En Chicago ENRIQUE VILA-MATAS
Fui a Chicago para dejar de fumar. Me hosped¨¦ en el Allerton, donde eleg¨ª una habitaci¨®n para no fumadores, uno de esos cuartos de hotel en los que si uno enciente un cigarrillo se dispara de inmediato una sirena en el pasillo y, aparte del momento de verg¨¹enza que vives, te cae una multa de 200 d¨®lares.Cuando llegu¨¦ a Chicago el calor y la humedad eran insoportables. El clima de esta ciudad es muy duro en invierno -se hiela el lago Michigan y se alcanzan temperaturas de 25 grados bajo cero- mientras que en primavera y verano el calor y la humedad suelen ser asfixiantes. En invierno la llamada ciudad del viento se convierte en un manto de nieve que hace tan peligrosas las calles, que el Ayuntamiento coloca largas cuerdas en ellas para que los transe¨²ntes tengan a qu¨¦ agarrarse y eviten resbalones. Pero yo llegu¨¦ en plena can¨ªcula asfixiante y pens¨¦ -en la soledad de mi cuarto, feliz de haber dispuesto que una sirena me controlara- que el clima de los cuatro d¨ªas que me esperaban en Chicago no iba a tener variaciones. Me equivoqu¨¦ en esto tanto como en suponer que la ciudad de Eliot Ness era id¨®nea para dejar de fumar.
Ya en el mismo d¨ªa de la llegada, fuimos a cenar al Miller's Bar -un tugurio m¨ªtico por haber contado con Humphrey Bogart y Frank Sinatra entre su clientela m¨¢s entusiasta-, donde uno hace el rid¨ªculo m¨¢s espantoso si no fuma. A la ma?ana siguiente, el tiempo hab¨ªa cambiado, era mucho m¨¢s benigno. Llovizna y viento y cierto fr¨ªo en las calles. No sab¨ªa que estaba por llegar lo peor, fumaba por esas calles pensando que no tardar¨ªan en volver la asfixia y la humedad, fumaba por esas calles admirando -visualmente Chicago es espl¨¦ndida- la imaginaci¨®n de arquitectos hist¨®ricos como Roof, Holabird, Sullivan and Wright, que aportaron a la ciudad arrasada por el Gran Incendio de 1871 grandes ideas para rascacielos. Y es que de pronto un pueblo ganadero del medio oeste se convirti¨® en el lugar de nacimiento de todo tipo de innovaciones arquitect¨®nicas. Del caos los ganaderos hicieron surgir la cultura. Chicago. Hay que verla. Caos, creatividad y cultura. Hay que verla. A Catalu?a tambi¨¦n, pero en cuesti¨®n de vitalidad art¨ªstica -basta ver el Art Institute, el impresionante museo que fundaron- nadie gana a aquellos ganaderos con esp¨ªritu de ganadores. Al d¨ªa siguiente de mi deslumbramiento arquitect¨®nico, dej¨¦ de fumar por consejo de mi amigo Timothy Jones, el botones del hotel, un joven con muchos galardones, entre ellos el Hospitalidad Harper de 1996 y el Botones del A?o de 1997. Timothy Jones fue el que me inform¨® de que el tiempo iba a empeorar progresivamente, como as¨ª, efectivamente, sucedi¨®. Con el paraguas rojo que me prest¨®, me dediqu¨¦ a ver todo lo que ¨¦l me hab¨ªa recomendado: Water Tower, Chicago Place, el lujo de la Milla de Oro, la skyline vista en la l¨ªnea del horizonte de un barco que se adentra en el lago Michigan, la ruta de Al Capone y el Joffrey Ballet, los barrios de Greektown y Chinatown, el hall del legendario Chicago Tribune. Y como colof¨®n, Nighthawks, un cuadro de Edward Hopper en el Art Institute.
Al igual que Joseph Conrad iba haciendo, en su viaje al Congo, el descubrimiento paulatino de la locura colonial, yo fui descubriendo, primero de forma pausada y luego acelerada, la evoluci¨®n enloquecida del clima de Chicago. El ¨²ltimo d¨ªa, por la noche, la tormenta era alucinante mientras nos dirig¨ªamos a un peligroso barrio de las afueras, donde, seg¨²n Antoni Munn¨¦, se o¨ªa -debo decir que andaba en lo cierto- el mejor blues de la ciudad. All¨ª, a pocos kil¨®metros de la casa natal de Hemingway, en un club de blues invadido por un humo azul, fui vencido por la tentaci¨®n de un tabaco imprescindible para escuchar a Johnny B. Moore en su emocionante homenaje a Muddy Waters.
De vuelta al hotel, tras un viaje ¨¦pico en taxi bajo la tormenta y el anuncio de nieve para el d¨ªa siguiente, vi humo bajo la puerta de mi cuarto mientras escuchaba en la radio a Mojo Mama y Willie Dixon. Me dorm¨ª so?ando blues. Cuando despert¨¦ ocho horas despu¨¦s, el mal tiempo segu¨ªa all¨ª. Estaban ya preparando las cuerdas para los transe¨²ntes cuando ped¨ª el taxi para el aeropuerto, me desped¨ª de Timothy Jones, vol¨¦ con la tormenta que se desplazaba hacia Montserrat y llegu¨¦ a Barcelona en una terrible madrugada de lluvia y viento que no me inquiet¨® porque andaba s¨®lo preocupado por la t¨ªpica urgencia del aficionado al blues: fumar hasta el amanecer. Atr¨¢s quedaba Chicago y su contundente ejemplo de vitalidad cultural.
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