El complejo de M¨²nich
Catorce gobiernos de la UE han decidido tomar medidas bilaterales contra un Gobierno austriaco en el que entra ese nuevo extremo de la derecha que representa el partido de J?rg Haider. Tolerancia cero con este tipo de movimientos. Es un nuevo paso en el derecho o deber de injerencia en los asuntos internos de otro Estado (aunque la injerencia es la vida misma de la construcci¨®n europea); una ramificaci¨®n del mismo principio que alimenta el caso Pinochet (y en cierto modo compensaci¨®n por su previsible desenlace). Los valores por delante, pues, efectivamente, esta Europa no se debe construir al margen de unos valores. Todo parece muy correcto. En principio, muy bien. En realidad, un disparate.La decisi¨®n de los Catorce ha sido precipitada, y resultar¨¢ dif¨ªcil de gestionar. Pues una cosa es criticar, p¨²blicamente como lo hizo ayer la Euroc¨¢mara o disimuladamente por v¨ªa diplom¨¢tica, y otra tomar medidas concretas contra un gobierno, al fin y al cabo salido de las urnas. No se trata ya de recordar c¨®mo esta Europa apoy¨® en 1992 el golpe de Estado en Argelia porque un partido que supuestamente iba contra la democracia, el Frente Isl¨¢mico de Salvaci¨®n (FIS), iba a ganar unas elecciones. Y luego pas¨® lo que pas¨®. Con las mejores intenciones, se pueden generar situaciones perversas, cuando no se respetan las reglas de juego previamente pactadas.
Un partido de ese nuevo extremo de la derecha, la Alianza Nacional, particip¨® en el Gobierno italiano de 1994 a 1996 y entr¨® en el Bloque del Polo en las ¨²ltimas europeas, y la UE no se movi¨®. Italia era un pa¨ªs grande y Austria un pa¨ªs peque?o, aunque importante dada su posici¨®n geogr¨¢fica en una Europa de flujos postmuro de Berl¨ªn. Pero la nueva injerencia que se dibuja es la de grandes en peque?os. No al rev¨¦s. En Austria, Haider est¨¢ m¨¢s fuerte que nunca. Al tiempo, se sataniza al conjunto de un pa¨ªs, cuyas reglas democr¨¢ticas est¨¢n protegidas por su propia Constituci¨®n y por la UE. Si se saliera de esos l¨ªmites, ser¨ªa otra cosa. De momento, Haider ya ha aceptado algunos postulados, como el euro, que antes rechazaba. ?Educa la proximidad al poder?
Aunque se compartan las preocupaciones que despierta Haider, los Catorce se han metido en un camino dif¨ªcil de recorrer. Pueden acordar reducir las relaciones bilaterales con Viena, pero dentro de la UE, a diario tendr¨¢n que tratar con los austriacos. M¨¢s a¨²n cuando se va a abrir la Conferencia para la reforma de los Tratados y se va a impulsar las negociaciones para la ampliaci¨®n de la UE al Este. dado el requisisto de la unanimidad, en ambos terrenos Austria tiene una llave. Austria puede vivir con el castigo bilateral. La UE no podr¨¢ vivir contra Austria. La Comisi¨®n de Prodi -al menos los m¨¢s razonables de sus miembros- lo ha entendido bien, y, con moderaci¨®n, ha intentado salvarse a s¨ª misma. Pues, de paso, los Catorce, se han saltado todos los procedimientos, y en nombre de combatir el antieurope¨ªsmo de Haider han socavado las instituciones comunitarias. La UE tiene la posibilidad de castigar a un Estado a posteriori, por su comportamiento; no por sus intenciones. Adem¨¢s, el camino abierto puede llevar a la injerencia en todos los niveles, incluso hasta ayuntamientos en cuya gesti¨®n participe EH o el Frente Nacional de Le Pen. Es un nuevo terreno, explorable desde la Idealpolitik, pero de imposible gesti¨®n, y que puede llevar a repudiar Gobiernos simplemente porque no gusten. La tolerancia exige ser tolerante con el intolerante, y la democracia actuar para que ¨¦ste no gane elecciones. En Austria, no se ha sabido hacer. A Haider no le han ayudado s¨®lo las ansias del conservador Sch¨¹ssel por llegar a Canciller, sino tambi¨¦n el ala izquierda del partido socialdem¨®crata y los sindicatos que han querido dinamitar el liderazgo de Klima.
Muchos de los Catorce deb¨ªan saber que su advertencia era in¨²til, que incluso pod¨ªa hacer inevitable la formaci¨®n de ese Gobierno de coalici¨®n azul-parda. Su gesto no estaba dirigido a impedirlo. A muchos, impulsados por Schr?der y Chirac en primer lugar, les conven¨ªa por razones de pol¨ªtica interna dar ese paso, para ahuyentar o frenar a sus propios demonios: los franceses a Le Pen; los italianos a su extrema derecha; Aznar para su patena centrista, para el problema vasco, y para situarse en Europa... ?sa no es la Europa pol¨ªtica que algunos creen ver nacer, sino la Europa de unos pol¨ªticos que m¨¢s que liderazgo dan la sensaci¨®n de actuar antes de pensar. Quiz¨¢s porque son presa de un complejo de M¨²nich, pese a que a todos ellos 1938 les queda ya lejano: el miedo de los actuales l¨ªderes en Europa a ser acusados de apaciguamiento, ayer frente a Milosevic -ah¨ª sigue-, o ahora frente a Haider. Ambos personajes resultan execrables. Pero no son ning¨²n Hitler. Y en todo caso, la demagogia contra la demagogia tambi¨¦n es demagogia.
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