?Oh, no!
MANUEL TALENS
S¨¢bado por la ma?ana. Despu¨¦s de tomar el desayuno, nuestro hombre descuelga el auricular para llamar a un amigo. No hay l¨ªnea. Lo intenta de nuevo. Nada. Media hora despu¨¦s, como el tel¨¦fono sigue muerto, apunta en un papel el n¨²mero de atenci¨®n al cliente de su compa?¨ªa, 900 111 020, y baja a una cabina de la calle. Le responde la grabaci¨®n de una voz femenina y susurrante: "Buenos d¨ªas, bienvenido a Ono". Al cabo de unos segundos, una simp¨¢tica telefonista le asegura que va a pasar de inmediato una nota urgente al servicio t¨¦cnico y que su problema ser¨¢ solucionado sin tardar.
Domingo por la noche. Todav¨ªa sin tel¨¦fono. Nuestro hombre regresa a la cabina de la calle. La se?orita de Ono se disculpa y le aclara que sus t¨¦cnicos no trabajan en fin de semana, que espere hasta al d¨ªa siguiente a las nueve.
Lunes, once de la ma?ana. Nuestro hombre empieza a ponerse nervioso. La telefonista, con una exquisita amabilidad, le dice que pasar¨¢ una nueva nota urgente al servicio t¨¦cnico. Le pide un n¨²mero de contacto para tenerlo al tanto. Un poco m¨¢s tranquilo, el sufrido cliente se lo da.
Martes, tres de la tarde. Nuestro hombre, que utiliza el tel¨¦fono como herramienta de trabajo y hace ya cuatro d¨ªas que est¨¢ empantanado, abronca a la se?orita de Ono, que le da la raz¨®n y comprende su nerviosismo. Psic¨®loga, la se?orita. Nueva nota urgente al servicio t¨¦cnico.
Mi¨¦rcoles, hora indefinida del mediod¨ªa. Nuestro hombre anda ya por la cabina telef¨®nica de la calle como por su casa. Ha perdido la cuenta de las veces que ha llamado a Ono. Hasta se sabe ya el n¨²mero de memoria: 900 111 020. Empieza a dolerle la ¨²lcera de est¨®mago. En su desesperaci¨®n, ha hablado con otra gente que se pas¨® hace unos meses a la nueva compa?¨ªa valenciana. Le cuentan historias de horror. Al parecer, en caso de aver¨ªa la ¨²nica manera de que la arreglen con celeridad es presentarse en las oficinas del carrer dels Gremis y armar un cisco o amenazarlos con una denuncia.
Entretanto, nadie de Ono lo ha llamado al n¨²mero de contacto. (?Oh, no!, se dice nuestro hombre. ?Existe Ono? ?Ser¨¢ realidad virtual, como las fantasmadas del Zaplana?) Llama de nuevo a la se?orita y le advierte que va a escribir cartas a la prensa y a llamar a la tertulia de Luis del Olmo.
Cuatro de la tarde. Un t¨¦cnico subcontratado, con uniforme de Alcatel, le restituye la l¨ªnea y se va. Pocas horas despu¨¦s, vuelta a empezar: tel¨¦fono mudo, llamada desde la calle al 900 111 020, se?orita simp¨¢tica, nota urgente... y nuevo fin de semana incomunicado. Diez d¨ªas de trabajo perdidos y nuestro hombre, al borde del colapso, sigue sin l¨ªnea.
Le entran dudas existenciales sobre si hizo bien en mandar al carajo a Telef¨®nica cuando el pelotazo de las stock options de Villalonga, el amiguete de Aznar. Se pregunta si hemos ganado algo con esta proliferaci¨®n de compa?¨ªas surgidas a la rebati?a, que a la hora de la verdad, cuando aparecen los problemas, dan un servicio tercermundista.
Moraleja: si usted no quiere ni oler lo que el PP ensucia con sus manos, lo felicito, escogiendo a Ono ha escogido a Herodes. Ahora tiene dos alternativas, esperar a que el d¨ªa menos pensado le d¨¦ un infarto del berrinche o regresar al redil de Telef¨®nica, es decir, a Pilatos. De algo hay que morir en el mercado libre.
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