Adi¨®s al mito de la droga amable
A R. se le ha ido la mano con el alcohol en esta despedida de soltero. Casi sin darse cuenta se ha bebido 24 combinados de whisky con naranja. Apenas pod¨ªa tenerse en pie cuando ha aparecido alguien que le asegura que conseguir¨¢ que su borrachera desaparezca. Minutos despu¨¦s, R. ha esnifado su primera raya de coca¨ªna y se encuentra mucho m¨¢s l¨²cido. Acaba de encontrar el remedio para sus borracheras.E. J. L. P. ya hab¨ªa encontrado hac¨ªa a?os en el speed (un derivado anfetam¨ªnico en polvo) la misma soluci¨®n que R. para sus noches de alcohol, aunque se ha pasado a la coca¨ªna al descender ¨¦sta de precio. Tambi¨¦n a Toni le sorprendi¨® gratamente levantarse sin resaca al d¨ªa siguiente del cumplea?os en que la prob¨® por primera vez. A C. J. le invit¨® su cu?ado en una boda y apareci¨® por su casa a las dos de la tarde.
Cristina se ha enganchado a la coca¨ªna 10 a?os despu¨¦s de meterse su primera raya, en la Nochevieja de 1987, cuando un gramo costaba entre 14.000 y 16.000 pesetas. Su consumo ha sido espor¨¢dico hasta que el nacimiento de su hija la ha apartado de su trabajo como cantante en una orquesta. Se siente vac¨ªa. Sola en su casa, por las noches, mientras su hija duerme a su lado, ella se consuela modelando l¨ªneas blancas sobre la mesa.
C. J. se ha ido a vivir al campo con su novia. All¨ª puede tomar coca¨ªna sin temor a que sus padres lo noten. C. J. y su cu?ado siempre llevan una papelina encima. Su consumo es alto: un d¨ªa, C. J. puede llegar a consumir tres gramos. Apenas come, y un d¨ªa le revienta el est¨®mago y le tienen que entubar. Ni siquiera eso le detiene. Falta al trabajo. Le pide dinero a sus padres para pagar las letras del piso, pero en realidad lo emplea para saldar las cuentas con su camello. Al final vende el piso y se funde el dinero en unas vacaciones locas en Tenerife. Cuando le llega el momento de volver est¨¢ tan puesto que no puede ir al aeropuerto.
E. J. L. P. cre¨ªa que podr¨ªa mantener el consumo de coca¨ªna durante los fines de semana, pero ha empezado a tomarla tambi¨¦n en el trabajo. La coca¨ªna le ayuda a trabajar m¨¢s r¨¢pido, pero no le deja dormir por las noches y le est¨¢ comenzando a causar problemas con su mujer. Las relaciones de R. con su madre, Mar¨ªa, tampoco atraviesan su mejor momento. Ella nota que algo anda mal. Le reprocha que "est¨¢ vivo de noche y muerto de d¨ªa". R. trabaja de camarero en una discoteca y ni siquiera necesita comprar la coca¨ªna, porque muchas noches le invitan. No cree que tenga ning¨²n problema. Un d¨ªa su madre le pregunta qu¨¦ le sucede. "?Y t¨² qu¨¦ crees que me pasa?", le pregunta a su vez. Mar¨ªa hace acopio de valor y formula la pregunta: "?Tomas drogas?". "S¨ª, coca¨ªna". A Mar¨ªa se le cae el mundo encima. No sabe qu¨¦ efectos tiene la coca¨ªna, pero para ella droga es sin¨®nimo de muerte. Le monta a su hijo una bronca y le convence para que acuda a una Unidad de Conductas Adictivas. "Voy por ti, porque yo no considero que tenga ning¨²n problema", le dice R., que seguir¨¢ consumiendo.
Cristina, sin embargo, s¨ª se da cuenta de que la coca¨ªna le est¨¢ empezando a causar problemas. Ha pasado un verano horrible. Alquil¨® un apartamento en la playa y a las cinco de la tarde estaba tan puesta que ni siquiera pisaba la arena. Una tarde, las paredes del apartamento se le vinieron encima. En un momento de lucidez, pudo verse desde fuera y no reconoc¨ªa al pingajo que lloraba en el sof¨¢. Este oto?o ha empezado a reducir la dosis. Quiere dejarlo por s¨ª misma, pero es dif¨ªcil. Trabaja como dependienta en el establecimiento de su hermana y hay tardes en que no puede aguantar y se ve con su camello en la esquina. Su hermana empieza a estar harta de su actitud, pero no sospecha qu¨¦ le puede estar pasando.
Cristina, E. J. L. P., R. , C. J. y Toni no se conoc¨ªan aunque sus vidas acotadas por rayas blancas se parecieran tanto. Han sabido los unos de los otros cuando coincidieron en enero en un nuevo programa que la asociaci¨®n Proyecto Hombre ha puesto en marcha para cocain¨®manos. Ni ellos ni casi ninguno de sus siete compa?eros llegaron por convicci¨®n propia. A Cristina y a C. J. sus familiares les prepararon una encerrona. Su primera reacci¨®n fue de enfado. Pero qu¨¦ se creen, los drogadictos son los yonquis, ellos pueden dejar la coca¨ªna cuando quieran.
Ahora acuden dos veces por semana a la terapia de grupo que les ayuda a volver a vivir sin coca¨ªna. Empiezan a reconocer que ten¨ªan un problema. De momento, est¨¢n limpios, pero nunca olvidar¨¢n la sensaci¨®n de la primera raya. "Esto es como un trauma que nos acompa?ar¨¢ siempre. Nunca vamos a olvidar la coca¨ªna. La tienes en la cabeza, porque te ha gustado mucho, y aunque hemos pasado por momentos malos, ha habido muchos m¨¢s en los que te has sentido muy bien", dice Toni.
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