Oda a la 'chuche'
Los adultos las llaman golosinas. Los adolescentes, gominolas. Los ni?os, chuches. Pertenecen a la familia del caramelo, entendido como un universo abierto a m¨²ltiples derivaciones de materia inorg¨¢nica viscosa y dulce. Siempre han estado de moda, pero ahora han ampliado su red de distribuci¨®n y uno puede encontrar grandes alijos de chuches en centros comerciales, aeropuertos, tiendas especializadas o vest¨ªbulos de multicines. Casi siempre les acompa?a una representaci¨®n minoritaria de frutos secos y, en ocasiones, ruidosas y pestilentes m¨¢quinas de fabricar palomitas. En bolsa o a granel, la chuche no alimenta pero estimula. Una vez en la boca, nos retrotrae a la infancia y qui¨¦n sabe si tambi¨¦n a un futuro en el que todos los alimentos ser¨¢n as¨ª: blandos y extra?os. Su precio es asequible. La bolsa de 125 gramos se paga a 165 pesetas mientras que la cotizaci¨®n del kilo de golosina a granel se mantiene en unas razonables 1.500 ptas.La chuche es un peligro. Uno empieza comi¨¦ndose una, pero no basta y hay que reincidir con m¨¢s, hasta hartarse y sentir, en el fondo del est¨®mago, un leve vaiv¨¦n cercano al mareo. Si, por curiosidad, tiene usted la tentaci¨®n de acercarse a una bolsa de chuche industrial y comprobar la lista de componentes, no se asuste: jarabe de glucosa, az¨²car, agua, gelificante (almid¨®n modificado o de ma¨ªz y gelatina), acidulante (¨¢cido c¨ªtrico, aromas, colorantes -E104, E110, E122, E131, E153-), agentes de recubrimiento (aceite vegetal, cera de abeja, cera carnauba). La chuche es as¨ª. Parece simple, pero no lo es. Sus efectos son letales. Uno entra en un cine y se pone ciego de chuches -?y cu¨¢n doloroso resulta comprobar que s¨®lo nos queda una, la ¨²ltima, y saber que la haremos durar y la miraremos a contraluz, hermoso osito amarillo!- y, de repente, la pantalla se llena de un caballero sin cabeza decapitando a pobres desgraciados perdidos en un bosque de nieblas. Son alucin¨®genos infantiles, la antesala de vicios mayores que nunca alcanzar¨¢n la intensidad de ¨¦ste, en el que uno recae c¨ªclicamente, como si quisiera revivir aquel cruel momento en el que nuestra madre dijo: "No entiendo c¨®mo pueden gustarte estas porquer¨ªas" ("?y tus ri?ones al jerez, qu¨¦?", pensamos sin atrevernos a decirlo).
Reproducci¨®n en goma de personajes de dibujos animados, botellas de cola en miniatura, ositos, cocodrilos, pl¨¢tanos, estrellas, un mundo de derivados que compiten en atractivo y densidad de az¨²car. El nombre industrial de la chuche es, en principio, caramelo de goma, aunque algunos fabricantes se atreven a anunciarlos como gomas a secas. Los adultos acompa?an a sus hijos a comprarlas y les ayudan a llenar la bolsa. De reojo, vigilan la elecci¨®n del cr¨ªo y, al final, imploran: "?Me das una?".
Chuche, que nombre m¨¢s cursi. Proviene de chucher¨ªa, que suena a capricho cuando no lo es. Capricho es el pollo, la patata, la ternera, el pescado. Pero la chuche, la aut¨¦ntica, mezcl¨¢ndose en una bolsa de celof¨¢n, compartiendo viscosidad en distintos formatos, nunca puede ser un capricho. Lentamente gana terreno. El fruto seco nota que le van marginando de los expositores. La chuche aprieta. En el Centro Costa Salguero de Buenos Aires se organiz¨®, en marzo del a?o pasado, el sal¨®n Expogolosina 99, un acontecimiento que lleva 13 temporadas en cartel. Mayoristas, importadores uruguayos, paraguayos, chilenos, brasile?os, colombianos y venezolanos acudieron para intercambiar informaci¨®n acerca de la chuche. Parece poca cosa, un vulgar manjar de serie B, pero es lo bastante importante para estar en Internet (www.imfoc.com/espanol/golosinas). Me parece estar vi¨¦ndolos: jefazos de empresas de chuches reunidos alrededor de una mesa y traficando con corazoncitos de goma, contenedores llenos de ara?as y trenzas blandengues, jug¨¢ndose el trabajo por unos millones de chuches de m¨¢s o de menos, exigiendo un mejor asiento en el avi¨®n y gritando: "?Usted no sabe con qui¨¦n est¨¢ hablando! ?Soy el mayor fabricante de chuches de [pongamos] Grecia!". Parece inofensiva, pero no lo es. "Si te portas mal, te quedas sin chuche", amenaza el padre. Y el hijo, aterrado ante semejante posibilidad, cambia, obedece, porque no se imagina el mundo sin chuches, la vida sin chuches, no, por favor, sin chuches no.
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