Un 'R¨¦quiem' m¨¢s carnal que metaf¨ªsico
Orquesta de ValenciaVerdi: Misa de R¨¦quiem. Solistas, Coro y Orquesta de Valencia. Director: M. A. G¨®mez Mart¨ªnez. Palau de la M¨²sica, Sala Iturbi. Valencia, 19 mayo 2000.En el ya lejano octubre de 1991 Carlo Maria Giulini dirigi¨® en el Palau una conmovedora versi¨®n del R¨¦quiem de Verdi, al frente de la Philharmonia de Londres. Lo que, difuso, perdura en el subsconsciente de aquella interpretaci¨®n ahonda en aspectos intemporales de la verdad musical en franco desencuentro con el uso, com¨²nmente aceptado hoy, de la reproducci¨®n lineal de los pentagramas.
El titular de la Orquesta de Valencia, M. A. G¨®mez Mart¨ªnez, se nos revela un perfecto traductor de esta sensibilidad contempor¨¢nea al dise?ar su versi¨®n del R¨¦quiem, ofrecida anteayer en homenaje a Kraus. La vida moderna es precipitada y abrupta: el ritmo que impone a nuestro interior invierte la m¨¢xima cl¨¢sica non multa sed multum en otra ecuaci¨®n, quiz¨¢s perversa, de pretender abarcar muchas cosas sin llegar al fondo de ninguna de ellas. La reflexi¨®n, a la que invita el angustiado retablo sobre la fragilidad de la existencia y la incertidumbre de la trascendencia que es el R¨¦quiem verdiano, seguramente no estaba en el prop¨®sito del maestro. Sus fuerzas locales, orquesta y coro, se plegaron con exactitud a estos signos del tiempo que vivimos.
Julia Varady, artista de diferente galaxia, tiene en su madurez el balance entre una tradici¨®n cl¨¢sica fundamentada en la expresividad del canto, como espejo fiel del binomio m¨²sica/texto, y la sensibilidad audaz del m¨²sico que busca ir m¨¢s all¨¢ de una lectura as¨¦ptica. Las huellas de decadencia sobre la voz de la Varady son leves y est¨¢n sabiamente compensadas, de suerte que su creaci¨®n del viernes conecta sin complejos con la de aquellas artistas verdianas de leyenda que nos estremec¨ªan en la desafiante s¨²plica del Libera me, o nos arrastraban a la contemplaci¨®n en la honda serenidad del Recordare.
La voz de Paata Burchuladze posee la cualidad monumental de los frescos miguelangelescos que sugieren tubas apocal¨ªpticas, tal como Verdi atribuye al bajo en el Confutatis. M¨¢s el imponente bajo carece del trazo fino y sutil que ha de perfilar las medias voces, en su caso trucadas en una mezcla de ahogo aflautado sin posible relaci¨®n con la corp¨®rea vocalidad del resto del instrumento. Valga el s¨ªmil: fue m¨¢s un zar que un mensajero de la c¨®lera divina.
'Tempo' cuadriculado
Los inicios de Aquiles Machado son siempre de ingrato color, pues la voz adquiere su verdadera dimensi¨®n s¨®lo al cabo de un tiempo. Pasado ¨¦ste, la exacta colocaci¨®n del sonido, la variedad del fraseo y la can¨®nica proyecci¨®n del agudo dejan inerme al oyente. Incluso cuando el Ingemisco de este R¨¦quiem precisara de una respiraci¨®n orquestal m¨¢s sostenida y de un tempo menos cuadriculado.
El cuarteto de solistas no flaque¨® del lado de la mezzosoprano Katja Littin, s¨®lida promesa en el firmamento de voces verdianas. Fue su intervenci¨®n quiz¨¢s menos apasionante que la de sus compa?eros, pero con la virtud de redondear y empastarse con ellos, dando como resultado el mejor cuarteto vocal reunido en esta pieza por el Palau.
La obra sacra menos convencional creada en los ¨²ltimos siglos por un autor italiano recibi¨® aqu¨ª una versi¨®n m¨¢s carnal que metaf¨ªsica. Acaso un fruto m¨¢s de nuestra sociedad embalsamada y superficial.
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