...Pero no le falta raz¨®n
El destino de los hombres p¨²blicos, cuando dejan de estar en primer¨ªsima fila, puede dar grandes sorpresas. Frente a los que juzgan que la Historia se fundamenta en grandes procesos colectivos, lo cierto es que a medida que avanzamos hasta tiempos recientes se hace m¨¢s palpable que las individualidades pueden, en momentos decisivos, jugar un papel trascendental. A veces un pol¨ªtico situado en la reserva o en una posici¨®n muy marginal se convierte en art¨ªfice de la salvaci¨®n colectiva. Churchill era considerado en 1939 como un personaje extravagante, con una capacidad casi enfermiza para la indisciplina e impenitente afici¨®n al alcohol, pero sin ¨¦l no se entiende que Gran Breta?a aguantara la embestida hitleriana.No se trata de comparar a nadie con Churchill, pero el ¨ªndice de respetabilidad de las grandes figuras de la pol¨ªtica democr¨¢tica espa?ola ha sido tan discreto como oscilante. Su¨¢rez, que hab¨ªa despertado en su d¨ªa grandes pasiones, sufri¨® luego una persecuci¨®n casi universal; recuper¨® su aprecio en los 80 para hundirse a continuaci¨®n en una oscuridad de la que tan s¨®lo resucit¨® en 1995. Su caso, bien conocido, no es el ¨²nico y, adem¨¢s, se puede constatar f¨¢cilmente que de un extremo del juicio positivo al otro del negativo se pasa con relativa facilidad. Lo m¨¢s probable es que un carrill¨®fobo haya sido antes desmelenado carrill¨®filo y se puede pensar que alg¨²n d¨ªa Aznar pasar¨¢ por el trago de que le suceda algo parecido. Pero lo honesto, ¨²til y constructivo respecto de los pol¨ªticos en ejercicio es seguir la tendencia estrictamente contraria a esos vaivenes de la opini¨®n. Cuando los pol¨ªticos est¨¢n en el poder propenden a la megaloman¨ªa solitaria y sus decisiones pueden afectar gravemente a la vida cotidiana de millones de seres. Cuando lo abandonan, lo que hacen o dicen no tiene ese resultado. A veces se convierten en mu?ecos rotos que hacen movimientos aparentemente absurdos o que dan la sensaci¨®n de estar flotando descolocados sin darse cuenta de ello. Pero entonces hay que recordar que sobre su espalda cay¨® un d¨ªa el peso de una responsabilidad colectiva abrumadora y que, habiendo cometido m¨¢s o menos errores, guardan en su interior un poso de experiencia que puede destilar sabidur¨ªa para la totalidad de sus compatriotas. A veces, eso s¨ª, necesitan una especie de traducci¨®n simult¨¢nea para hacerse m¨¢s inteligibles.
Todo lo que antecede tiene que ver, claro est¨¢, con las recientes declaraciones de Felipe Gonz¨¢lez. De entrada, hay una evidencia que se impone: la tormenta que se ha levantado en su contra, a veces en el seno de su propio partido, carece de sentido. Cuando se oye la voz de quien ha tenido tras de s¨ª durante tanto tiempo tanta responsabilidad y millones de votos, aunque, como es mi caso, apenas hayan sido los propios, lo obvio es escuchar con respeto. En Espa?a, sin embargo, existe una enfermedad, llamada antifelipismo, que es casi peor que el felipismo de cuando quien le da nombre gozaba de mayor¨ªa absoluta. En la derecha da la sensaci¨®n de producir par¨¢lisis del pensamiento y exceso en la secreci¨®n de bilis.
Si libramos del filtro antifelipista las declaraciones del expresidente observaremos que se resumen en llamar la atenci¨®n sobre dos realidades. A su propio partido le ha acusado de endogamia galopante e incapacidad para hacer oposici¨®n. Nadie ha podido arg¨¹ir que, por el momento, no sea as¨ª: ansiosos defensores de una cuota propia o incapaces de librarse de la amargura de la derrota, los candidatos a la secretar¨ªa general han ofrecido m¨¢s marruller¨ªa y confusi¨®n que propuestas y cr¨ªticas al Gobierno. Estas ¨²ltimas nunca vienen mal, pero, a la oposici¨®n, como el valor a los militares, se le suponen. Al PP, Gonz¨¢lez le ha atribuido una peligros¨ªsima fractura social en el Pa¨ªs Vasco. Ser¨ªa muy injusto achac¨¢rsela en exclusiva, pero no viene mal llamar la atenci¨®n sobre ella cuando pasamos por el bochorno de dos polic¨ªas superpuestas incapaces de acabar con la barbarie urbana, pero adictas a echarse en cara su com¨²n impotencia. Hubiera sido preferible mayor distanciamiento, un tono m¨¢s elevado, menos car¨¢cter pol¨¦mico, pero a Gonz¨¢lez, a fin de cuentas, no le falta raz¨®n.
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