En los armarios de Europa hay fantasmas
El anticomunismo, como el antifascismo, no es suficiente para garantizar la honestidad de una persona. La vieja mentira sobre la honestidad de los comunistas que hicieron el arreglo de cuentas con el fascismo es reemplazada hoy por la nueva mentira de los anticomunistas que hacen el arreglo de cuentas con el comunismo.Mientras tanto, la vida nos ense?a que prever el pasado es tan dif¨ªcil como predecir el futuro. Cuando analizamos los debates que se desarrollan en torno a los acontecimientos del pasado que estremecieron tenemos la sensaci¨®n de que los fantasmas de ayer siguen muy vivos y participan en nuestras controversias de hoy.
La detenci¨®n de Augusto Pinochet reabri¨® la pol¨¦mica en torno a la guerra fr¨ªa, a los l¨ªmites de la soberan¨ªa, al conflicto que existe entre la l¨®gica de la justicia y la l¨®gica del compromiso.
Las limpiezas ¨¦tnicas organizadas por el r¨¦gimen de Slobodan Milosevic en Kosovo y, luego, la intervenci¨®n militar de la Alianza Atl¨¢ntica reavivaron apasionadas controversias sobre los l¨ªmites de la soberan¨ªa y el derecho a una injerencia humanitaria.
La sangrienta guerra de Chechenia, provocada por la irrupci¨®n de un grupo armado de Shamil Bas¨¢yev en Daguest¨¢n, plante¨® nuevamente el problema de la existencia de dos raseros diferentes: el que aplica la opini¨®n p¨²blica mundial a los peque?os y d¨¦biles y el que emplea con los grandes y fuertes. Un rasero se utiliz¨® en el caso de Serbia, otro se est¨¢ empleando en el de Rusia.
Por ¨²ltimo, el esc¨¢ndalo m¨¢s reciente: la participaci¨®n en el Gobierno de Austria del Partido de la Libertad del populista austriaco J?rg Haider, un pol¨ªtico que utiliza un lenguaje muy parecido al de los nazis.
Los pueblos suelen embellecer su propio pasado y afear el de los enemigos. Mucho m¨¢s c¨®modo es sentirse v¨ªctima que verdugo. Por eso solemos esconder en los rincones de la memoria las injusticias que cometimos con otros, pero mantenemos siempre a mano el recuerdo de las que cometieron otros con nosotros. ?sa suele ser precisamente la venganza de los fantasmas que hay guardados en los armarios de Europa.
Por eso es mucho mejor hablar del pasado pensando en el futuro que conformar el futuro con los ojos puestos en el pasado. El primer esquema propicia la adopci¨®n de compromisos, como lo demuestran las relaciones polaco-ucranias. La alternativa son conflictos tan sangrientos como los de Yugoslavia y el C¨¢ucaso.
La memoria nacional polaca tiene en su armario dos fantasmas: el nacionalista y el clasista. El primero se relaciona con el antisemitismo. Es un cad¨¢ver que sigue desenterrado, porque nunca se consigui¨® hacer un aut¨¦ntico y profundo ajuste de cuentas con el odio antijud¨ªo. Ahora bien, aunque el antisemitismo no fue en Polonia un fen¨®meno marginal, sino un importante elemento de la corriente nacionalista, fuerte en el escenario pol¨ªtico de antes de la Segunda Guerra Mundial, jam¨¢s fabric¨® colaboracionistas, como sucedi¨® con los nacionalistas franceses durante la ocupaci¨®n hitleriana. Por el contrario, entre los nacionalistas polacos hubo muchos heroicos combatientes de la resistencia antifascista, que despu¨¦s de la guerra fueron encarcelados, torturados e incluso asesinados por los comunistas. ?C¨®mo arremeter contra aquellos hombres por su antisemitismo si la dictadura los persegu¨ªa y castigaba?
De la dictadura comunista se puede decir que funcion¨® como una especie de congelador que permiti¨® que se conservasen intactos las ideas y sentimientos nacionalistas de antes de la Segunda Guerra Mundial. Cuando se restaur¨® la democracia, al escenario pol¨ªtico retornaron las viejas agrupaciones, que ve¨ªan con buenos ojos el totalitarismo, aunque no el de signo comunista. Los partidarios de aquellas viejas agrupaciones reaparecieron como adversarios del r¨¦gimen comunista, etiqueta que los presentaba como combatientes por la independencia y la libertad. Aunque pod¨ªan estar muy cerca de la ideolog¨ªa fascista, como se opon¨ªan al comunismo, parec¨ªan ser buenos. En el pasado fue el comunismo el que consigui¨® la etiqueta de la bondad, porque dio una gran contribuci¨®n al aplastamiento del fascismo. Hoy, al contrario, se considera bueno todo lo que es anticomunista. Sin embargo, de la misma manera que ayer la opini¨®n p¨²blica ve¨ªa en el fascismo el mal absoluto y no quer¨ªa pensar en el terror y la crueldad del Gulag, en los millones de v¨ªctimas y en la pol¨ªtica expansionista de Stalin, hoy se trata como mal absoluto el comunismo, se glorifica todo tipo de anticomunismo, se olvida que Adolfo Hitler tambi¨¦n fue un anticomunista singularmente rabioso.
Al segundo cad¨¢ver tampoco se le ha dado sepultura, porque a¨²n no se ha hecho el arreglo de cuentas definitivo con la dictadura comunista. Sin embargo, ha llegado el momento de decir toda la verdad sobre su teor¨ªa e historia, sobre su doctrina y su pr¨¢ctica, el momento de los hechos, de los documentos y de los testimonios de las v¨ªctimas. Tambi¨¦n ha llegado el momento de reflexionar sobre la utop¨ªa comunista que permit¨ªa creer en la posibilidad y conveniencia de construir por la fuerza un mundo de igualdad y justicia, libre de conflictos. Por ¨²ltimo, ha llegado el momento de decir la verdad sobre la dictadura del proletariado y el papel rector del partido, pero tambi¨¦n sobre el conformismo colectivo que hizo posible que el totalitarismo comunista durase tanto tiempo.
No es f¨¢cil eliminar del presente los fantasmas del pasado, porque los resucita constantemente la lucha por el poder y por el dominio sobre la memoria. Lo demuestran dos mecanismos: el de la "descomunistizaci¨®n" y el de la "verificaci¨®n". El verdadero objetivo de quienes proponen la "descomunistizaci¨®n" es excluir a la gente de la antigua nomenklatura de la vida normal, pero no porque cometieron delitos, sino porque fueron miembros del aparato comunista. La "descomunistizaci¨®n" ha de servir, pues, de pretexto para despojar a parte de los ciudadanos de sus derechos y libertades, y al conjunto del electorado, de la posibilidad de decidir libremente cu¨¢l ha de ser la composici¨®n del Parlamento. El mecanismo de la llamada "verificaci¨®n" tiene como fin desenmascarar a los antiguos agentes y confidentes de la polic¨ªa comunista. El problema consiste en que el mecanismo se basa en los documentos que fabricaron los servicios secretos comunistas durante a?os contra los ciudadanos. Hoy, los papeles fabricados por la polic¨ªa de la dictadura se emplean para valorar el comportamiento de gente honesta; son los ex polic¨ªas comunistas con sus declaraciones quienes certifican si alguien fue honrado o no. ?Pudo una mente sana imaginar algo m¨¢s enfermizo?
Las mentiras siempre generan mentiras. En el ¨²ltimo decenio, la ideolog¨ªa y la pr¨¢ctica comunistas fueron sometidas a una cr¨ªtica despiadada. Pero el comunismo moribundo pudo reaccionar de dos maneras. La primera era aceptar las reglas de la democracia y de la econom¨ªa de mercado y crear nuevas agrupaciones pol¨ªticas integradas por personas con biograf¨ªas parecidas y con el mismo temor a la "descomunistizaci¨®n". Esas agrupaciones -como sucedi¨® en Polonia y Hungr¨ªa- optaron por un pragmatismo tan marcado que linda con el cinismo. A esas agrupaciones les interesan las t¨¦cnicas del marketing, y no las discusiones sobre el pasado, que definen como "tema aburrido e insignificante". Esa gente respeta las reglas democr¨¢ticas, pero con su actitud priva a la democracia de ese important¨ªsimo contenido que es la reflexi¨®n sobre el pasado. Sin la verdad sobre el pasado, la democracia se ve atacada por el virus de la corrupci¨®n espiritual y material.
Pero el comunismo moribundo pudo buscar refugio tambi¨¦n en otra realidad, en la nacionalista y populista. El imperialismo ruso promovido por Ziug¨¢nov y el chovinismo serbio de Milosevic son otras caras del comunismo reconvertido, su cara imperialista o nacionalista.
Augusto Pinochet volvi¨® a plantear el problema de c¨®mo salir de una dictadura. ?Hay que buscar esa justicia que muchos de sus adversarios definen como revancha o, por el contrario, hay que tratar de alcanzar la reconciliaci¨®n, que los cr¨ªticos consideran muy peligrosa porque impide distinguir entre el bien y el mal? Los primeros dicen que a la gente del r¨¦gimen anterior hay que eliminarla de la vida pol¨ªtica con ayuda del C¨®digo Penal. Los segundos creen que esa gente tiene que ser incorporada al sistema democr¨¢tico. Por eso, los primeros quieren montar algo parecido al Tribunal de N¨²remberg, mientras que los segundos prefieren el entendimiento y la reconciliaci¨®n. Los primeros sue?an con algo similar a la "desnazificaci¨®n" llevada a cabo en Alemania Occidental despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial, mientras que los segundos se sienten fascinados por la transici¨®n democr¨¢tica en Espa?a.
Pero la detenci¨®n de Pinochet puso en un aprieto a unos y otros, porque en los tiempos de la dictadura comunista la oposici¨®n interpretaba la opresi¨®n del r¨¦gimen de dos maneras: unos condenaban el comunismo porque era un r¨¦gimen opresor, mientras que los otros condenaban la opresi¨®n porque era comunista. Para ellos, Pinochet, que derroc¨® un Gobierno legal con ayuda de un golpe de Estado militar y seguidamente implant¨® una dictadura muy sangrienta, es un h¨¦roe de la cruzada anticomunista, que hay que admirar y adorar, aunque sus actos provocaron miles de muertes.
Los otros dec¨ªan: "El comunismo es un mal terrible, pero no por el proyecto filos¨®fico que promueve, sino por el car¨¢cter inhumano de los m¨¦todos de opresi¨®n que utiliza. Rechazamos, pues, el comunismo no por sus leyes dial¨¦cticas ni por su materialismo hist¨®rico, sino porque torturaba a la gente, y las torturas son inadmisibles independientemente de la justificaci¨®n que se les d¨¦". Pero si las torturas y los asesinatos son inadmisibles y dignos de la m¨¢s firme condena, lo son tambi¨¦n cuando se llevan a cabo bajo la bandera de la lucha contra el comunismo. Y es que no hay asesinatos ni torturas de derechas o de izquierdas, progresistas o reaccionarios. Todos los asesinatos y todas las torturas se merecen la m¨¢s firme y en¨¦rgica condena.
Se puede, pues, decir que la pol¨¦mica en torno a Augusto Pinochet surgi¨® en Polonia ya en el momento en que ese general dio su golpe. Su detenci¨®n en Londres actualiz¨® una vez m¨¢s el problema. Sus partidarios afirmaron que su arresto era una venganza de la conspiraci¨®n del comunismo mundial por su heroica lucha contra los marxistas. Sus adversarios aseguraban que al fin se hab¨ªa hecho justicia y el sanguinario dictador ser¨ªa juzgado por sus cr¨ªmenes. Es curioso que los partidarios de Pinochet no quer¨ªan o¨ªr hablar de la gente torturada y rechazaban su dolor y sufrimientos. Por su parte, los acusadores de Pinochet no exig¨ªan que se encarcelase a Fidel Castro, otro dictador con cr¨ªmenes y v¨ªctimas en su conciencia.
A esa pol¨¦mica se incorporaron los partidarios de una tercera visi¨®n del mundo que consideraban que no hab¨ªa que castigar al verdugo. Los partidarios de esa concepci¨®n eran enemigos de toda dictadura, tanto de la comunista como de la anticomunista. Eran, no obstante, conscientes de que las razones pol¨ªticas chocaban con los argumentos jur¨ªdicos y, con frecuencia, tambi¨¦n con las razones morales. Hab¨ªa que responder a la pregunta de qu¨¦ era m¨¢s moral: hacer justicia aunque surgiese el peligro de una nueva guerra civil u optar por la paz social renunciando a la justicia. Los partidarios de esa ¨²ltima concepci¨®n se?alaban que tanto en Chile como en Polonia hab¨ªa que optar por la reconciliaci¨®n. Ahora bien, la reconciliaci¨®n y la amnist¨ªa no pueden imponer la amnesia. El entendimiento basado en el compromiso no tiene que acarrear por fuerza la falsificaci¨®n de la historia ni la justificaci¨®n de los cr¨ªmenes. La pregunta principal era entonces: ?qui¨¦n justificaba los cr¨ªmenes? ?Los que dicen que es mejor aplicarle a Pinochet la amnist¨ªa que provocar un nuevo conflicto o aquellos que afirman que el general chileno no fue un criminal, sino un h¨¦roe de la cruzada anticomunista?
La pol¨¦mica en torno al caso de Pinochet se relacion¨® tambi¨¦n con el problema de los l¨ªmites de la soberan¨ªa. ?Qui¨¦n tiene derecho a castigar al ex jefe del Estado chileno que entreg¨® el poder por la v¨ªa de la negociaci¨®n con la oposici¨®n y de la celebraci¨®n de elecciones democr¨¢ticas? ?Qui¨¦n tiene derecho a actuar por los chilenos para hacer un arreglo de cuentas con el pasado?
El problema de la soberan¨ªa se manifest¨® de manera brutal durante la intervenci¨®n militar de la OTAN en Kosovo. Todos coincid¨ªan en la valoraci¨®n negativa de Milosevic. Sin embargo, el bombardeo de las tropas serbias en Kosovo y de las ciudades serbias despert¨® una cruda pol¨¦mica. Una considerable parte de la opini¨®n p¨²blica no quer¨ªa aceptar el derecho de la OTAN a intervenir en un asunto que defin¨ªa como problema interno de Serbia. Los defensores de la injerencia sosten¨ªan que la soberan¨ªa de un Estado termina cuando ese Estado practica el genocidio. Los adversarios de la injerencia acusaron a sus partidarios de que con las consignas sobre la defensa de los derechos y libertades humanas lo ¨²nico que se buscaba era encubrir una pol¨ªtica imperialista.
Es cierto que efectivamente as¨ª sol¨ªa ocurrir en el pasado. Es cierto tambi¨¦n que en el conflicto de los Balcanes no hay inocentes. El nacionalismo contamin¨® a todas las etnias que habitan la zona y se manifest¨® en las guerras que se sucedieron en la regi¨®n. Ahora bien, aunque no hemos olvidado a los serbios que fueron v¨ªctimas de las limpiezas ¨¦tnicas en Croacia, en Bosnia y en Kosovo, tampoco olvidamos que fueron los propios serbios quienes se condenaron al darle el voto en elecciones democr¨¢ticas a Milosevic y al respaldar su pol¨ªtica que provoc¨® tantos conflictos armados. La experiencia de los Balcanes demuestra que las v¨ªctimas se contagian tambi¨¦n con el odio de los verdugos, con su mentalidad y su comportamiento. Hoy, el hist¨¦rico nacionalismo alban¨¦s es un peligro no solamente para los enclaves serbios en Kosovo que son agredidos, sino tambi¨¦n para los albaneses de mentes independientes que no quieren someterse a las consignas coreadas por las multitudes: "Kosovo, para los albaneses" y "fuera los serbios".
Ahora bien, ?por qu¨¦ se emplean dos raseros diferentes? ?Por qu¨¦ la comunidad internacional castiga a los serbios por actos mucho menos dr¨¢sticos que los que comete Rusia en Chechenia? Algunos tratan de justificar la intervenci¨®n indicando que la provoc¨® la agresi¨®n de Bas¨¢yev a Daguest¨¢n, que en Chechenia puede repetirse el caso de Afganist¨¢n, pa¨ªs que, abandonado por los rusos, cay¨® en manos de los musulmanes m¨¢s fan¨¢ticos, y que en el C¨¢ucaso se multiplican los actos de terrorismo, los secuestros y los asesinatos. Esos argumentos, as¨ª como el espanto que sienten los dirigentes rusos ante el peligro de la desintegraci¨®n de la Federaci¨®n Rusa, no pueden justificar la masacre que se est¨¢ llevando a cabo en Chechenia.
Hay que confesar con honestidad que, aunque no es cierto que Occidente guarda silencio, efectivamente se aplican dos raseros diferentes. La pol¨ªtica internacional nunca fue una actividad de moralidad inmaculada, sino la b¨²squeda de un compromiso entre lo moral y lo posible. Las razones morales justifican plenamente la intervenci¨®n humanitaria en Kosovo, una intervenci¨®n que la realidad hizo posible. Otro es el caso de Rusia, porque nadie en el mundo se atrever¨ªa a hablarle con el lenguaje que utiliz¨® la OTAN en Kosovo. As¨ª pues, Occidente tiene un problema muy dif¨ªcil: ?respaldar la coja y corrupta democracia rusa o apoyar a sus enemigos ¨¦tnicos, que quieren construir no solamente un Estado checheno independiente, sino un Estado isl¨¢mico que ser¨ªa un enemigo de Rusia.
Para los pueblos de Europa central y del este, la guerra de Chechenia es el aviso de que hay que hacer todo cuanto sea posible para que Rusia no busque en el lenguaje que emplea en Chechenia la soluci¨®n de los conflictos naturales que pueda tener con sus vecinos, porque ¨¦se es el lenguaje de la muerte, tambi¨¦n de los rusos.
La actitud frente a la pol¨ªtica rusa en Chechenia sirvi¨® de argumento en el debate sobre las sanciones de la Uni¨®n Europea contra Austria. El ¨¦xito electoral del Partido de la Libertad, de J?rg Haider, fue la piedra que provoc¨® el alud. Austria se siente injustamente castigada. La democracia austriaca, una democracia opulenta, no se siente amenazada por Haider. ?Por qu¨¦ los austriacos no pueden votarle a Haider, si se permite a los franceses que le voten a Le Pen y a los italianos que formen Gobiernos con la participaci¨®n del fascistoide de Fini? ?Por qu¨¦ les acepta que los comunistas franceses e italianos participen en las coaliciones gubernamentales en sus pa¨ªses, pero se rechaza que pueda hacer lo mismo el partido de Haider? ?Europa se ha vuelto loca? ?Por qu¨¦ es tan condescendiente con Rusia y tan dura con Austria?
Esas preguntas son correctas, pero tambi¨¦n pueden formularse otras: ?no es Austria la que se ha vuelto loca? ?Por qu¨¦ los austriacos le dieron tantos votos a Haider? ?Por qu¨¦ la Democracia Cristiana form¨® coalici¨®n con ese pol¨ªtico?
Con esas preguntas entramos en un terreno muy dif¨ªcil y lleno de trampas. Durante 30 a?os, Austria estuvo gobernada por una coalici¨®n rojinegra que era una especie de partido ¨²nico formado en teor¨ªa por dos agrupaciones pol¨ªticas. Las elecciones eran en Austria democr¨¢ticas, pero los austriacos nada pod¨ªan cambiar. Los votos dados a Haider fueron votos de protesta contra la eterna coalici¨®n, votos a favor del cambio. Haider no es un nazi y no es el anuncio de una dictadura nazi. Es un pol¨ªtico h¨¢bil, un populista y un manipulador. Austria quer¨ªa el cambio y el partido de Haider result¨® ser el ¨²nico instrumento eficaz para conseguirlo. Pero ?es un buen instrumento?
Hay pa¨ªses que, en ciertas materias, tienen derecho a menos que otros. Por ejemplo, Estados Unidos no puede consentir un lenguaje que recuerde la segregaci¨®n racial. En Francia no est¨¢ permitido burlarse del holocausto. En Polonia son inconcebibles las burlas de la religi¨®n cat¨®lica y la utilizaci¨®n del antisemitismo como arma.
Austria tambi¨¦n tiene derecho a menos, porque todos recordamos el esc¨¢ndalo que se arm¨® en torno a Kurt Waldheim. Hay que admitir, pues, que Austria no debe tener complejos, pero s¨ª tiene motivos para comportarse con mucha prudencia. Que no se olviden en Austria de que en ese pa¨ªs el nazismo no fue un fen¨®meno importado. Y ¨¦sa es precisamente la causa primaria de la hipersensibilidad de los pol¨ªticos europeos, exagerada e injusta, pero previsible.
Queda la pregunta de por qu¨¦ Occidente es menos condescendiente con Haider que con los comunistas o poscomunistas. Es cierto que Hitler y Stalin fueron criminales y que sus cr¨ªmenes fueron comparables, pero no hay que olvidar que la Uni¨®n Europea naci¨® de una realidad antifascista. Fue la derrota de Hitler la que dio vida a la idea de la integraci¨®n europea. Nadie puede negar que los partidos comunistas formaron parte del frente antifascista. Adem¨¢s, tras la ca¨ªda del comunismo sovi¨¦tico y la desintegraci¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, la ideolog¨ªa comunista es un cad¨¢ver bien muerto.
El caso de Haider ilustra muy bien los problemas que tiene Europa con su historia. Es tambi¨¦n un aviso importante para todos los pa¨ªses del continente: los que votan a pol¨ªticos que, como Haider, utilizan el lenguaje de la xenofobia, la demagogia y la condescendencia con el fascismo condenan a su Estado a ser despreciado por otros pa¨ªses democr¨¢ticos y por las instituciones de la Uni¨®n Europea.
La democracia europea nace de dos premisas fundamentales, que son el respeto de los derechos humanos, basado en el parlamentarismo, y en el respeto de los derechos de todas las minor¨ªas, y la aceptaci¨®n de la econom¨ªa de mercado que genera la clase media, factor que garantiza la estabilidad social. Alguien dijo que el matrimonio de la democracia con la econom¨ªa de mercado no naci¨® del amor, sino del sentido com¨²n. Esos matrimonios suelen ser muy duraderos, aunque sin amor; es decir, sin valores, carecen de alma y de sentido. Ahora bien, el amor, los valores axiol¨®gicos, no pueden ser garantizados ni protegidos por el C¨®digo Penal.
Hemos comenzado un nuevo milenio liberados de la fe en que hay verdades absolutas y recetas perfectas. Tenemos fe, no obstante, en el orden democr¨¢tico, aunque es inestable y siempre est¨¢ en peligro. Tenemos fe en que podemos defender el orden democr¨¢tico. Consideramos que el di¨¢logo tiene m¨¢s virtudes que la violencia, aunque esa ¨²ltima se esconda detr¨¢s de los argumentos m¨¢s nobles.
Adam Michnik es director de Gazeta Wyborcza.
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