?Ch¨¦ cosa fai, Ancelotti?
A veces un partido es algo m¨¢s que una cuenta de goles a la que, despu¨¦s de repasar nuestra vieja colecci¨®n de etiquetas, le colgamos una explicaci¨®n. A veces el f¨²tbol castiga a quienes organizan un forcejeo entre veintitantos patanes, nos entregan una moneda oxidada y nos dicen Disfr¨²tala: has ganado por uno a cero. A veces el f¨²tbol, que es en buena medida un dominio del azar, se sale de su perfil aleatorio y premia a quienes no se conforman con entenderlo como un accidente ni como una reyerta, sino como una excusa para el recreo.A veces, el f¨²tbol se llama Ancelotti y tiene un inconfundible belfo de mast¨ªn. Sus valedores suelen ser tipos adustos que exigen descomunales inversiones en figuras, aunque nadie sabe muy bien por qu¨¦. Su ciclo es el siguiente: tiran de chequera, se las arrebatan al enemigo y finalmente, en un s¨²bito ataque de hidrofobia, las postergan en favor de los funcionarios m¨¢s fieles y mediocres. Un a?o m¨¢s tarde, ll¨¢mense Kanu, Zola, De la Pe?a, Laudrup o Bergkamp, convenientemente desfiguradas, parten para el destierro, y en el mejor de los casos terminan haciendo un curso de rehabilitaci¨®n en el f¨²tbol ingl¨¦s.
En esta ocasi¨®n, como de costumbre, Ancelotti afrontaba los octavos de final de la Copa de la UEFA con el cr¨¦dito que pod¨ªa desprenderse de su cuenta de resultados: despu¨¦s de sumar una enorme fuerza creativa, despu¨¦s de reunir en la misma plantilla a Zidane, Del Piero, Inzaghi, Oliseh y Kovacevic, presum¨ªa de gobernar el calcio gracias a su habilidad para la cerrajer¨ªa. Por lo visto, la campa?a de la Juve no pasar¨ªa a la historia por la excelencia de sus malabaristas, ni por el esplendor de sus artilleros; su gloria consist¨ªa en que los equipos contrarios solo le hab¨ªan marcado once goles. Qu¨¦ divertido.
Ahora, puesto que deber¨ªa eliminar al Celta, uno de esos equipitos espa?oles atrapados en cierto principio arcaico que consiste en jugar la pelota, administrar¨ªa convenientemente la aportaci¨®n de sus genios: bastar¨ªa con echarle al partido unos gramos de Del Piero, y quiz¨¢ unas onzas de Kovacevic, para que el tinglado Celades-Makelele-Mostovoi se desplomase a los pies de su Vecchia, ma artr¨ªtica, Signora. En un principio, los hechos parecieron darle la raz¨®n: aunque el Celta le rode¨® en su propia ¨¢rea, aunque Mostovoi tuvo el partido en aquel refilonazo al palo, Ancelotti termin¨® entregando a los tifosi la moneda acostumbrada: falta que remata Kovacevic y victoria por uno a cero. Divino, Carlo, dijeron los calciofilos.
Con semejante caudal se present¨® muy arrogante en Bala¨ªdos; hoy, Inzaghi, Oliseh y Zidane ser¨ªan suplentes. Medio minuto m¨¢s tarde, Mostovoi hac¨ªa un quite por chicuelinas en el pico del ¨¢rea, se ce?¨ªa a la cadera al defensa m¨¢s pr¨®ximo y le serv¨ªa a Makelele el primer gol. Para responder a semejante atrevimiento, don Carlo solo ped¨ªa agresividad; si bien el solitario Del Piero se atrev¨ªa a dibujar alg¨²n desplante, a ¨¦l la pelota segu¨ªa import¨¢ndole una lira.
Cuando quiso darse cuenta ten¨ªa a su gente desquiciada: mientras el entrenador local, un tal V¨ªctor, ped¨ªa a su gente que tocara a un lado y a otro, el ¨¢rbitro hab¨ªa empapelado a Conte por reincidente y a Montero por camorrista. Entonces Carlo sufri¨® un ataque de p¨¢nico y se acord¨® Zinedine Zidane. Le mand¨® salir para que viese de cerca el cuarto gol.
El colof¨®n de la aventura fue la retirada de Montero. El chico volvi¨® muy despacito a los vestuarios mientras se tentaba sospechosamente la curva de las ingles. Algunos lo interpretaron mal, pero su gesto tuvo un valor incalculable: antes de desaparecer consegu¨ªa revelarnos con qu¨¦ parte del cuerpo hab¨ªa planteado la eliminatoria su amado jefe.
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