La plaza ins¨®lita
Est¨¢ bien eso de reformar la fisonom¨ªa urbana, cuando sea para mejorarla. Poca suerte tiene la chamberilera plaza de Olavide, a la que no acaban de encontrarle el aire. All¨ª hubo un mercado cubierto, que echaron abajo, sin que haya memoria clara del porqu¨¦. Crecieron ¨¢rboles que hace poco m¨¢s de un a?o han sido arrancados y ahora es un espacio calvo con bancos p¨²blicos, algunos chirimbolos de vidrio mate y terreno acotado para el desahogo de los perros vecinos. Una plaza singular que, igualito que la Puerta del Sol, recibe el flujo de ocho calles, subterr¨¢nea la de Trafalgar, que la cruza y le parte las entra?as. Por ah¨ª desaparecen y resurgen los autobuses municipales. Un capricho simp¨¢tico hace que el tr¨¢fico pueda rozarla tangencialmente sin motivo aparente.Una plaza ex¨®tica, siquiera fuese por lo que le falta, aunque no le haga falta. Sorprende la ausencia, en sus 15 apetitosas esquinas, de alguna sucursal bancaria: la hubo, pero fue clausurada hace varios a?os. Al menos ¨¦sa era la situaci¨®n, al respecto, cuando daban las once y cuarto de la ma?ana, el ¨²ltimo d¨ªa que pas¨¦ por all¨ª. Tampoco un despacho de farmacia, ni un videoclub, o ese lugar donde se hacen fotocopias y ofertan el fax y el Internet.
Las casas circundantes datan de la segunda mitad del XIX, aunque haya algunos modernos y funcionales edificios. Imaginamos los viejos pisos de pasillos interminables, estrechos patios de luces, que oyeron el canto juvenil de las pobres chicas que ten¨ªan que servir y parec¨ªan contentas por haberse librado de la aldea, sin luz el¨¦ctrica, con horno de pan cada dos meses y el horizonte que alcanzaban los ojos. Barrio tranquilo siempre, donde -hasta hace 50 a?os, lo certifico- hubo un establo de vacas, en la confluencia de las calles del Cardenal Cisneros y Jord¨¢n. Ol¨ª la tranquilizadora fragancia del heno h¨²medo y escuch¨¦ el apacible mugido de las reses. Hoy, los bares de copas acogen a la muchachada de los viernes y s¨¢bados noche. Si me lo preguntan, es posible que prefiriera la cuadra donde "el Madriles" encerraba el penco de su coche de punto.
La ¨²ltima remodelaci¨®n parece desafortunada. Los ¨¢rboles, que tanto tardaron en crecer, son ahora raqu¨ªticas varas hincadas en maceteros de cemento, al acecho de la primavera. Echar¨¢n ramas, pero no s¨¦ si les pillar¨¢ otra reforma. Algunos comercios llevan all¨ª m¨¢s del siglo, o as¨ª parece. El Costurero de la Abuela, nostalgia artesana, donde se venden laboriosas hilaturas y pasamaner¨ªas, con una oferta laboral: "Se dan clases de bolillos y vainicas", complementado con la tiendecita aneja, Punto de Cruz. La surtida y econ¨®mica zapater¨ªa, donde a¨²n se sirve detr¨¢s de mostradores de roble; la que fue mejor droguer¨ªa del distrito, hoy academia de danza para todas las edades; el herbolario, que se defiende y prospera en clientela aspirante a la longevidad naturista. Clausurados -en espera de otras actividades- un estudio fotogr¨¢fico y un estanco, que ya no son el negocio de las viudas de otras edades.
Sorprendente novedad: un animoso comercio miscel¨¢neo, dedicado a la lencer¨ªa femenina y diversidad de cosas. Se llama Tu Negro Coraz¨®n, un reto para averiguar su sentido: es homenaje a un pintor y al cuadro que lleva ese t¨ªtulo: una figura con el coraz¨®n sombr¨ªo de tono. Todo se explica. El s¨²per del barrio, bajo la gen¨¦rica palabra "alimentaci¨®n", que antes vender¨ªan las viajeras especias de los ultramarinos finos. En la plaza hay bancos de dise?o, no muy c¨®modos y hechos para personas de gran talla. Un corralito con artilugios de vivos colores, para que se encaramen los peque?os y sobrevivan los mejor dotados de instinto de conservaci¨®n: son la mayor¨ªa. Otras mamparas de cristal opaco verdoso acotan las escaleras que llevan al aparcamiento y a sus oficinas. Todo nuevo, pero no tanto como para que siga funcionando el ascensor, sin acceso de bajada aunque estuviera en servicio. En la parte norte, aproximadamente, un quiosco redondo da pretexto a la fuente con melenuda cabeza de le¨®n que, como ustedes pueden imaginar, tampoco echa agua, ni apretando el bot¨®n ad hoc. No hay un solo retrete. Alrededor, cuatro bares sacar¨¢n sus mesas y sillas todas las jornadas apacibles al aire libre, para solaz de jubilados y vecinos. Una plaza muy particular, que cuando llueve se moja, como las dem¨¢s, pero con caracter¨ªsticas peculiares.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.