La odisea de un futbolero en EEUU
S¨®lo en un peque?o 'pub' se rompi¨® la sensaci¨®n de ignorancia o indiferencia de Pebble Beach sobre la Eurocopa
California est¨¢ a s¨®lo once horas en avi¨®n de Europa, pero al aterrizar uno tiene la sensaci¨®n de haber penetrado en otro sistema solar. No est¨¢n padeciendo en absoluto la fiebre de la Eurocopa. No exhiben el m¨¢s m¨ªnimo s¨ªntoma. Ni siquiera se enteran de las terribles batallas que se est¨¢n librando, los orgullos nacionales que est¨¢n en juego, en los campos de B¨¦lgica y Holanda.El mi¨¦rcoles pasado, por ejemplo, el reci¨¦n llegado a Monterrey, la ciudad m¨¢s cercana al campo de golf de Pebble Beach, donde se disputa el Open de Estados Unidos, se compra el gran peri¨®dico estatal, el San Francisco Chronicle. Est¨¢ desesperado, siendo un europeo normal, por saber qu¨¦ hab¨ªa ocurrido la noche anterior en el partido entre Espa?a y Noruega. El Chronicle, ese d¨ªa, dedic¨® 12 p¨¢ginas a los deportes. Una p¨¢gina entera a los resultados de la jornada anterior. Pero nada. Nada, nada. Tampoco en la radio o en la televisi¨®n. Ni una menci¨®n de la Eurocopa.
Dadas las circunstancias, quiz¨¢s era mejor no enterarse de la humillaci¨®n que hab¨ªa sufrido la selecci¨®n de Camacho a manos de los noruegos, cuyos antepasados vikingos, dicen, fueron los primeros en descubrir Am¨¦rica, pero que se olvidaron -como tambi¨¦n los espa?oles y los ingleses- de explicar a los nativos que el f¨²tbol es lo m¨¢s importante en la vida.
Tarde o temprano se ten¨ªan que enterar de que exist¨ªa un deporte llamado f¨²tbol o, como ellos dicen, soccer, y en los ¨²ltimos a?os, efectivamente, los ni?os han aprendido a jugarlo. Hoy en d¨ªa el soccer es el deporte que los ni?os americanos m¨¢s juegan en los colegios. M¨¢s que el b¨¦isbol, el baloncesto o el f¨²tbol americano. Pero una vez que llegan a la adolescencia se olvidan. O se dejan de interesar. Porque saben que el soccer que se juega en la Liga profesional americana es de muy pobre nivel y, si se van a dedicar a seguir alg¨²n deporte, prefieren que sea uno de los que sus compatriotas dominan.
Para los adultos americanos el soccer es un deporte de mujeres. Porque a nivel internacional la selecci¨®n femenina de Estados Unidos es la mejor que hay. Pero, con todo respeto, el visitante europeo no se interesa por el f¨²tbol femenino. Ni las mujeres europeas se interesan por el f¨²tbol femenino. Queremos saber qu¨¦ pasa en la Eurocopa. Entonces, ?qu¨¦ hacer en Monterrey? ?C¨®mo evitar caer en la desesperaci¨®n total? Pues refugi¨¢ndonos en las emociones m¨¢s refinadas que nos da el golf. Observando de cerca al mejor deportista del planeta, Tiger Woods, en el campo de golf m¨¢s hermoso que existe. Y alimentando la esperanza de que uno de los jugadores espa?oles, Jim¨¦nez u Olaz¨¢bal o Garc¨ªa, pueda compensar hasta cierto punto las deficiencias de la selecci¨®n espa?ola de f¨²tbol.
Entretanto, Internet ofrece una soluci¨®n. El gran invento de los americanos (hay que reconocerlo) ofrece la posibilidad, al menos, de enterarse de los resultados de la Eurocopa. Y es a trav¨¦s de Internet como uno hace el gran descubrimiento de la semana. Que hay un bar en Monterrey, un pueblo fundado por los espa?oles en el siglo XVII, donde van a pasar en directo uno de los partidos de f¨²tbol europeo. En esto hay que agradecer a los colonizadores ingleses. O, espec¨ªficamente a un se?or ingl¨¦s que se instal¨® en Monterrey hace unos a?os y fund¨® un pub llamado The Britannia Arms. Y en el Britannia Arms, gracias a una enorme parab¨®lica colocada en el tejado, iban a pasar por televisi¨®n el Inglaterra-Alemania la ma?ana del s¨¢bado.
El visitante europeo, entusiasmado por el recital que estaba dando El Tigre en Pebble Beach pero sediento del dramatismo, la intensidad, que s¨®lo el f¨²tbol genera, sali¨® disparado al Britannia Arms, como a un oasis en el desierto. Pasar por esa puerta fue como dar un salto, sin necesidad de subirse a un avi¨®n, al Viejo Continente. No exactamente lo que uno entiende por Europa, pero s¨ª Inglaterra.
Cien fans, varios de ellos con pinta de hooligans -las caras pintadas, sus camisetas del Arsenal y del Manchester United- hac¨ªan lo que los ingleses siempre hacen en estas circunstancias: consum¨ªan cerveza en cantidades industriales. Y hac¨ªan m¨¢s ruido, parec¨ªa, que las hordas en Charleroi.
El nivel del partido, especialmente el de la selecci¨®n inglesa, fue tan atroz durante la primera media hora que a uno se le empezaron a ocurrir pensamientos herejes. ?No ser¨ªa mejor, despu¨¦s de todo, salir al campo de golf a ver a Tiger Woods? Pero no. El gol de Inglaterra a comienzos del segundo tiempo anim¨® el partido. O, mejor dicho, all¨¢ en el somn¨ªfero pueblo de Monterrey de repente nos dimos cuenta de que est¨¢bamos presenciando la tercera guerra mundial. Tiger Woods es el arte -el Caravaggio, el Rembrandt del deporte contempor¨¢neo-. Pero el f¨²tbol-un Inglaterra-Alemania- es la sangre. Es la locura. Es la pasi¨®n.
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