El clan
Vuelvo de la Feria del Libro con La ca¨ªda de Madrid, de Rafael Chirbes, debajo del brazo; tengo ganas de llegar a casa y ponerme a leer. En estos d¨ªas de feria los escritores hacemos cualquier cosa con los libros menos leerlos. Los libros se presentan, se firman, se habla de ellos o se los celebra con mesa redonda, c¨®ctel o sarao; est¨¢n en todas partes, pero nadie se ocupa de ellos m¨¢s all¨¢ de la solapa.En la fiesta patrocinada, sin salir del Retiro, por una importante editorial hay tal concentraci¨®n de autores por metro cuadrado que resulta dif¨ªcil moverse sin tropezar con briznas de talento esparcidas por los suelos entre palillos, colillas y restos de canap¨¦s.
Los autores a los que acaban de soltar de sus jaulas de la feria vienen con hambre y con sed y tienen un olfato especial para detectar el whisky camuflado en las bandejas entre zumos, cervezas, vinos y refrescos de cola que hay que sortear para hacerse con un escoc¨¦s aguado.
Los autores se reconocen entre ellos, se besan, se abrazan, se palmean las espaldas y hablan con la boca llena, de cualquier cosa menos de libros, porque ninguno de ellos ha le¨ªdo los ¨²ltimos libros de los otros, ya que estaban demasiado ocupados escribiendo los suyos.
Todos fuman menos Terenci Moix y algunos apagan el cigarrillo en una maceta antes de acercarse a saludarle, como si tuvieran miedo de dejarse convencer por la pl¨¢tica del converso. Terenci sonr¨ªe a todo el mundo y todo el mundo dice que le ve estupendamente, incluso los que nunca le hab¨ªan visto antes en persona.
Un escritor veterano se?ala, entre la iron¨ªa y los celos, lo mucho que ha mejorado la imagen de las reuniones literarias. Antes, los autores, comenta, eran se?ores maduros vestidos de gris marengo, generalmente con barba y bigote, adorno capilar que a veces adornaba tambi¨¦n, por ¨®smosis, el labio superior de alguna de sus raras colegas.
El veterano escritor, entre la envidia y la lujuria, pasa revista a las hornadas de j¨®venes y bellas escritoras, mimadas por la fama y solicitadas por editores y lectores, que se mueven, gr¨¢ciles, acompa?adas por escritores no menos j¨®venes y brillantes, dispuestos a comerse el mundo con la misma voracidad con la que engullen croquetas y emparedados de salm¨®n.
La tarde de la fiesta, un viento fresco y falt¨®n ha barrido a los lectores del ferial y ha esparcido alevosamente oleadas de polen. Algunos autores sensibles estornudan y moquean tocados por la alergia. En esta fiesta de la cultura tambi¨¦n se habla del tiempo aunque sea un t¨®pico. Tras el aguacero inaugural no ha vuelto a llover en esta celebraci¨®n que tradicionalmente acaba con el papel mojado o sin vender dentro de las casetas.
Ha terminado la Feria del Libro y por fin tengo tiempo para leer la novela de Rafael Chirbes, que es una novela sobre el tiempo.
La ca¨ªda de Madrid de la que habla el t¨ªtulo ocurri¨® el 20-N de 1975 y el autor refleja en una narraci¨®n densa y precisa las historias de unos personajes que se asoman entre el miedo y la esperanza a un futuro que fue el nuestro, miedos y esperanzas que se cristalizan en el paisaje de una ciudad, gris, atemorizada y silenciosa, que aguarda la muerte oficial del dictador, al que mantienen con un simulacro de vida sus herederos y c¨®mplices, asustados tambi¨¦n por la gran interrogaci¨®n que se levanta en el brumoso horizonte.
Personajes de diferentes clases sociales y distintas generaciones que viven conectados a la sombra del dictador de cuerpo presente. Los tubos que entran y salen del organismo del decr¨¦pito d¨¦spota a¨²n bombean sus ponzo?osos h¨¢litos sobre sus s¨²bditos. Su presencia parece que no va a disolverse nunca por completo.
La novela es espl¨¦ndida y amarga, y al leerla experimento cierto hormigueo en la nuca, como si de verdad a¨²n no se hubiera evaporado despu¨¦s de 25 a?os el fantasma de Franco.
Es el poder de evocaci¨®n que emana del relato de Chirbes. Pero hay algo m¨¢s; desde hace unos d¨ªas, entre niveles alarmantes de ozono o tolueno, en Marid huele otra vez a muerto. Manzano, Fraga y los obispos vuelven a animar el clan de los osos cavernarios y aventan la peste.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.