El magisterio de las hermanas Labeque
La serie de conciertos extraordinarios de Juventudes Musicales de Madrid (JMM), que con asiduidad y entusiasmo cuida Mar¨ªa Isabel Fallabelle y su breve pero competente equipo, consigue cada a?o varios triunfos: el de llenar la sala es el primero; el del inter¨¦s de los programas, el segundo; el de la calidad de los int¨¦rpretes, el tercero; el de la finalidad de los ingresos destinados a becar a j¨®venes m¨²sicos espa?oles es el ¨²ltimo y justificante social del empe?o. As¨ª, no me extra?a que JMM logren ayuda y patrocinio de muchas entidades e instituciones.Volvieron las hermanas Katia y Marielle Labeque (Bayona, 1950 y 1952, respectivamente), un d¨²o celeb¨¦rrimo y vers¨¢til que nos llev¨® el mi¨¦rcoles por senderos musicales poco transitados a pesar de tratarse de obras y autores literalmente geniales. Las Labeque, due?as de una t¨¦cnica preciosa en la que se adivina la mano de su maestra en Par¨ªs, la gran Lucette Descaves -aunque se produde desde una unidad de pensamiento, t¨¦cnica y estilo-, muestran sus perfiles singulares. No se trata, pues, de un d¨²o pian¨ªstico cl¨®nico, lo que otorga a sus versiones acentos de mayor y m¨¢s humana expresividad.
Las Variaciones sobre un tema de Schumann, Op. 23 y la Fantas¨ªa en fa menor, D. 940, de Schubert, son p¨¢ginas no lejanas en su sustancia y en todo caso sitas en el c¨ªrculo m¨¢gico de un esp¨ªritu, un ideal sonoro, una afectividad y una selecci¨®n alta y admirable. S¨®lo a trav¨¦s de una musicalidad de gran vuelo y, a la vez, bien controlada en su expresi¨®n, estas dos creaciones desvelan sus secretos, ponen luz en sus p¨¢ginas: la que procede del talante y el perfeccionismo de las dos pianistas.
Vino bien el intermedio a fin de no acumular un contraste tan sutil¨ªsimo y firme como el que va del romanticismo alem¨¢n a los Ep¨ªgrafes antiguos, de Claude Debussy, una de las emanaciones musicales del helenismo imaginario de Pierre Louys en sus Canciones de Bilitis. Pocas veces se habr¨¢ operado en la historia una revoluci¨®n tan de puntillas como la debussyana, capaz de se?alar un antes y un despu¨¦s. Los pianos son los mismos, m¨¢s o menos, pero la m¨²sica obedece a intenciones y procedimientos radicalmente diferentes como lo es el "ideal sonoro", que determina incluso la nueva mel¨®dica y la sorprendente armon¨ªa.
Una veintena de a?os separa los ?pigraphes del Concierto para dos pianos, de Stravinski, estrenado por el autor y su hijo Soulima en noviembre de 1935. Si parece imposible que Stravinski adviniera sin el antecedente y la ruptura debussysta, no es menos verdad que al gran ruso del siglo XX convierte en algo personal¨ªsimo y dotado de extraordinaria fuerza la idea de partida, desde el folclor a los estilos pret¨¦ritos, desde la liturgia al antiguo teatro ingl¨¦s, desde Pergolesi a Chaikovski. El concierto, ora martilleante, ora contrapunt¨ªstico a lo Beethoven, fue una maravilla, como lo hab¨ªan sido los pentagramas de Debussy. Las Labeque pasaron de la po¨¦tica sugerente al nuevo clasicismo imaginario del autor de Petruchka. Desde aqu¨ª a Bernstein y el jazz va tambi¨¦n un trecho que el d¨²o salv¨® espectacularmente en las dos obras dadas fuera de programa. En suma, m¨¢ximas calidades en una propuesta diferente. Y un ¨¦xito un¨¢nime.
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