando y reprendiendo a sus jefes de partido provinciales y a sus lugartenientes. Hab¨ªa promesas de favores, incluidos, como hemos podido ver ahora, pagos adicionales para campa?as electorales y cosas por el estilo. Conocimiento equival¨ªa a poder, y un jugador de p¨®quer nunca revela sus cartas. Y Kohl sigue dando su "palabra de honor" para proteger el anonimato de los donantes frente a las exigencias de la ley, la Constituci¨®n y la c¨²pula de su partido.
Tambi¨¦n guarda relaci¨®n con la estructura profunda del mundo en que se mov¨ªa. Aqu¨ª se puede hacer una comparaci¨®n v¨¢lida con Italia. En estos Estados de primera l¨ªnea de la guerra fr¨ªa, ambos enfrentados a unos partidos comunistas fuertes (el italiano, dentro del propio Estado; el alem¨¢n, con un peque?o Estado propio), los democristianos estaban convencidos de que libraban una guerra justa... por la democracia, la libertad y el capitalismo.
Alegaban que esto consagraba unos m¨¦todos que no podr¨ªan defenderse tan f¨¢cilmente en tiempos de paz. El fin justificaba los medios.
A lo largo de las d¨¦cadas, la corruptora intimidad entre la gran empresa y la pol¨ªtica fue haci¨¦ndose m¨¢s grande. A menudo se afirma que la corrupci¨®n es principalmente un fen¨®meno del sur de Europa. Pero aqu¨ª, en el centro del norte europeo protestante, era corriente que los empresarios distribuyeran pagos y alicientes a?adidos, en dinero contante y sonante, en sobres normales. A los pol¨ªticos nacionales. A los pol¨ªticos extranjeros (las empresas alemanas son famosas por la generosidad de sus sobornos, y los sobornos en el extranjero eran hasta hace poco un gasto deducible fiscalmente). A los amigos, clientes y empleados. La envergadura de estos pagos hacen que la sordidez brit¨¢nica, a la Hamilton y Al-Fayed, parezca cosa de chicas. La pr¨¢ctica era extendida, muy conocida, y negada por todos. Recuerdo haber visto a un artista de cabar¨¦ en televisi¨®n intentando que el p¨²blico cantara con ¨¦l una canci¨®n sobre Alemania, Corruplandia. El p¨²blico se qued¨® de piedra.
El caso que ha hecho caer a Kohl se remonta a la d¨¦cada de los noventa. Pero antes ya hab¨ªa estado a punto. En 1984, su autoridad se tambale¨® a causa del llamado asunto Flick. Se supo que la aristocr¨¢tica cabeza de la empresa Flick, Eberhard von Brauchitach, hab¨ªa estado repartiendo entre los principales pol¨ªticos grandes cantidades en met¨¢lico. Lo denominaba "equipar a los caballeros de Bonn". Uno de los receptores de sobres con dinero en efectivo fue Helmut Kohl.
El predecesor de Kohl como l¨ªder de los democristianos, Rainer Barzel, tuvo que presentar su dimisi¨®n como presidente del Bundestag despu¨¦s de que se descubriera que Flick le hab¨ªa "equipado" con m¨¢s de cien millones de pesetas. De hecho, hubo indicaciones de que pod¨ªa haber sido una recompensa por renunciar a su cargo como l¨ªder del partido y ceder el paso a Helmut Kohl. (Las notas manuscritas de Brauchitach se refer¨ªan a una Aktion Kohl, que al parecer quer¨ªa decir auparle al liderato.) De ser eso cierto, entonces da la impresi¨®n de que Kohl debi¨® su ascenso, y ahora su ca¨ªda, a "contribuciones" financieras secretas.
La sombra de Flick es larga. Una atracci¨®n secundaria en el drama que se desarrolla est¨¢ protagonizada por un ex ministro del Interior conservador, Manfred Kanther. Ahora ha reconocido haber desviado m¨¢s de 1.000 millones de pesetas de fondos democristianos a cuentas en bancos suizos en la ¨¦poca del asunto Flick. El dinero crec¨ªa tranquilamente y luego se sacaba para contribuir a las campa?as de los democristianos en el Estado federal de Hesse, mientras Kanther, como el Michael Howard alem¨¢n, predicaba la ley, el orden y la rectitud moral. Una de las especulaciones sobre los misteriosos donantes de Kohl es que pudieron ser cuentas bancarias parecidas que conten¨ªan dinero cuyo origen se remontaba al periodo de Flick.
Son cosas sorprendentes que han hecho que la popularidad de los democristianos y su actual l¨ªder, Wolfgang Sch?uble, caiga en picado en los sondeos de opini¨®n. El a?o pasado, el que estaba en crisis era el Gobierno socialdem¨®crata de Gerhard Schr?der y los democristianos volv¨ªan con fuerza en una serie de elecciones estatales. Ahora parecen dispuestos a recibir una paliza en dos enfrentamientos importantes, Schleswig-Holstein y el enorme Estado de Westfalia del Norte. Puede que al electorado alem¨¢n no le sea del todo ajeno eso de recibir dinero en sobres corrientes, pero no le gusta que a sus l¨ªderes les pillen haciendo lo mismo.
Todav¨ªa no me creo el apocal¨ªptico an¨¢lisis seg¨²n el cual esta crisis enviar¨¢ a los democristianos de Kohl por el mismo camino que a los italianos de Giulio Andreotti hasta el olvido. Pero tambi¨¦n es verdad que nadie hab¨ªa previsto ni siquiera esto. Kohl ha dominado el partido durante veinticinco a?os y lo hab¨ªa llenado con protegidos suyos, como un se?or feudal. La renovaci¨®n va a ser un asunto lento, que implicar¨¢ casi con toda seguridad pasar de la siguiente generaci¨®n inmediata de Sch?uble y Volker R¨¹he hasta sus nietos, igual que los conservadores brit¨¢nicos se pasaron al joven William Hague. Pero, como hemos podido ver, eso tampoco ayuda necesariamente.
En cuanto al viejo rey Kohl, no hay duda de que su cap¨ªtulo en los libros de historia ser¨¢ diferente del que habr¨ªamos escrito hace tan s¨®lo un mes. Parece extremadamente improbable que haya cometido ning¨²n tipo de ofensa criminal. Pero, bas¨¢ndonos en la evidencia de lo que ya ha reconocido, ha violado no s¨®lo la ley que rige los partidos pol¨ªticos, sino tambi¨¦n la Constituci¨®n, que estipula expresamente que los partidos pol¨ªticos "deben rendir cuentas p¨²blicamente de las fuentes de sus fondos". El que un canciller viole la Constituci¨®n, en una democracia basada en una Constituci¨®n escrita, en vez de en la historia y los precedentes, es lo mismo que si un primer ministro brit¨¢nico pegara un pu?etazo a la reina en las escaleras de St. Paul.
Pero sospecho que, cuando se calme la borrasca, esto no va a cambiar su lugar en la historia tanto como uno podr¨ªa pensar. Una de las discusiones m¨¢s antiguas en la historia es la de la naturaleza del "gran hombre". ?Es una categor¨ªa moral? ?O es simplemente una medida de su impacto en los asuntos humanos, para bien o para mal? Hasta los que son positivamente "grandes hombres" tienden a tener grandes faltas. Nos sentimos desconcertados por la forma en que [Winston] Churchill escribi¨® sobre [Charles] De Gaulle, o por las maniobras con frecuencia c¨ªnicas de [Franklin Delano] Roosevelt.
Ahora se est¨¢n descubriendo las grandes faltas de Kohl, un gran hombre en todos los sentidos. Pero, siguiendo el criterio de los "grandes hombres" del pasado, apenas impresionan. Sobre todo cuando se comparan con sus logros: liderar la consolidaci¨®n de Alemania Occidental como una democracia madura y estable; aprovechar la oportunidad para una reunificaci¨®n pac¨ªfica; incorporar a 17 millones de nuevos ciudadanos, que nunca hab¨ªan conocido la democracia, a la gran rep¨²blica federal; introducir firmemente a la Alemania unida en las estructuras m¨¢s amplias de la cooperaci¨®n europea y transatl¨¢ntica. Hay que ajustar la cuenta de resultados. Pero ni un Nixon ni un Andreotti, y ni mucho menos un rey Lear o un Don Corleone, podr¨ªan mostrar un balance tan positivo cuando, con la debida humildad, la que tienen que tener los poderosos, se aproximen a las nacaradas puertas de la historia.
Timothy Garton Ash es escritor y profesor en el Saint Anthony's College de Oxford.
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