Las dos versiones
JULIO SEOANE
?Qu¨¦ campa?a? Al menos hasta el d¨ªa de hoy, afirmar que en Valencia no hay campa?a, precampa?a o como prefieran llamarlo, no significa tener informaci¨®n privilegiada. Simplemente, es un secreto a voces. M¨¢s dif¨ªcil resulta conocer las razones de ese desplante pol¨ªtico.
Algunos dicen que no es necesaria mucha participaci¨®n, que no les conviene. Una mezcla de fantas¨ªas t¨¦cnicas y de elitismo democr¨¢tico. Otros se inclinan por el conocido argumento de que estas elecciones son cosas de Madrid, que nos afectan poco. Y todav¨ªa otros, a¨²n pensando que son importantes para todos, creen que lo resolver¨¢n desde Madrid. En cualquier caso, sentimientos de impotencia, sensaci¨®n de que no controlamos nuestro propio entorno social y pol¨ªtico. Y nadie que se empe?e en cambiar estos sentimientos, aunque muchos valencianos est¨¢n comprometidos con los grandes partidos y hasta los hay en puestos de cierta responsabilidad. De momento, en Valencia no hay campa?a. Hasta ahora, los valencianos nos limitamos a proporcionar tropa y avituallamiento a las elecciones del 2000.
?Que campa?a! La otra versi¨®n. Desde sus comienzos, est¨¢ fluctuando entre el histrionismo y la tragedia, todo menos la machacona rutina de las campa?as tradicionales de propaganda. Est¨¢ marcada, hasta ahora, por la estridencia de amores insospechados y divorcios culpables.
Comienza con el divorcio de la raz¨®n de los que nunca est¨¢n en tregua, y que contin¨²an estos d¨ªas ejerciendo de inquisidores que deciden sobre la vida y la muerte. Luego nos sorprenden con los amores ocultos entre Frutos y Almunia, cuyas cartas se alejan del programa, programa, programa, pero est¨¢n pujantes de ilusi¨®n, esperanza, ¨¢nimo, compromiso y ganas de compartir, palabras utilizadas por ellos y que sugieren m¨¢s los ardores de la adolescencia que una planificaci¨®n concreta. Llegan despu¨¦s las relaciones entre bancos y telef¨®nicas, cuyo vigor h¨ªbrido nos sorprende, pero con unas consecuencias sociales y pol¨ªticas desconocidas para todos, como casi siempre ocurre con los amores prohibidos. Le sigue el divorcio de Pimentel, que convierte un error propio en un arma contra los suyos, un arte que s¨®lo conocen los que sobreviven a la historia, atravesando siglos, pol¨ªticas y culturas.
De momento, asistimos a unos comienzos de campa?a que transcurre entre interrogantes y admiraciones, entre inc¨®gnitas y sorpresas, nada que se parezca al t¨ªpico y rutinario comportamiento electoral. Y todav¨ªa faltan 17 d¨ªas. ?Jesusito de mi vida...!
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