Las aguas del abismo.
Lenta pero tenazmente, la necrosis se apodera del cuerpo de Euskadi. Destruye sin tregua (o con treguas trampa, lo mismo da) los ¨®rganos, los tejidos, las c¨¦lulas, las sinapsias. Odio las met¨¢foras m¨¦dicas, pero ¨¦sta se me impone hoy con fuerza ineludible. A un lado, esa enfermedad mortal que llamaremos fascismo a falta de otro t¨¦rmino m¨¢s preciso; al otro, una sociedad asediada. Jaime Mayor Oreja lo diagnosticaba ayer sin concesiones tranquilizadoras: el nacionalismo vasco, implacable y feroz, "es la ¨²nica organizaci¨®n social creada en estos veinte a?os de democracia vasca". Al otro lado no hay estructura alguna; s¨®lo siglas, pero no "organizaciones pol¨ªticas y sociales..., al margen de las creadas por el nacionalismo". A un lado, el frente abertzale, tiranizado por un dictador -ETA- de m¨²ltiples rostros, todos igualmente banales ("menganito, fulanito, Iparraguirre o Garc¨ªa Gaztelu"). Al otro, una muchedumbre disgregada, amedrentada, enfurecida e inorg¨¢nica. Y, planeando por encima del terror, un Gobierno fantoche enamorado de su propia inexistencia, mero simulacro nacido de la pesadilla paranoica de unos conspiradores de aldea.Arzalluz lo dijo hace un par de a?os: ning¨²n partido ha conspirado m¨¢s que el PNV. Se refer¨ªa a la ¨¦poca franquista (replicando a los que recordaban, no sin raz¨®n, la pasividad de la mencionada formaci¨®n pol¨ªtica ante la dictadura), pero habr¨ªa podido extender su alegato hasta el presente. En efecto, el PNV nunca ha dejado de conspirar. El Gobierno de Ibarretxe, por ejemplo, es el resultado de una conspiraci¨®n del PNV, EH y ETA (con el innecesario aditamento del eterno telonero, EA) para destruir la legalidad constitucional en el Pa¨ªs Vasco. No se trata s¨®lo de un Gobierno ileg¨ªtimo, sino de la pantalla tras la que se mueve el verdadero gobierno provisional de la insurrecci¨®n frentista abertzale, aquel que decret¨® la muerte de Fernando Buesa y ha ordenado ahora el asesinato de Jos¨¦ Luis L¨®pez de Lacalle, el Gobierno que env¨ªa cartas bomba a periodistas, que lanza a sus escuadristas al asalto de comercios y viviendas: la direcci¨®n de ETA, el ¨²nico gobierno de Euskadi.
Chapoteando en una charca de narcisismo y cobard¨ªa, el Partido Nacionalista Vasco se dispone a morir, dulcificando sus estertores con el particular delirio persecutorio de su presidente, convertido ahora en patrimonio colectivo: la "Brunete medi¨¢tica", el "franquismo con votos", la ofensiva antivasca de la "inmigraci¨®n". Catarsis tragic¨®mica: arrastrados por el histrionismo de Arzalluz, que mima incansablemente una obra en la que no pudo intervenir -la defensa de la Euskadi republicana contra el fascismo-, los seguidores del PNV lloran y r¨ªen en espasm¨®dicas descargas de corriente alterna. Lloran, entregados al victimismo y a la autocompasi¨®n. R¨ªen aliviados (con la risa sard¨®nica del que se ha librado del sacrificio) cuando la violencia de sus nuevos amos se ceba en carne ajena. El juego de las identificaciones, el mecanismo mim¨¦tico que subyace en toda representaci¨®n, se resuelve en una cadena de fascinaci¨®n narcisista: las honradas masas nacionalistas se conmueven ante el martirio de su lehendakari (en la manifestaci¨®n del 26 de febrero, en Vitoria, las damas abertzales portaban retratos de Ibarretxe, como si ¨¦ste, y no Fernando Buesa, fuese la v¨ªctima inmolada cuyo duelo convocaba a la ciudadan¨ªa). La parodia de Gobierno que preside aqu¨¦l permanece desde su nacimiento en arrobada contemplaci¨®n de su L¨ªder M¨¢ximo, y ¨¦ste mira aterrado hacia aquel lugar de la escena donde se desarrolla el holocausto. Cada uno busca que el otro le devuelva la imagen que le salve de su inanidad, de la lacerante sospecha de su inexistencia. Pero el vac¨ªo laberinto de espejos, la puesta en abismo de esta teor¨ªa de nadas nadeantes que constituye hoy el nacionalismo vasco s¨®lo muestra en su fondo la presencia fugac¨ªsima de un tal Arzalluz. No la de Arzalluz Antia, presidente del PNV, sino la de Arzalluz Tapia, uno de los tantos "menganitos" y "fulanitos" que han trepado a la c¨²spide de ETA, como afirmaba ayer Jaime Mayor Oreja, a base de intransigencia y brutalidad: el "menganito" de esta semana.
Hay algo aterrador en la comedia, en la risa aliviada del espectador que mira al actor resbalar en la piel de pl¨¢tano ("hoy no me ha tocado a m¨ª"). La transposici¨®n de ese sentimiento al lenguaje terrorista son esas inmundas pintadas que los aprendices de asesinos prodigan en paredes o tumbas cuando ETA deja un muerto m¨¢s en su estela: Fulano, j¨®dete. O bien, Fulano, devuelve la bala. No es s¨®lo cuesti¨®n de mal gusto. Estamos ante la cuesti¨®n misma del Mal: el Mal como estupidez, como banalidad, como pedagog¨ªa del esclavo. En Los ¨²ltimos d¨ªas de la humanidad, su irrepresentable drama sobre la Gran Guerra, Karl Kraus introduce un exordio sobre la risa y el terror mediante un desconsolado comentario de una instant¨¢nea tomada en las calles de Viena y reproducida en alg¨²n peri¨®dico: ciudadanos honorables, tronch¨¢ndose de risa, rodean el cad¨¢ver de un supuesto esp¨ªa al que acaban de linchar (?qui¨¦n era?, ?un checo, un jud¨ªo, un vien¨¦s de cepa cat¨®lica y alemana que defend¨ªa a checos y a jud¨ªos?).
Ninguno de los que le conocimos olvidaremos la risa de Jos¨¦ Luis L¨®pez de Lacalle, una risa nacida de la pura alegr¨ªa del perseguido que se sabe un hombre libre. Marchamos juntos en Vitoria el pasado 26 de febrero. Nos vimos poco despu¨¦s en Bilbao, con ocasi¨®n de una comida de amigos, poco antes de las elecciones del 12 de marzo. He llorado de rabia al recordar hoy esa risa que nada ten¨ªa que ver con la mueca est¨²pida del Mal ni con la descarga nerviosa del cobarde. Era la risa de un luchador antifascista, la risa que surge de la percepci¨®n ir¨®nica de las situaciones dif¨ªciles ("vaya, menos mal: por lo menos no llueve"). Llov¨ªan piedras y Jos¨¦ Luis segu¨ªa riendo, con su portentosa modestia y con la imp¨²dica inconsciencia con que repart¨ªa elogios p¨²blicos a sus compa?eros. Las ¨²ltimas palabras que le o¨ª fueron un improvisado paneg¨ªrico de Javier Corcuera, uno de los pioneros de la historia cr¨ªtica del nacionalismo vasco.
Jos¨¦ Luis era un buen lector de Unamuno (no un vasco unamuniano), pero nunca hablamos entre nosotros -y ahora s¨¦ que deber¨ªamos haberlo hecho- de aquella perfecta par¨¢bola del esencialismo y la b¨²squeda desesperada de identidad que don Miguel titul¨® Niebla, su nivola de 1914. Como los atribulados nacionalistas de hoy, Augusto P¨¦rez, el don nadie que cree protagonizar la novela, acosa a los dem¨¢s personajes, pretendiendo que ¨¦stos le confirmen su existencia, hasta que recibe del autor la desoladora noticia de su nada, de su insignificancia, de su hueco ontol¨®gico. Augusto es solamente un sue?o de Unamuno, que se ha cansado ya de so?arle y le condena a desaparecer. L¨®pez de Lacalle habr¨ªa apreciado, sin duda, la iron¨ªa del paralelo entre el argumento de Niebla y la s¨¢dica forma en que ETA ha sancionado la inexistencia del llamado Gobierno de Ibarretxe, al revelar su pacto secreto con el PNV. Narciso de pacotilla, el partido de Arzalluz sigue fijando con obstinaci¨®n la mirada en la superficie sangrienta de la charca en la que se ha hundido hasta el cuello: las aguas del abismo / donde se enamoraba de s¨ª mismo. Al fondo, Arzalluz Tapia se?ala a Arzalluz Antia el cuerpo sin vida de Jos¨¦ Luis L¨®pez de Lacalle, oculto por una s¨¢bana y con un paraguas al lado, sobre el asfalto de Ando¨¢in, y, riendo como los prefascistas vieneses de Karl Kraus, le devuelve as¨ª lo que ser¨¢, ya para siempre, la imagen que del presidente del PNV conservar¨¢ la historia.
Jon Juaristi es escritor.
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