Nueva trola de angelitos blancos
ENVIADO ESPECIAL?ltimamente, cuando Wim Wenders no tiene a mano un trabajo ajeno en el que entrar como un elefante en una cristaler¨ªa y en su destrozo chupar rueda de los talentos de artistas muy superiores a ¨¦l, entonces acude a su propia cantera de ficciones teologales y metaf¨ªsicas y la cosa se nos pone todav¨ªa peor.
En Rel¨¢mpago sobre el agua, M¨¢s all¨¢ de las nubes y Buena Vista Social Club quedaban restos de las magn¨ªficas sombras de Nicholas Ray, Michelangelo Antonioni y Ry Cooder, y eso es algo. Pero el pen¨²ltimo filme de Wim Wenders con ficci¨®n propia, el pl¨²mbeo y deleznable El fin de la violencia y ¨¦ste que acaba de traer desde Los ?ngeles a Berl¨ªn, El hotel de un mill¨®n de d¨®lares, que es una de las cursiler¨ªas m¨¢s relamidas de que hay noticia en el cine reciente, son s¨®lo sombras de s¨ª mismo, sombras por tanto de nada o casi nada.
Parece insensato, por demasiado contradictorio, abrir esta 50? Berlinale, que pretende ser un golpe de cine futuro en el marco arquitect¨®nico futurista de la nueva Potsdamerplatz, con dos horas de celuloide viejo y caduco. Pero lo cierto es que el peso del nombre de Wenders dentro de la enormidad del vac¨ªo del cine alem¨¢n actual parece que ha decidido la cuesti¨®n.
Wenders es muy influyente, directa e indirectamente, en la Berlinale, lo mismo si se le toma como productor que como gran nombre, derivado de su condici¨®n de principal animador de la Academia Europea del Cine. Y esto le permite imponer criterios y sacar escaparates y premios con sacacorchos, aunque como cineasta no haga desde hace tiempo m¨¢s que repetir una y otra vez la inanidad angelical de El cielo sobre Berl¨ªn, a su vez heredera de la mentira de Par¨ªs, Texas, pel¨ªcula sobrevalorada hasta el delirio y que es en la que Wenders comienza a vendernos las mercanc¨ªas seudopo¨¦ticas averiadas en que hoy es un experto traficante, y de la que El hotel de un mill¨®n de d¨®lares es un caso eximio, dif¨ªcilmente superable, ya que en algunas de sus escenas buscadamente ingenuistas, el canto de Wenders a la inocencia se aproxima involuntariamente a una santificaci¨®n de la bobada, y los personajes dejan de ser et¨¦reos ¨¢ngeles para convertirse en pesados necios, gente no inocente y c¨¢ndida sino insoportable, mema.
El esquema argumental y el entramado social que se mueve detr¨¢s se acerca peligrosamente a la comicidad involuntaria. Por bien disimulada que est¨¦ la simploner¨ªa, la risita inoportuna brota como un jarro de agua fr¨ªa. La bonita m¨²sica, el dineral de la producci¨®n y el lujoso reparto dan el pego durante alg¨²n tiempo. A la media hora, vista la soser¨ªa y la endeblez del juego, ya est¨¢ todo visto. Y queda hora y media de tedio, que ni Mel Gibson, interpretando con comprensible conocimiento de causa a un polic¨ªa fascista, ni la guapa Milla Jovovich interpretando a una puta arcang¨¦lica, logran atenuar.
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