Las culturas y la globalizaci¨®n
Uno de los argumentos m¨¢s frecuentes contra la globalizaci¨®n -se lo escuch¨® en los alborotos contestatarios de Seattle, Davos y Bangkok- es el siguiente:La desaparici¨®n de las fronteras nacionales y el establecimiento de un mundo interconectado por los mercados internacionales infligir¨¢ un golpe de muerte a las culturas regionales y nacionales, a las tradiciones, costumbres, mitolog¨ªas y patrones de comportamiento que determinan la identidad cultural de cada comunidad o pa¨ªs. Incapaces de resistir la invasi¨®n de productos culturales de los pa¨ªses desarrollados -o, mejor dicho, del superpoder, los Estados Unidos-, que, inevitablemente, acompa?an como una estela a las grandes trasnacionales, la cultura norteamericana (algunos arrogantes la llaman la "subcultura") terminar¨¢ por imponerse, uniformizando al mundo entero, y aniquilando la rica floraci¨®n de diversas culturas que todav¨ªa ostenta. De este modo, todos los dem¨¢s pueblos, y no s¨®lo los peque?os y d¨¦biles, perder¨¢n su identidad -vale decir, su alma- y pasar¨¢n a ser los colonizados del siglo XXI, ep¨ªgonos, zombies o caricaturas modelados seg¨²n los patrones culturales del nuevo imperialismo, que, adem¨¢s de reinar sobre el planeta gracias a sus capitales, t¨¦cnicas, poder¨ªo militar y conocimientos cient¨ªficos, impondr¨¢ a los dem¨¢s su lengua, sus maneras de pensar, de creer, de divertirse y de so?ar.
Esta pesadilla o utop¨ªa negativa, de un mundo que, en raz¨®n de la globalizaci¨®n, habr¨¢ perdido su diversidad ling¨¹¨ªstica y cultural y sido igualado culturalmente por los Estados Unidos, no es, como algunos creen, patrimonio exclusivo de minor¨ªas pol¨ªticas de extrema izquierda, nost¨¢lgicas del marxismo, del mao¨ªsmo y del guevarismo tercermundista, un delirio de persecuci¨®n atizado por el odio y el rencor hacia el gigante norteamericano. Se manifiesta tambi¨¦n en pa¨ªses desarrollados y de alta cultura, y la comparten sectores pol¨ªticos de izquierda, de centro y de derecha. El caso tal vez m¨¢s notorio sea el de Francia, donde peri¨®dicamente se realizan campa?as por los gobiernos, de diverso signo ideol¨®gico, en defensa de la "identidad cultural" francesa, supuestamente amenazada por la globalizaci¨®n. Un vasto abanico de intelectuales y pol¨ªticos se alarman con la posibilidad de que la tierra que produjo a Montaigne, Descartes, Racine, Baudelaire, fue ¨¢rbitro de la moda en el vestir, en el pensar, en el pintar, en el comer y en todos los dominios del esp¨ªritu, pueda ser invadida por los McDonald's, los Pizza Huts, los Kectucky Fried Chicken, el rock y el rap, las pel¨ªculas de Hollywood, los blue jeans, los sneakers y los polo shirts. Este temor ha hecho, por ejemplo, que en Francia se subsidie masivamente a la industria cinematogr¨¢fica local y que haya frecuentes campa?as exigiendo un sistema de cuotas que obligue a los cines a exhibir un determinado n¨²mero de pel¨ªculas nacionales y a limitar el de las pel¨ªculas importadas de los Estados Unidos. Asimismo, ¨¦sta es la raz¨®n por la que se han dictado severas disposiciones municipales (aunque, a juzgar por lo que ve el transe¨²nte por las calles de Par¨ªs, no son muy respetadas) penalizando con severas multas los anuncios publicitarios que desnacionalicen con anglicismos la lengua de Moli¨¨re. Y no olvidemos que Jos¨¦ Bov¨¦, el granjero convertido en cruzado contra la malbouffe (el mal comer), que destruy¨® un McDonald's, se ha convertido poco menos que en un h¨¦roe popular en Francia.
Aunque creo que el argumento cultural contra la globalizaci¨®n no es aceptable, conviene reconocer que, en el fondo de ¨¦l yace una verdad incuestionable. El mundo en el que vamos a vivir en el siglo que comienza va a ser mucho menos pintoresco, impregnado de menos color local, que el que dejamos atr¨¢s. Fiestas, vestidos, costumbres, ceremonias, ritos y creencias que en el pasado dieron a la humanidad su frondosa variedad folcl¨®rica y etnol¨®gica van desapareciendo, o confin¨¢ndose en sectores muy minoritarios, en tanto que el grueso de la sociedad los abandona y adopta otros, m¨¢s adecuados a la realidad de nuestro tiempo. ?ste es un proceso que experimentan, unos m¨¢s r¨¢pido, otros m¨¢s despacio, todos los pa¨ªses de la Tierra. Pero, no por obra de la globalizaci¨®n, sino de la modernizaci¨®n, de la que aqu¨¦lla es efecto, no causa. Se puede lamentar, desde luego, que esto ocurra, y sentir nostalgia por el eclipse de formas de vida del pasado que, sobre todo vistas desde la c¨®moda perspectiva del presente, nos parecen llenas de gracia, originalidad y color. Lo que no creo que se pueda es evitarlo. Ni siquiera los pa¨ªses como Cuba o Corea del Norte, que, temerosos de que la apertura destruya los reg¨ªmenes totalitarios que los gobiernan, se cierran sobre s¨ª mismos y oponen toda clase de censuras y prohibiciones a la modernidad, consiguen impedir que ¨¦sta vaya infiltr¨¢ndose en ellos y socave poco a poco su llamada "identidad cultural". En teor¨ªa, s¨ª, tal vez, un pa¨ªs podr¨ªa conservarla, a condici¨®n de que, como ocurre con ciertas remotas tribus del ?frica o la Amazon¨ªa, decida vivir en un aislamiento total, cortando toda forma de intercambio con el resto de las naciones y practicando la autosuficiencia. La identidad cultural as¨ª conservada retroceder¨ªa a esa sociedad a los niveles de vida del hombre prehist¨®rico.
Es verdad, la modernizaci¨®n hace desaparecer muchas formas de vida tradicionales, pero, al mismo tiempo, abre oportunidades y constituye, a grandes rasgos, un gran paso adelante para el conjunto de la sociedad. Es por eso que, en contra a veces de lo que sus dirigentes o intelectuales tradicionalistas quisieran, los pueblos, cuando pueden elegir libremente, optan por ella, sin la menor ambig¨¹edad.
En verdad, el alegato a favor de la "identidad cultural" en contra de la globalizaci¨®n, delata una concepci¨®n inmovilista de la cultura que no tiene el menor fundamento hist¨®rico. ?Qu¨¦ culturas se han mantenido id¨¦nticas a s¨ª mismas a lo largo del tiempo? Para dar con ellas hay que ir a buscarlas entre las peque?as comunidades primitivas m¨¢gico-religiosas, de seres que viven en cavernas, adoran al trueno y a la fiera, y, debido a su primitivismo, son cada vez m¨¢s vulnerables a la explotaci¨®n y el exterminio. Todas las otras, sobre todo las que tienen derecho a ser llamadas modernas -es decir, vivas-, han ido evolucionando hasta ser un reflejo remoto de lo que fueron apenas dos o tres generaciones atr¨¢s. ?se es, precisamente, el caso de pa¨ªses como Francia, Espa?a e Inglaterra, donde, s¨®lo en el ¨²ltimo medio siglo, los cambios han sido tan profundos y espectaculares, que, hoy, un Proust, un Garc¨ªa Lorca y una Virginia Woolf, apenas reconocer¨ªan las sociedades donde nacieron, y cuyas obras ayudaron tanto a renovar.
La noci¨®n de "identidad cultural" es peligrosa, porque, desde el punto de vista social representa un artificio de dudosa consistencia conceptual, y, desde el pol¨ªtico, un peligro para la m¨¢s preciosa conquista humana, que es la libertad. Desde luego, no niego que un conjunto de personas que hablan la misma lengua, han nacido y viven en el mismo territorio, afrontan los mismos problemas y practican la misma religi¨®n y las mismas costumbres, tenga caracter¨ªsticas comunes. Pero ese denominador colectivo no puede definir cabalmente a cada una de ellas, aboliendo, o relegando a un segundo plano desde?able, lo que cada miembro del grupo tiene de espec¨ªfico, la suma de atributos y rasgos particulares que lo diferencian de los otros. El concepto de identidad, cuando no se emplea en una escala exclusivamente individual y aspira a representar a un conglomerado, es reductor y deshumanizador, un pase m¨¢gico-ideol¨®gico de signo colectivista que abstrae todo lo que hay de original y creativo en el ser humano, aquello que no le ha sido impuesto por la herencia ni por el medio geogr¨¢fico, ni por la presi¨®n social, sino que resulta de su capacidad para resistir esas influencias y contrarrestarlas con actos libres, de invenci¨®n personal.
En verdad, la noci¨®n de identidad colectiva es una ficci¨®n ideol¨®gica, cimiento del nacionalismo, que, para muchos etn¨®logos y antrop¨®logos, ni siquiera entre las comunidades m¨¢s arcaicas representa una verdad. Pues, por importantes que para la defensa del grupo sean las costumbres y creencias practicadas en com¨²n, el margen de iniciativa y de creaci¨®n entre sus miembros para emanciparse del conjunto es siempre grande y las diferencias individuales prevalecen sobre los rasgos colectivos cuando se examina a los individuos en sus propios t¨¦rminos y no como meros epifen¨®menos de la colectividad. Precisamente, una de las grandes ventajas de la globalizaci¨®n, es que ella extiende de manera radical las posibilidades de que cada ciudadano de este planeta interconectado -la patria de todos- construya su propia identidad cultural, de acuerdo a sus preferencias y motivaciones ¨ªntimas y mediante acciones voluntariamente decididas. Pues, ahora, ya no est¨¢ obligado, como en el pasado y todav¨ªa en muchos lugares en el presente, a acatar la identidad que, recluy¨¦ndolo en un campo de concentraci¨®n del que es imposible escapar, le imponen la lengua, la naci¨®n, la iglesia, las costumbres, etc¨¦tera, del medio en que naci¨®. En este sentido, la globalizaci¨®n debe ser bienvenida porque ampl¨ªa de manera notable el horizonte de la libertad individual.
El temor a la americanizaci¨®n del planeta tiene mucho m¨¢s de paranoia ideol¨®gica que de realidad. No hay duda, claro est¨¢, de que, con la globalizaci¨®n, el impulso del idioma ingl¨¦s, que ha pasado a ser, como el lat¨ªn en la Edad Media, la lengua general de nuestro tiempo, proseguir¨¢ su marcha ascendente, pues ella es un instrumento indispensable de las comunicaciones y transacciones internacionales. ?Significa esto que el desarrollo del ingl¨¦s tendr¨¢ lugar en menoscabo de las otras grandes lenguas de cultura? En absoluto. La verdad es m¨¢s bien la contraria. El desvanecimiento de las fronteras y la perspectiva de un mundo interdependiente se ha convertido en un incentivo para que las nuevas generaciones traten de aprender y asimilar otras culturas (que ahora podr¨¢n hacer suyas, si lo quieren), por afici¨®n, pero tambi¨¦n por necesidad, pues hablar varias lenguas y moverse con desenvoltura en culturas diferentes es una credencial valios¨ªsima para el ¨¦xito profesional en nuestro tiempo. Quisiera citar, como ejemplo de lo que digo, el caso del espa?ol. Hace medio siglo, los hispanohablantes ¨¦ramos todav¨ªa una comunidad poco menos que encerrada en s¨ª misma, que se proyectaba de manera muy limitada fuera de nuestros tradicionales confines ling¨¹¨ªsticos. Hoy, en cambio, muestra una pujanza y un dinamismo crecientes, y tiende a ganar cabeceras de playa y a veces vastos asentamientos, en los cinco continentes. Que en Estados Unidos haya en la actualidad entre 25 y 30 millones de hispanohablantes, por ejemplo, explica que los dos candidatos, el gobernador Bush y el vicepresidente Gore, hagan sus campa?as presidenciales no s¨®lo en ingl¨¦s, tambi¨¦n en espa?ol.
?Cu¨¢ntos millones de j¨®venes de ambos sexos, en todo el globo, se han puesto, gracias a los retos de la globalizaci¨®n, a aprender japon¨¦s, alem¨¢n, mandar¨ªn, canton¨¦s, ¨¢rabe, ruso o franc¨¦s? Much¨ªsimos, desde luego, y ¨¦sta es una tendencia de nuestra ¨¦poca que, afortunadamente, s¨®lo puede incrementarse en los a?os venideros. Por eso, la mejor pol¨ªtica para la defensa de la cultura y la lengua propias, es promoverlas a lo largo y a lo ancho del nuevo mundo en que vivimos, en vez de empe?arse en la ingenua pretensi¨®n de vacunarlas contra la amenaza del ingl¨¦s. Quienes proponen este remedio, aunque hablen mucho de cultura, suelen ser gentes incultas, que disfrazan su verdadera vocaci¨®n: el nacionalismo. Y si hay algo re?ido con la cultura, que es siempre de propensi¨®n universal, es esa visi¨®n parroquiana, excluyente y confusa que la perspectiva nacionalista imprime a la vida cultural. La m¨¢s admirable lecci¨®n que las culturas nos imparten es hacernos saber que ellas no necesitan ser protegidas por bur¨®cratas, ni comisarios, ni confinadas dentro de barrotes, ni aisladas por aduanas, para mantenerse vivas y lozanas, porque ello, m¨¢s bien, las folcloriza y las marchita. Las culturas necesitan vivir en libertad, expuestas al cotejo continuo con culturas diferentes, gracias a lo cual se renuevan y enriquecen, y evolucionan y adaptan a la fluencia continua de la vida. En la antig¨¹edad, el lat¨ªn no mat¨® al griego, por el contrario la originalidad art¨ªstica y la profundidad intelectual de la cultura hel¨¦nica impregnaron de manera indeleble la civilizaci¨®n romana y, a trav¨¦s de ella, los poemas de Homero, y la filosof¨ªa de Plat¨®n y Arist¨®teles, llegaron al mundo entero. La globalizaci¨®n no va a desaparecer a las culturas locales; todo lo que haya en ellas de valioso y digno de sobrevivir encontrar¨¢ en el marco de la apertura mundial un terreno propicio para germinar.
En un c¨¦lebre ensayo, Notas para la definici¨®n de la cultura, T. S. Eliot predijo que la humanidad del futuro ver¨ªa un renacimiento de las culturas locales y regionales, y su profec¨ªa pareci¨® entonces bastante aventurada. Sin embargo, la globalizaci¨®n probablemente la convierta en una realidad del siglo XXI, y hay que alegrarse de ello. Un renacimiento de las peque?as culturas locales devolver¨¢ a la humanidad esa rica multiplicidad de comportamientos y expresiones, que -es algo que suele olvidarse o, m¨¢s bien, que se evita recordar por las graves connotaciones morales que tiene- a partir de fines del siglo XVIII y, sobre todo, en el XIX, el Estado-naci¨®n aniquil¨®, y a veces en el sentido no metaf¨®rico sino literal de la palabra, para crear las llamadas identidades culturales nacionales. ?stas se forjaron a sangre y fuego muchas veces, prohibiendo la ense?anza y las publicaciones de idiomas vern¨¢culos, o la pr¨¢ctica de religiones y costumbres que disent¨ªan de las proclamadas como id¨®neas para la Naci¨®n, de modo que, en la gran mayor¨ªa de pa¨ªses del mundo, el Estado-naci¨®n consisti¨® en una forzada imposici¨®n de una cultura dominante sobre otras, m¨¢s d¨¦biles o minoritarias, que fueron reprimidas y abolidas de la vida oficial. Pero, contrariamente a lo que piensan esos temerosos de la globalizaci¨®n, no es tan f¨¢cil borrar del mapa a las culturas, por peque?as que sean, si tienen detr¨¢s de ellas una rica tradici¨®n que las respalde, y un pueblo que, aunque sea en secreto, las practique. Y lo vamos viendo, en estos d¨ªas, en que, gracias al debilitamiento de la rigidez que caracterizaba al Estado-naci¨®n, las olvidadas, marginadas o silenciadas culturas locales, comienzan a renacer y dar se?ales de una vida a veces muy din¨¢mica, en el gran concierto de este planeta globalizado.
Est¨¢ ocurriendo en Europa, por doquier. Y quiz¨¢s valga la pena subrayar el caso de Espa?a, por el vigor que tiene en ¨¦l este renacer de las culturas regionales. Durante los cuarenta a?os de la dictadura de Franco, ellas estuvieron reprimidas y casi sin oportunidades para expresarse, condenadas poco menos que a la clandestinidad. Pero, con la democracia, la libertad lleg¨® tambi¨¦n para el libre desarrollo de la rica diversidad cultural espa?ola, y, en el r¨¦gimen de las autonom¨ªas imperante, ellas han tenido un extraordinario auge, en Catalu?a, en Galicia, en el Pa¨ªs Vasco, principalmente, pero, tambi¨¦n, en el resto del pa¨ªs. Desde luego, no hay que confundir este renacimiento cultural regional, positivo y enriquecedor, con el fen¨®meno del nacionalismo, fuente de problemas y una seria amenaza para la cultura de la libertad.
La globalizaci¨®n plantea muchos retos, de ¨ªndole pol¨ªtica, jur¨ªdica, administrativa, sin duda. Y ella, si no viene acompa?ada de la mundializaci¨®n y profundizaci¨®n de la democracia -la legalidad y la libertad-, puede traer tambi¨¦n serios perjuicios, facilitando, por ejemplo, la internacionalizaci¨®n del terrorismo y de los sindicatos del crimen. Pero, comparados a los beneficios y oportunidades que ella trae, sobre todo para las sociedades pobres y atrasadas que requieren quemar etapas a fin de alcanzar niveles de vida dignos para los pueblos, aquellos retos, en vez de desalentarnos, deber¨ªan animarnos a enfrentarlos con entusiasmo e imaginaci¨®n. Y con el convencimiento de que nunca antes, en la larga historia de la civilizaci¨®n humana, hemos tenido tantos recursos intelectuales, cient¨ªficos y econ¨®micos como ahora para luchar contra los males at¨¢vicos: el hambre, la guerra, los prejuicios y la opresi¨®n.
? Mario Vargas Llosa, 2000. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SA, 2000.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.