Vicente Fox, liderazgo sin caudillismo
ENRIQUE KRAUZE
Defiende el autor que en el M¨¦xico de hoy la vuelta al caudillismo por encima de las instituciones es muy improbable y que el nuevo presidente electo gobernar¨¢ el pa¨ªs como un l¨ªder porque une al carisma la racionalidad. Sus riesgos provienen de su relativa inexperiencia y de los embates del M¨¦xico bronco: las guerrillas, el narcotr¨¢fico, las movilizaciones sociales.Vicente Fox tiene, en apariencia, el perfil del t¨ªpico caudillo latinoamericano: fuerza, carisma, don de la palabra -no florida, pero s¨ª directa, llana y eficaz-, capacidad de convocar la fe, el entusiasmo y hasta la entrega de las masas, no en un territorio acotado, sino en el pa¨ªs entero. ?Estamos entonces ante una nueva edici¨®n de una vieja historia? Dif¨ªcilmente. Todos los caudillos del siglo XIX en M¨¦xico terminaron mal: el fugaz emperador Iturbide, el deslumbrante Santa Anna, hasta el c¨¦lebre Porfirio D¨ªaz o el invicto general Obreg¨®n. Pero el M¨¦xico del a?o 2000 no es el del siglo XIX, ni siquiera el de la legendaria Revoluci¨®n Mexicana. Y Vicente Fox es m¨¢s un l¨ªder que un caudillo. Con breves interludios a partir de la independencia, M¨¦xico fue un pa¨ªs gobernado por militares cuya legitimidad no proven¨ªa de la fuerza de las urnas, sino del estruendo de las balas. A principios del XIX, los caudillos extra¨ªan su prestigio de su intervenci¨®n -a menudo ambigua- en la guerra de Independencia. A fines de ese siglo, el poder de D¨ªaz proven¨ªa de haber tomado parte en la guerra contra la intervenci¨®n francesa. Los caudillos del siglo XX extra¨ªan su autoridad de su experiencia revolucionaria. Pero hacia 1946, el sistema de Partido de Estado -hay que reconocerlo, en esta hora de su extremaunci¨®n- dio un paso gigantesco: mand¨® a retiro a los militares. Desde ese momento, el carisma cristaliz¨®, por as¨ª decirlo, en la instituci¨®n presidencial. Octavio Paz observ¨® un relativo progreso pol¨ªtico en este tr¨¢nsito del poder personal al impersonal. Ese progreso es irreversible: en M¨¦xico, la vuelta al caudillismo por encima de las instituciones es altamente improbable.
Para romper el monopolio del PRI -con su antigua legitimidad tradicional, su arraigo en las costumbres de obediencia, los h¨¢bitos corporativos, la corrupci¨®n- se requer¨ªa como ant¨ªdoto el arrastre de un caudillo dotado de un sentido casi religioso de su misi¨®n pol¨ªtica. Ocurri¨® en 1910, cuando Madero derrot¨® a Porfirio D¨ªaz, y ocurri¨® ahora, cuando Fox venci¨® al PRI. Pero en 1910, M¨¦xico era un pa¨ªs abstra¨ªdo del mundo, concentrado en s¨ª mismo, con una poblaci¨®n predominantemente rural y analfabeta de 15 millones de personas, ajenas por entero a la modernidad. A pesar de todos los desastres naturales y humanos que retrasaron el progreso del pa¨ªs, el siglo XX no pas¨® en vano. Hoy somos 100 millones de personas con severos problemas de pobreza y desigualdad social, pero el pa¨ªs es urbano, joven, alfabeto y tiende con claridad -hasta por fatalidad geogr¨¢fica- a la modernizaci¨®n. La jornada c¨ªvica del 2 de julio y el admirable equilibrio que arroj¨® el resultado de la elecci¨®n son la prueba de madurez que faltaba. Triunf¨® un hombre que, en el contexto democr¨¢tico de hoy (con los balances y l¨ªmites institucionales dentro de los que deber¨¢ actuar), no podr¨ªa -aunque quisiera- gobernar como un caudillo. Podr¨¢ -y har¨¢ bien- gobernar como un l¨ªder.
El liderazgo participa del carisma, pero lo rebasa porque supone racionalidad. Fox tiene una visi¨®n de M¨¦xico y la ha sabido transmitir. Su experiencia empresarial le servir¨¢ para introducir una tabla racional de prioridades en la agenda del pa¨ªs y un riguroso sentido de contabilidad -no se diga de limpieza- en los manejos p¨²blicos (en esto, hay que subrayarlo, Ernesto Zedillo se le ha adelantado en el camino: su honestidad personal ha sido absoluta). Ser¨¢ un promotor recorriendo el pa¨ªs, un presidente en campa?a, un animador del trabajo, la inversi¨®n, la educaci¨®n y la concordia. Para lograr su objetivo, deber¨¢ delegar con sabidur¨ªa: lo har¨¢, seguramente, en el gabinete econ¨®mico, que seguir¨¢ las pautas de sensatez fiscal que imponen la realidad y los tiempos. Y lo har¨¢ tambi¨¦n en el tortuoso ¨¢mbito de la pol¨ªtica, donde las presiones y provocaciones estar¨¢n a la orden del d¨ªa. Fox deber¨¢ actuar con una mezcla sutil de tolerancia y firmeza. Los riesgos -a mi juicio- estar¨¢n en su relativa inexperiencia ante los embates del M¨¦xico bronco (guerrillas, movilizaciones, drogas) y la tentaci¨®n de confundir lo terrenal con lo celestial. Su mejor arma ser¨¢ dar seguimiento a la comunicaci¨®n fluida y clara que estableci¨® con los ciudadanos. Dar cuentas, explicar, escuchar. La introducci¨®n de instrumentos directos de apelaci¨®n al ciudadano -como el plebiscito y el refer¨¦ndum- le ser¨¢n particularmente ¨²tiles para ampliar la participaci¨®n democr¨¢tica.
El siglo de caudillos qued¨® atr¨¢s. La era en que el destino nacional era un pie de p¨¢gina en la biograf¨ªa del poder qued¨® atr¨¢s. El tiempo de la presidencia imperial qued¨® atr¨¢s. Hay un presidente electo que ejercer¨¢ su capacidad de liderazgo. Hay un Congreso plural que lo vigilar¨¢ y limitar¨¢. Hay una opini¨®n p¨²blica alerta y cr¨ªtica. Ahora, la biograf¨ªa del pa¨ªs comienza a ser, venturosamente, un texto que escribimos entre todos.
Enrique Krauze es escritor e historiador mexicano.
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