Morgana
LUIS DANIEL IZPIZUA
Como con Aurelio Arteta y Mikel Azurmendi -mis maestros y, sobre todo, amigos- en The Garden. Los alhel¨ªes parecen arrastrar nuestras palabras en su aroma y Mikel me se?ala hacia el espino albar para anunciarme que est¨¢ ya en flor. Yo ya lo sab¨ªa, pues siempre que veo al ni?o de los bucles de oro en sus inmediaciones s¨¦ que ha florecido. Hablamos de libros y hablamos de nosotros. De nuestras limitaciones, nuestras soledades, nuestras vanidades. Y en un momento de la conversaci¨®n me reprochan que me haya olvidado de mi banco, de mis hadas y de mis enanos. Me dicen que hace tiempo que no hablo de dioses, y que mi banco a orillas del r¨ªo debe de estar repleto de voces perdidas. Les respondo que, en efecto, las voces deben de andar revueltas sin nadie que les ponga orden, pero que puedo hacer que el r¨ªo surja entre nosotros, y luego el banco, y luego... Basta, les digo, con mirarse a los ojos y desearlo.
Es f¨¢cil que dos personas se miren a los ojos, pero la tarea parece imposible cuando son tres quienes est¨¢n en liza, de manera que mi prop¨®sito se les antoja quim¨¦rico. Les replico que hay un lugar en el que todas las miradas coinciden y se ven al un¨ªsono, y que de lo que se trata es de hallar ese lugar. Hay que buscarlo, y nos empe?amos en ello, y el r¨ªo fluye. Todo corre por su aguas, todo se limpia, y vemos a?os de zozobra, como algas que se nos desprenden, y pavores que son peces que huyen. Luego todo se calma, y o¨ªmos risas de elfos que se secan al sol. Y un banco en el jard¨ªn, y un enano con un incensario que lo llena de aromas. Y ella, que emerge cuando se disipan los vapores. Hermosa, naturalmente, de modo que salimos del r¨ªo como imantados por una llamada. Es Flora, les digo, y saldr¨¢n rosas de su boca cuando hable.
Cuando Amad¨ªs mat¨® al Endriago, nos dice ella, de la boca de ¨¦ste sali¨® un demonio que lanz¨® un gran ruido. Las rosas de Flora son como suspirillos del diablo y de mi boca s¨®lo salen los genios de mi coraz¨®n: abruptos, mordaces, entusiastas, alegres, tiernos, asesinos. Los envuelvo en ung¨¹entos y los dejo correr hasta que mi coraz¨®n se calme. Soy Morgana, la hermana de Arturo. Y hoy me siento alegre. Me gusta este pa¨ªs al que me ha convocado vuestro deseo. Es verde y amable, y veo que no anda mal de caballeros. Presumo, sin embargo, por vuestros rostros que algo marcha mal. Os veo algo tristes y, si sonre¨ªs, la sonrisa es forzada. En cierta ocasi¨®n, encant¨¦ el Valle sin Retorno y encerr¨¦ en ¨¦l a quienes alguna vez hab¨ªan faltado al amor. ?A quienes debo encerrar en este valle magn¨ªfico?, ?cu¨¢l es la falta que os vuelve cenicientos y qui¨¦nes la cometen?
Morgana contempla el valle fascinada, y luego fija su mirada en m¨ª y me pide que me acerque. Me siento a su lado y la veo aproximarse a mi pecho. Apoya en ¨¦l la cabeza, se aparta luego y al fin sopla a la altura de mi coraz¨®n. Observo que mis amigos me miran horrorizados, pues un hueco me atraviesa all¨ª donde antes algo lat¨ªa, y Morgana otea el aire como si ¨¦ste estuviera poblado por figuras. ?Cu¨¢nta ingratitud, cu¨¢nto pavor, cu¨¢nta doblez!, exclama de pronto. Os llamar¨¢n vanidosos por decir lo que ellos no se atrevieron a decir, ni a sufrir; y os marginar¨¢n despu¨¦s cuando hayan hecho suyas vuestras palabras, pues s¨®lo os reconocer¨¢n la vanidad. Aunque eso es lo de menos. Aqu¨ª no s¨¦ si se falta al amor, pero es evidente que la honestidad no brilla entre estas hierbas. Todos los valores est¨¢n doblegados al servicio de la muerte. Las palabras son como monedas con las que se mercadea, y est¨¢n sometidas a los mismos flujos de inflaci¨®n y devaluaci¨®n que ¨¦stas. Son el miedo y la libertad quienes las vuelven siervas y vac¨ªas. Son como el incienso de mi enano.
Luego me devuelve el coraz¨®n y exclama, se?alando hacia el valle: "Lo transformar¨¦ en el Valle sin Ganancia, y encerrar¨¦ en ¨¦l a todos los que alguna vez usaron la palabra en vano por mor del inter¨¦s y la dejaron al servicio de la muerte. No saldr¨¢n de ah¨ª hasta que no sean capaces de asumir con su responsabilidad el peso de cada una de las palabras que utilicen: les caer¨¢n como bolas de plomo en el est¨®mago. Acercaos". Pero ya s¨®lo se oyen suspiros de elfos en el jard¨ªn. Y el espino albar despliega espl¨¦ndido su regalo. Y un arco de perfume surca el cielo mientras Morgana se lanza a realizar su tarea.
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