La Via Laietana: derribar es saludable ORIOL BOHIGAS
Despu¨¦s de tumultuosos cambios de criterio, muchos barceloneses consideramos la Via Laietana como una de nuestras mejores calles y no queremos sumarnos, por lo tanto, a la persistencia de un descr¨¦dito que se gener¨® al socaire de un pensamiento que aparentaba respeto hist¨®rico, humanismo urbano e identidad social cuando era muchas veces una simple posici¨®n reaccionaria. Una posici¨®n que todav¨ªa se mantiene en algunas discusiones vecinales sobre la reforma y modernizaci¨®n de Ciutat Vella.La apertura de nuevas v¨ªas a trav¨¦s del coraz¨®n de la ciudad -los sventramenti como dicen los italianos- han tenido mala prensa durante buena parte del siglo XX: falta de coherencia formal y funcional, deterioro de im¨¢genes e identidades, derribo de edificios de valor art¨ªstico, desmembraci¨®n vecinal, etc. Y, mientras tanto, no nos d¨¢bamos cuenta de que casi todas las grandes ciudades europeas sobreviv¨ªan gracias a ellos. Las demoliciones del Par¨ªs de Napole¨®n III tuvieron que soportar la indignaci¨®n de los intelectuales y los artistas de la ¨¦poca que ve¨ªan con nostalgia literaria c¨®mo los escenarios m¨¢s insalubres eran substitu¨ªdos por unas avenidas modernas y unas casas de arquitectura estereotipada. Hoy esas avenidas permiten que la ciudad hist¨®rica siga funcionando y la arquitectura hausmanniana se ha convertido en el sello de identidad de Par¨ªs.
Hay que imaginarse c¨®mo ser¨ªa hoy el sector oriental de Ciutat Vella si a principios de siglo los barceloneses no se hubieran empe?ado en abrir la Via Laietana seg¨²n el plan de Ildefons Cerd¨¤. Habr¨ªa sido dif¨ªcil mantener las grandes instituciones hist¨®ricas y su vida social y comercial. Se hubiera producido una degradaci¨®n como la del Raval y su Barrio Chino donde no se abri¨® a tiempo la V¨ªa B que se propon¨ªa en el mismo plan y que quiz¨¢ hubiera evitado una marginaci¨®n que hasta hace poco no se ha intentado corregir. Las reformas de los cascos antiguos han tenido que aceptar siempre algunas demoliciones radicales que permitan un cambio en las formas de residencia y de convivencia. Barcelona, durante el siglo pasado, mientras luchaba por el derribo de las murallas y pon¨ªa en marcha el Ensanche, realizaba una serie de obras de reforma interior -derribo y construcci¨®n ex novo- que fueron fundamentales para la supervivencia: el eje Ferran-Jaume I-Princesa -tan radical como luego fue la Via Laietana-, la plaza de Sant Josep y la Reial sobre los escombros de unos conventos desamortizados, la urbanizaci¨®n del sector del Carme y tantas otras que han quedado integradas en la imagen tradicional de la ciudad. La Via Laietana fue el ¨²ltimo impulso de esta sucesi¨®n de operaciones porque relacion¨® el Ensanche con el puerto y, gracias a su jerarqu¨ªa, origin¨® una larga discusi¨®n -desde Baixeras a Porcioles- sobre una sistem¨¢tica reforma interior de la que s¨®lo han quedado residuos puntuales.
Desgraciadamente, estos procesos de derribo crean dos tipos de problemas: la p¨¦rdida de algunos edificios interesantes -o de unos ambientes urbanos de calidad- y la dudosa adecuaci¨®n de la nueva arquitectura. El primer problema es el que origin¨® m¨¢s disputas en la apertura de la Via Laietana porque, efectivamente, sucumbieron algunos testimonios interesantes. Pero las protestas de artistas e historiadores lograron en algunos casos matizar la radicalidad del derribo, recuperar testimonios, obtener una documentaci¨®n importante e incluso modificar algunos tramos de la v¨ªa -con proyectos puntuales de Puig i Cadafalch y Dom¨¨nech i Montaner- que pon¨ªan de relieve elementos arqueol¨®gicos hasta entonces desconocidos. En cierta manera la exposici¨®n de documentos que el Ayuntamiento organiz¨® en 1913 con un cat¨¢logo de Carreras Candi fue decisiva para la futura creaci¨®n del primer museo hist¨®rico de la ciudad. Y en realidad las murallas romanas y el Barrio G¨®tico afloraron gracias al sventramento de la Via Laietana.
La arquitectura de la nueva v¨ªa ha sido a menudo mal considerada, lo cual es ciertamente injusto. Sin corresponder a ninguna modernidad clasificable, es un magn¨ªfico testimonio de aquellos aspectos del Modernismo tard¨ªo, del Noucentisme y de los monumentalismos acad¨¦micos m¨¢s directamente relacionados con las nuevas tipolog¨ªas que se hab¨ªan formulado en Am¨¦rica: los modernos programas de los edificios de oficinas inquibidos en una variante estil¨ªstica del lenguaje cl¨¢sico. Hay tramos de la Via Laietana que recuerdan algunas calles de Chicago en el traspaso de siglos. Y no olvidemos que hay obras valiosas de Sagnier, Puig i Cadafalch, Goday, Puig Gairalt, Guardia, Torres, Florensa, etc¨¦tera, que son muestra de una especial euforia moderna en el aglomerado estil¨ªstico de Barcelona. Pero esa modernidad tiene tambi¨¦n otras referencias: el alto nivel tecnol¨®gico de las obras -galer¨ªas de servicio, t¨²nel de metro, etc¨¦tera- y la participaci¨®n financiera del Banco Hispano Colonial que representaba el capital de buena parte de nuestra burgues¨ªa. En resumen, una operaci¨®n cuya envergadura no se ha repetido hasta muy recientemente.
Me gustar¨ªa que esa reivindicaci¨®n de la Via Laietana tuviera alguna consecuencia en la opini¨®n ciudadana ante las obras de reforma interior que se est¨¢n realizando. A menudo se achaca err¨®neamente a los intensos procesos de derribo los resultados no satisfactorios de la nueva urbanizaci¨®n. Hay una reacci¨®n conservacionista que no entiende la complejidad del proceso, una reacci¨®n que hay que frenar razonablemente. Es indispensable el derribo de bastantes edificios para regenerar un barrio. El problema no es el derribo, sino el proyecto de los espacios p¨²blicos y la arquitectura que los substituyen. Hay que aprender de la Via Laietana: derribar seg¨²n un trazado inteligente, con valent¨ªa razonada, pero, sobre todo, construir cuidadosamente y en t¨¦rminos de nueva adecuaci¨®n. ?Estos requisitos se cumplen en las actuales obras de renovaci¨®n del Raval, por ejemplo? Quiz¨¢ no, pero, en todo caso, el culpable no es el derribo, sino la arquitectura.
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