Putin, del cero al infinito en siete meses
Vlad¨ªmir Vlad¨ªmirovich Putin est¨¢ culminando un hist¨®rico salto del cero al infinito. En los ¨²ltimos cuatro a?os, cuando Yeltsin calaba como si fuesen melones a diversos candidatos a sucederle en el Kremlin, se habl¨® con frecuencia de que, a la hora del relevo, la sorpresa podr¨ªa ser de las que hacen ¨¦poca. M¨ªster X se materializ¨® en este antiguo esp¨ªa del KGB nacido en San Petersburgo hace 47 a?os y formado all¨ª como pol¨ªtico entre 1990 y 1996 a los pechos del entonces alcalde reformista Anatoli Sobchak.Putin desarroll¨® luego en Mosc¨² una mete¨®rica carrera que le convirti¨® en vicejefe del multibillonario departamento de bienes del Kremlin (primero) y de ese Gobierno paralelo que es la Administraci¨®n presidencial (despu¨¦s). De ah¨ª pas¨® a dirigir el FSB y el Consejo de Seguridad Nacional y, finalmente, por la soberana voluntad de Yeltsin, se convirti¨® en primer ministro, en agosto de 1999, sustituyendo al ef¨ªmero Sergu¨¦i Stepashin.
La Duma (C¨¢mara baja del Parlamento), dominada por los comunistas y sus aliados, no plant¨® cara a un presidente que la hab¨ªa humillado en repetidas ocasiones y al que no se hab¨ªa atrevido a enjuiciar por alta traici¨®n. Igual que hab¨ªa tragado con Kiriyenko o Stepashin, dio el visto bueno a Putin, cuyo principal activo era la fidelidad sin tacha al zar Bor¨ªs. Cuando Yeltsin dijo en agosto de 1999 que Putin era su candidato definitivo a sucederle, la reacci¨®n fue cauta. Quedaba ya poco tiempo hasta las presidenciales, previstas para junio del 2000, y Putin parec¨ªa un hombre sin carisma cuya mirada tanto pod¨ªa ser enigm¨¢tica como de pasmo por la aceleraci¨®n mete¨®rica de su carrera. Su popularidad superaba apenas el 1%.
Pero los estrategas e intrigantes del Kremlin, y el propio Yeltsin (cuyo instinto se conservaba pese a su precaria salud y el exceso de vodka), sab¨ªan lo que hac¨ªan. Contaban con el precedente de 1996, cuando Yeltsin fue reelegido, con el apoyo masivo de los oligarcas, pese a iniciar la carrera con el 6% de la intenci¨®n de voto.
Adem¨¢s de dinero y poder, hac¨ªa falta tambi¨¦n dejar fuera de combate a los enemigos potenciales. En los meses que mediaron entre el nombramiento de Putin como primer ministro (agosto) y las legislativas (diciembre), se desarroll¨® una guerra sucia contra el alcalde de Mosc¨², Yuri Luzhkov, y su aliado el ex primer ministro Yevgueni Primakov.
El ¨¦xito de la operaci¨®n se comprob¨® en las legislativas del 19 de diciembre, cuando la coalici¨®n Patria-Toda Rusia, liderada por Luzhkov y Primakov, logr¨® s¨®lo un decepcionante tercer puesto. Era el fin del sue?o de desafiar al Kremlin. Luzhkov se refugi¨® en la alcald¨ªa de Mosc¨² (fue reelegido con el 70% de los votos) y Primakov tir¨® la toalla. Para entonces el panorama hab¨ªa cambiado tan dr¨¢sticamente a favor de Putin que bast¨® con su apoyo a un invento del Kremlin que ni siquiera merec¨ªa el calificativo de partido y que respond¨ªa al nombre de Unidad para convertir a ¨¦ste en la segunda fuerza de la Duma, pisando los talones a los comunistas. Tan convencida estaba la corte de los milagros de Yeltsin de que esta vez (al contrario que en 1996) no exist¨ªa "peligro rojo", que ni siquiera se hizo campa?a contra el partido de Ziug¨¢nov.
El prodigio tuvo su origen en el deseo de la mayor¨ªa de los rusos de ver en el Kremlin a alguien fuerte y decidido que ponga fin al caos. Y cristaliz¨® con la guerra en Chechenia, lanzada con el pretexto de dar cumplida respuesta a una amenaza terrorista que se hizo tragedia en septiembre con unos misteriosos atentados que se cobraron cerca de 300 vidas. Stepashin ha declarado que la guerra se decidi¨® ya en marzo, lo que alimenta la sospecha de que la "operaci¨®n antiterrorista" tiene m¨¢s que ver con la lucha por el poder en Rusia que con la defensa de su integridad territorial. A pesar de que oficialmente se reconocen ya 2.000 muertos, la poblaci¨®n aprueba masivamente el intento de liquidar el desaf¨ªo de los se?ores de la guerra chechenos y atribuye el m¨¦rito a Putin.
Cuando Yeltsin desat¨® su peculiar efecto 2000 la pasada Nochevieja y cedi¨® el poder a Putin, ¨¦ste, cuya primera decisi¨®n fue garantizar por decreto la inmunidad al presidente cesante, lo ten¨ªa todo a su favor: la guerra iba relativamente bien, la econom¨ªa se recuperaba, el ¨²nico rival que le quedaba (Ziug¨¢nov) no le hac¨ªa sombra, Occidente le saludaba como garant¨ªa de estabilidad, los oligarcas le apoyaban sin fisuras y la televisi¨®n estatal segu¨ªa cada uno de sus pasos y lo difund¨ªa hasta el ¨²ltimo rinc¨®n de Rusia.
Putin ni siquiera se esforzaba en hacer campa?a (se limitaba a gobernar, dec¨ªa) ni en presentar un programa de Gobierno. Le bastaba con dar a entender a cada cual que hallar¨ªa en ¨¦l la respuesta a sus problemas, pero sin compromisos por los que luego le pudiesen pasar factura. As¨ª pretend¨ªa pescar votos en todo tipo de aguas. Su objetivo era tener las manos libres como presidente para hacer lo que quisiera, ya fuese potenciar el papel del Estado, desarrollar las reformas econ¨®micas liberales, reforzar la cohesi¨®n con las regiones, garantizar las libertades democr¨¢ticas, esbozar un designio autoritario o hacer efectiva la "dictadura de la ley", su expresi¨®n favorita.
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