Coro
Acabo de o¨ªr la cifra oficial de muertos por accidente de carretera en lo que va de a?o y ya no la recuerdo. Dir¨ªa que siete mil, pero si hubieran sido cinco mil o doce mil tampoco lo recordar¨ªa. Son datos inasibles que aparecen bajo una forma insignificante. Como cuando leemos que la Peste Negra mat¨® a la mitad de la poblaci¨®n italiana en tiempos de Galileo. ?C¨®mo imaginar esos muertos? Son n¨²meros mudos, muy distintos, por ejemplo, al de las bajas de una batalla. A semejanza de las cat¨¢strofes naturales, a toneladas de metal, petr¨®leo y alquitr¨¢n. Su ¨²nico monumento es, en consecuencia, el ramo de flores que durante breves d¨ªas se agota atado a una barda, o sobre un pedregal que nadie mira. Es la ¨²nica ofrenda que van a recibir quienes mueren sin heroicidad, atacados por una plaga que no tiene responsable. No hay microbio ni virus, no hay viento de Oriente al que acusar. No hay enemigo. La nueva Peste llega sin causa. Es la plaga m¨¢s metaf¨ªsica que ha asolado a la humanidad y en ella nos acomodamos porque, siendo una muerte sin causa, s¨®lo puede venir de Dios.Pero el modesto ramo de flores me inquieta. Se trata de una costumbre novedosa que vi por primera vez en los alambres del Muro de Berl¨ªn, all¨ª donde ca¨ªan ametrallados los fugitivos. Tambi¨¦n en Praga, cuando alg¨²n estudiante se midi¨® con los tanques rusos. M¨¢s tarde se ha hecho frecuente como gesto de po¨¦tica humildad que quiere dar permanencia a esas muertes tan livianas.
Durante el entierro de los ni?os muertos en el ¨²ltimo accidente de autocar, el p¨²blico aplaudi¨® la presencia de los f¨¦retros. Es otra misteriosa costumbre que comenz¨® durante los entierros de v¨ªctimas de ETA. La muerte mec¨¢nica, sin significado, teocr¨¢tica, ni tiene otro rescate que ese m¨ªnimo homenaje de piedad instant¨¢nea. Unas palmadas, un pu?ado de flores en el arc¨¦n de cualquier carretera. Rebeld¨ªa en miniatura, ef¨ªmera e importante, contra una desoladora falta de sentido que ya no puede calificarse de tr¨¢gica porque la palabra ha sido destruida por el periodismo. Y sin embargo, eso es lo que es.
Inn¨²meros mortales a quienes destruyen sus propias maquinaciones, mientras el coro baila y canta la crueldad de dioses incomprensibles.
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