Selecci¨®n natural entre bastidores
Este fin de curso hay dos obsesiones masivas que alteran los nervios a nuestros hijos. Por un lado, los ex¨¢menes, donde se juegan su futuro, como la selectividad: el rito de paso que les promete ocupar plazas de clase media. Y por otro, el programa Gran Hermano, que ha trastocado el vigente ranking de distribuci¨®n de audencias entre las grandes cadenas. Los consumidores preferentes de este nuevo concurso audiovisial son los estudiantes, las chicas especialmente, que han de votar en plebiscito su candidato predilecto al papel de hermanito mayor ideal. De ah¨ª que las concursantes descartadas tiendan a ser las mujeres, y que el ganador parezca predestinado a ser un chico, como ha ocurrido en Alemania, reforz¨¢ndose as¨ª una definici¨®n de la realidad basada en el complejo de supremac¨ªa masculina. Pero esto no es nuevo, como tampoco lo es la estructura formal del concurso, cuya l¨®gica se basa en el viejo juego infantil de las sillas, que han de ser asaltadas por m¨¢s jugadores que puestos vac¨ªos. El paralelo con la selectividad resulta transparente, aunque aqu¨ª la destreza se demuestra no asaltando plazas, sino exhibiendo mayor simpat¨ªa natural espont¨¢nea. Y esto parece revelar la verdadera naturaleza de nuestra cultura p¨²blica.Los comentaristas se suelen fijar en dos rasgos del programa que se toman como sus ingredientes m¨¢s obvios. Por una parte se subraya la b¨²squeda de verdadero realismo, cansados los espectadores de tanta ficci¨®n de pacotilla. Y por la otra se denuncia el dispositivo pan¨®ptico de transparencia y control, tan caro a Foucault, que permite a los espectadores vigilar y castigar a los concursantes. Bien, todo esto es verdad, pero hay algo m¨¢s. En mi opini¨®n, su ¨¦xito se debe a que explota la ambivalente doblez que es inherente al trato humano. Al relacionarnos con los dem¨¢s, todos tenemos dos caras: la que ponemos en p¨²blico y la que ocultamos en la intimidad. Pues bien, si la mayor parte de la televisi¨®n muestra la cara presentable en sociedad, este tipo de programas busca revelar la cara que nunca presentar¨ªamos al p¨²blico, jugando con la contradicci¨®n entre ambas. Y para comprenderlo, nada mejor que recurrir al modelo dramat¨²rgico que propuso Erving Goffman, el ¨²ltimo maestro de la escuela de sociolog¨ªa de Chicago. Para este autor (seg¨²n expuso en su obra La presentaci¨®n de la persona en la vida cotidiana, 1969), todo espacio de interacci¨®n se divide en dos regiones distintas. De un lado, la fachada, proscenio (front) o regi¨®n anterior del escenario, donde representamos papeles ante los dem¨¢s. Y al otro lado del tel¨®n, el trasfondo (backstage), retaguardia o trastienda, que es la regi¨®n posterior situada entre bastidores y tras las bambalinas, donde nos resguardamos para sentirnos seguros y ocultos, a salvo de la vista de los dem¨¢s. En la boca del escenario estamos en guardia y hacemos teatro, interpretando personajes convencionales o sobreactuados. En cambio, tras el tel¨®n, somos nosotros mismos, dejando de actuar y comport¨¢ndonos con espont¨¢nea naturalidad.
Pues bien, como han se?alado diversos te¨®ricos del medio audiovisual (v¨¦ase John B. Thompson, Los 'media' y la modernidad, Paid¨®s, 1998), nada mejor que la pantalla de la televisi¨®n para mostrar esa frontera de Goffman que separa las dos regiones del escenario: los bustos parlantes y sus invitados act¨²an dando la cara en el front, a este lado de la pantalla que mira al espectador, mientras los guionistas, productores, tramoyistas y dem¨¢s personal t¨¦cnico permanecen invisibles en el backstage. Sin embargo, muy pronto los profesionales del medio advirtieron lo forzado de esa r¨ªgida separaci¨®n y, aprendiendo sobre la marcha de la propia experiencia, comenzaron a improvisar procedimientos para cruzar la frontera, invitando a los espectadores a mirar dentro del backstage. As¨ª fue como en los telediarios, por ejemplo, el forillo neutro del fondo fue sustituido por un cristal transparente que dejaba percibir todo el barullo y el bullicio de la redacci¨®n. Y en este sentido, el mayor avance hasta la fecha ha sido precisamente el Big Brother: invento donde los actores del espect¨¢culo interpretan su papel no en el front del escenario, sino justo en su backstage, tratando de comportarse ante las c¨¢maras como si ¨¦stas no existieran a fin de que el espectador crea sorprender en directo el fluir mismo de la libre espontaneidad natural, no adulterada por ning¨²n teatro artificial.
Ahora bien, la microsociolog¨ªa de Goffman demuestra que tan ficticio y desnaturalizado es el comportamiento de fachada que se exhibe en el escenario como el aparentemente espont¨¢neo que se improvisa en la intimidad, cuando se cree estar a salvo de todas las miradas, pues tambi¨¦n aqu¨ª se comporta uno con rituales interiorizados, que implican la representaci¨®n de la propia identidad. Y esto es, en definitiva, lo que se descubre y se revela contemplando programas como Gran Hermano: que tan falsa y falaz es la premeditada puesta en escena de un yo artificial como la presuntamente natural y espont¨¢nea representaci¨®n del aut¨¦ntico yo personal. Sin embargo, los espectadores pican el anzuelo, tomando la tramoya por aut¨¦ntica pese a su evidente artificiosidad. ?A qu¨¦ se debe este efecto de ficticia verdad? Probablemente, a la divisi¨®n del escenario en dos regiones contradictorias entre s¨ª: es la t¨¦cnica del encierro la que, al separar a los concursantes de la vida p¨²blica exterior (el front), crea la apariencia de que all¨ª deber¨ªa de haber verdadera vida ¨ªntima interior (el backstage). Eso hace al Big Brother una met¨¢fora del buen salvaje de Rosseau, pues, al estar aislados de la artificiosa sociedad, sus habitantes semejan ser espec¨ªmenes de la naturaleza: ingenuos e inocentes, en tanto que silvestres y no domesticados. De ah¨ª la malsana curiosidad con que los espectadores los observan, mir¨¢ndoles como si fuesen cobayas humanos, orangutanes de zool¨®gico o chimpanc¨¦s de laboratorio, a los que se investiga a trav¨¦s de los barrotes registrando su historia natural. En suma, los estudiantes espa?oles estudian el Gran Hermano para aprender etolog¨ªa humana como si se tratase de un manual de autoayuda o de un documental (algo m¨¢s interesante que el COU, en todo caso), a fin de experimentar en cabeza ajena el callej¨®n sin salida (doble v¨ªnculo) que implica tener que fingir en escena una aut¨¦ntica espontaneidad natural.
Pero esta obsesi¨®n por las aparencias es algo at¨¢vico, pues la cultura p¨²blica espa?ola est¨¢
predispuesta desde hace siglos a interpretar la realidad seg¨²n la met¨¢fora del teatro (hoy, la televisi¨®n), que divide a la gente en sus dos papeles contrapuestos de actor y de personaje. Aqu¨ª conviene recordar que Goffman fue un jud¨ªo de origen humilde que logr¨® introducirse en la alta sociedad de los gentiles: de ah¨ª su obsesi¨®n por investigar la escisi¨®n entre apariencia social e identidad personal. Pues bien, si creemos a Am¨¦rico Castro, toda la cultura espa?ola se fund¨® en este juego de espejos que pon¨ªa en escena el dualismo de la doble identidad entre el ser y el parecer. De ah¨ª la obsesi¨®n del gran inquisidor por vigilar la limpieza de sangre de los cristianos nuevos descendientes de jud¨ªos o moriscos, lo que obligaba a confesar en p¨²blico hasta los rituales corporales m¨¢s ¨ªntimos, como hacen hoy los consursantes del Gran Hermano. Por eso, despu¨¦s la Espa?a cortesana del Barroco se erigi¨® como una sociedad del espect¨¢culo seg¨²n la l¨®gica del Theatrum mundi, tal como ha recordado J.M.Gonz¨¢lez Garc¨ªa en su libro Met¨¢foras del poder (Alianza, 1998). Luego, tras la ca¨ªda del Antiguo R¨¦gimen, tanto el siglo XIX, liberal-conservador, como el XX, dictatorial, se edificaron seg¨²n la contraposici¨®n, denunciada por Ortega, entre la Espa?a oficial, de solemne fachada jur¨ªdica, y la Espa?a real, de corrupta arbitrariedad clientelar. Se trata, pues, de la misma dualidad goffmaniana que contrapone el escenario p¨²blico frente a la trastienda clandestina, oculta en la penumbra. De ah¨ª la obsesi¨®n popular por introducirse entre los bastidores del poder, espiando los arreglos bajo el tapete y los pasteleos que se cuecen en la oscuridad: as¨ª se hizo la transici¨®n a la democracia y as¨ª se ha desenvuelto ¨¦sta, con flagrantes contradicciones entre una fachada impecable y una trastienda de patrimonializaci¨®n y abusos de poder. ?Y qu¨¦ decir, por ejemplo, del pr¨®ximo congreso socialista, que tambi¨¦n se anuncia como una suerte de concurso televisivo donde habr¨¢n de ganar los candidatos que mejor se desenvuelvan en una sorda lucha por el poder entre bastidores? Esta doblez de la realidad social es el fil¨®n que explota el Gran Hermano, como trasparente met¨¢fora de nuestra sociedad civil.
Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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