?Por qui¨¦n doblan las palabras?
Superada la campa?a electoral, que viene a durar lo que un resfriado larguito con los mismos efectos secundarios en punto a mucosidad, he dado en pensar que nada tan peliagudo para intelectuales y artistas como las tremendas opiniones culturales de la mayor¨ªa de los pol¨ªticos en cierne o en pleno ejercicio de sus limitadas facultades. Leer en Espa?a es llorar. No me refiero ya al enterado de bolsillo Josemari Aznar que se atreve a citar al Neruda de Veinte poemas de amor, cuando en la numerosa obra del chileno hay tambi¨¦n esta observaci¨®n sobre la guerra civil espa?ola: "De cada ni?o muerto nace un fusil sin ojos que os buscar¨¢ un d¨ªa el sitio del coraz¨®n". Claro que Aznar de Botella no va a recordar versos que no conoce ni constan resumidos en el argumentario de su mesita de noche, pero podr¨ªa tener la inocencia de renunciar al uso electoral del poeta chileno en los d¨ªas en que su asesino por desolaci¨®n, Augusto Pinochet, regresaba limpio de polvo y paja a las amplias avenidas que machac¨® no hace tantos a?os. Resultar¨¢ que Abel Matutes es un rendido lector de Jos¨¦ Donoso, porque las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad. Si el presidente ha podido citar en otras ocasiones a Lorca o a Cernuda sin que se practicaran detenciones, lo mismo le da por mostrar su tit¨¢nico entusiasmo -asesor¨ªa del brillante te¨®rico social Lis Darder mediante- con las agrarias creencias de Trotsky sobre arte y literatura, y con sus prestaciones, que son a d¨ªa de hoy la de ser citados a traici¨®n a favor del centro sin fronteras, Asia a un lado, al otro Europa, y all¨¢ a su frente Estambul.A ning¨²n pol¨ªtico serio le da por incluir entre sus gustos a Shakespeare -Federico Trillo es cualquier cosa excepto serio-, Chejov, Beckett o Faulkner, y cuando Leopoldo Calvo Sotelo tuvo la p¨¢jara de elogiar la prosa de Juan Benet recibi¨® a cambio un bonito rapapolvo del autor de Herrumbrosas lanzas.
En punto a cuestiones est¨¦ticas, abundan los pol¨ªticos que citan a los autores muertos, seguramente cur¨¢ndose en la salud que impide al difunto la protesta por apropiaci¨®n indebida, y sus gustos de supermercado distan mucho de la seriedad imprescindible para ser tenidos en cuenta como opini¨®n a tener en cuenta, salvo en lo que dice acerca de ellos mismos. Durante algunos a?os, coincidentes con los de su m¨¢ximo poder p¨²blico, Felipe Gonz¨¢lez anduvo hechizado por Las memorias de Adriano en la versi¨®n de Margarita Yourcenar, tal vez persuadido por Ludolfo Paramio, as¨ª que durante demasiado tiempo hubimos de soportar la publicidad acerca de ese gusto de segunda mano por la alta cultura que arrambla con el resumen de una novela hist¨®rica en lugar de dedicar tiempo y ganas a conocer la historia latina contada por sus propios cl¨¢sicos, Artemidoro, por ejemplo. Ser¨ªa injusto olvidar a Alfonso Guerra, cuando -tambi¨¦n en el c¨¦nit de sus much¨ªsimos poderes- resumi¨® sus meditadas opiniones en un libro de entrevistas. Este hombre ten¨ªa muy clara la funci¨®n de la poes¨ªa. Serv¨ªa para aprender a describir un surtidor no como "el chorro que sale del tubo", resumen un tanto r¨²stico de una emoci¨®n m¨¢s honda, sino para exclamar, arrobado, "mira c¨®mo mana el agua liberada de su encierro", algo mucho m¨¢s cursi que po¨¦tico. Y eso que este chico es devoto de Antonio Machado, el pobre, que ya tampoco proyecta sombra y est¨¢ obligado a guardar silencio. Lo mismo sobre la narrativa, a la que Guerra atribu¨ªa una funci¨®n terap¨¦utica: "Cu¨¢ntos momentos de dolor no se ven reconfortados por la lectura de una buena novela", ven¨ªa a decir, confundiendo quiz¨¢s las virtudes del g¨¦nero con el efecto de la aspirina, salvo que estuviera persuadido de que Madame Bovary era ¨¦l y s¨®lo ¨¦l, que todo podr¨ªa ser.
Se ignoran los gustos literarios de Eduardo Zaplana, aunque tengo para m¨ª que ser¨ªa un rendido admirador del Meville m¨¢s conocido, y de tantos otros candidatos que cuentan entre sus distracciones de domingo la lectura de novelas. Lectura y audici¨®n de ¨®pera como remedio para el estr¨¦s de sus muchas obligaciones en los d¨ªas laborables. Habr¨¢ que concluir que la cultura ocupa para los h¨¢bitos de consumo dom¨¦stico del com¨²n de los candidatos el lugar de la farmacia de guardia o la sauna de masaje. Y despu¨¦s pasa lo que pasa, que tampoco es que pase poca cosa. No s¨®lo que Aznar recurra de matute a las juveniles muestras de afecto de Pablo Neruda, en menosprecio de un m¨¢s nuestro Jos¨¦ Mar¨ªa Pem¨¢n hoy tan injustamente olvidado, sino que el artista Jos¨¦ Sanle¨®n se conforme con instalar su escultura de desecho en la cristalera de entrada del IVAM, con lo bonita que le quedar¨ªa en el lugar que hoy usurpa la horrible estatua de Vel¨¢zquez cagada de palomas a las puertas del Museo del Prado.
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