El cinismo como categor¨ªa
Italia lo tiene claro. Si usted quiere sentido est¨¦tico, mire el dise?o de sus camisetas, los peinados milim¨¦tricos, los dibujos de las barbas. Si quiere talento mire al banquillo (ah¨ª est¨¢ Del Piero, sentado con la solemnidad de un fara¨®n). Si quiere ataque, lea las declaraciones de Sacchi y los contraataques de Tardelli en la prensa italiana... Ahora hablemos de f¨²tbol. Generosa Italia que, como si se tratara de una ¨²ltima voluntad, le da el bal¨®n al rival, antes de asesinarlo. Sabemos que el catenaccio hizo escuela. Hay libros que exaltan "la astucia", "la inteligencia exquisita" o "la refinada estrategia" de un sistema que yo entiendo como eminentemente traicionero y que tiene el defecto imperdonable de mutilar el f¨²tbol por su parte m¨¢s apasionante: el sentido de la aventura, el orgullo de pelear en campo abierto, la liberaci¨®n del instinto. Me resulta f¨¢cil entenderlo cuando es una necesidad, una respuesta natural de la inferioridad de recursos (la psicolog¨ªa del d¨¦bil ante el fuerte siempre es defensiva); pero lo desprecio cuando se hace desde la abundancia. En consonancia con el cinismo de esa idea, en Italia hay gente que est¨¢ en abierto desacuerdo con esa forma de jugar, cuando se pierde, pero le encuentra valores muy originales cuando se gana. - El gen de m¨¢s que yo no quisiera
A¨²n as¨ª, ?c¨®mo no admirar la concentraci¨®n de Toldo, las condiciones naturales de Nesta, la categor¨ªa de Maldini, la profesionalidad de Albertini, la generosidad de Conte, la astucia de Totti, el peregrinaje de Inzaghi...! El jugador italiano es una raza aparte. Los jugadores que pasaron por la experiencia de jugar en ese f¨²tbol, cuentan que en el autob¨²s que lleva a los equipos al estadio cada domingo, hay miedo en el aire, un silencio sepulcral en donde es imposible descubrir lo que el f¨²tbol tiene de placentero. Esa cultura de la amenaza arranca con la agresividad del periodismo, se prolonga en la competencia brutal que existe por hacerse con la titularidad, y termina en los resultados casi siempre infartantes (0 a 0; 1 a 0; 0 a 1...), que obligan a convivir con el estr¨¦s. Se trata de un f¨²tbol capaz de prescindir del talento indiscutible de Henry, Bergkamp o Kluivert, si no se adaptan de inmediato; de rendirse a la extraordinaria entrega de Davids, Simeone o Zamorano, hombres que saborean la exigencia del m¨¢ximo empe?o; y de robustecer (lo que no mata engorda) el talento de Zidane, Rui Costa o Nedved. Ya dijimos que, cuando Inzaghi encar¨® a Stelea en el primer gol de Italia frente a Rumania, sab¨ªa que esa oportunidad pod¨ªa ser ¨²nica y que el sistema depende del aprovechamiento de las ocasiones; pero en esa cara hab¨ªa una alerta general, un punto de miedo, porque tambi¨¦n sab¨ªa que el error pod¨ªa costarle el puesto. Tambi¨¦n Totti vive sus partidos sintiendo la insoportable presi¨®n de Del Piero. Esa locura competitiva es el famoso gen de m¨¢s, que los hace minuciosos con los peque?os detalles, conservadores hasta el aburrimiento, contundentes hasta la groser¨ªa. Es como si el instinto estuviera sometido a una implacable domesticaci¨®n. Hay momentos en donde un defensa va a despejar, y se encuentra, por ejemplo, con las piernas de un noruego abiertas de par en par, una hermosa invitaci¨®n al ca?o que un hombre libre jam¨¢s podr¨ªa rechazar. El jugador italiano ignora la tentaci¨®n y despeja lo mismo. Como jugador, como entrenador y como espectador les regalo el triste secreto de tanta competitividad. En el fondo, los italianos tambi¨¦n lo desprecian. ?O no son ellos los que gritan "ol¨¦" cuando esta selecci¨®n, por casualidad, da tres toques seguidos? Claro que, cuando lo gritan, suelen ir ganando. Mejor que termine aqu¨ª.
- Si Italia no lo quiere...
Y en el otro rinc¨®n: el bal¨®n; o sea, Holanda. Es como volcar el campo hacia el otro lado. Un pa¨ªs que hizo de la posesi¨®n de bal¨®n una cultura, una necesidad y una exigencia, merece respeto, porque el desarrollo de esta idea tiene mucha m¨¢s dificultad que la de amontonar gente en el ¨¢rea propia. Es curioso que, habiendo sistematizado la ense?anza, hayan surgido espec¨ªmenes tan distintos. Kluivert, como los remeros, trabaja de espaldas y s¨®lo se da vuelta para meter alg¨²n gol. Bergkamp juega colgado de una percha y, cuando amaga y corta, lo hace con tanta elegancia y correcci¨®n, que s¨®lo le falta pedirle disculpas al rival. Van der Sar tiene cara de haber perdido el tren, pero es un portero formidable que tiene manos y pies (y los usa); Overmars es una cometa sin cola en un d¨ªa de viento, pero con un bal¨®n atado a los pies (los dos pies); Davids es una pira?a con hambre, nerviosa y sin educar, pero que le da el bal¨®n a sus compa?eros... De un cambalache as¨ª, sale un equipo arm¨®nico. Cosas del f¨²tbol.
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