La irresistible atracci¨®n por el vac¨ªo y sus conjuros
Un fen¨®meno de la vida cotidiana muy conocido es lo que coloquialmente se llama el v¨¦rtigo ajeno. Hay personas que resisten muy mal el intento consciente de otras de aproximarse al precipicio para medir con sus propios ojos la distancia que les separa del abismo. No es infrecuente que ¨¦sta sea la sensaci¨®n de los padres ante la atolondrada e inconsciente curiosidad de sus hijos por experimentar los l¨ªmites de la terraza o del acantilado. Una reacci¨®n impregnada de sentido pr¨¢ctico y de amor filial, muy digna de ser encomiada. Ocurre, sin embargo, que algunas personas, llevadas de su celo educativo y de su acreditada prudencia, extienden sus desvelos preventivos m¨¢s all¨¢ de lo que la pasi¨®n filial aconseja. Se dir¨ªa que impulsados por el h¨¢bito desarrollado, toleran tan mal la asunci¨®n ajena de riesgos que se resisten a lo que el curso de la vida adulta convierte en inevitable y natural. Una actitud tanto m¨¢s parad¨®jica cuanto que, con frecuencia, quienes practican el v¨¦rtigo ajeno han protagonizado a lo largo de sus vidas, con naturalidad y sin que se les descomponga el adem¨¢n, m¨²ltiples situaciones de indiscutible riesgo.La met¨¢fora viene a cuento de lo que pasa en el seno del Partido Socialista. A riesgo de simplificar mucho, un sector ilustrado y experimentado del Partido Socialista se lamenta de la situaci¨®n de postraci¨®n en que ¨¦ste se halla tras las ¨²ltimas elecciones y la dimisi¨®n de la ¨²ltima direcci¨®n. Hasta aqu¨ª, todo muy comprensible y, desde luego, muy compartido. Lo que resulta menos comprensible, y nada compartido, es que el resultado que brota de ese an¨¢lisis sea el desgarramiento de vestiduras por el "espect¨¢culo" (sic) ofrecido a los millones de electores que, a pesar de nuestras carencias, depositaron su confianza en el Partido Socialista. Una conclusi¨®n que, sobre in¨²til, resulta digna de l¨¢stima. Sin exagerar en la l¨®gica cartesiana, a uno se le ocurre m¨¢s conforme con la situaci¨®n descrita que el lamento se tradujera en esfuerzos creativos para la superaci¨®n del trago. Porque lo que resulta una contradicci¨®n insufrible es la pretensi¨®n impl¨ªcita de que, cuando ocurren las cosas que han ocurrido en el seno de los socialistas espa?oles, puedan disimularse externamente sus consecuencias. Por cierto, puestos a escandalizarse no costar¨ªa mucho poner diez o doce ejemplos m¨¢s notorios que los presentes de nuestra acreditada capacidad para el "espect¨¢culo" pero, lamentablemente, se refieren a per¨ªodos en los que ten¨ªamos la responsabilidad de gobernar.
Si la insatisfacci¨®n o el lamento ha de ser sustituido por algo que los supere con ventaja ser¨¢ preciso empezar por reconocer la situaci¨®n que todo el mundo observa. Una situaci¨®n tan real como superable. Pero ah¨ª, me temo, es donde empieza el v¨¦rtigo ajeno.
Porque si no hubiera un problema ser¨ªa razonable el esc¨¢ndalo que algunos predican. O si fuera sencillo de solucionar por medios democr¨¢ticos y tuvi¨¦ramos garantizado el resultado apenas habr¨ªa que inquietarse. Nada justificar¨ªa que se hiciera recuento en p¨²blico de candidaturas reales o ficticias, se publicaran manifiestos y se llenara la prensa de declaraciones, no siempre afortunadas, mientras el Gobierno vive sin oposici¨®n real. Lo que ocurre, sin embargo es que hay un problema y que para resolverlo no basta invocar el pasado, ni delegar las soluciones en referencias incontestables o personas providenciales. Simplemente porque se trata de pensar en el futuro y porque, afortunadamente, no hay personas providenciales sino liderazgos sociales que, como nuestra propia historia confirma, no brotan como los champi?ones sino resultan del tiempo, del acierto y del trabajo.
Lo que s¨ª hay en una organizaci¨®n democr¨¢tica como el PSOE, afortunadamente, son mecanismos de decisi¨®n colectiva, una importante coincidencia entre sus miembros sobre los proyectos pol¨ªticos que resultan plausibles para la izquierda de comienzos de siglo y un notable acervo de capital humano, hecho de ilusi¨®n y ambici¨®n colectiva, de formaci¨®n y, tambi¨¦n, c¨®mo no, de experiencia. Y con esos mimbres hay que hacer la cesta. Pero no hay ninguna seguridad a priori de que los ciudadanos, nuestra efectiva raz¨®n de ser, vayan a bendecir cualquier cosa que hagamos, y menos desde el primer d¨ªa. La legitimaci¨®n por el ejercicio es tan necesaria como inevitable. Los procesos sociales son, sobre todo, procesos de prueba y error. Para quienes se sienten melanc¨®licos y recuerdan un per¨ªodo de mayores seguridades, l¨ªderes incontestables y ¨¦xitos electorales a corto plazo siempre queda el recurso de vivir de los recuerdos. Para quienes, probablemente impulsados por su mala cabeza, reclaman el derecho a equivocarse como ¨²nica v¨ªa para tratar de acertar en la preparaci¨®n del futuro, s¨®lo est¨¢n disponibles los mecanismos de participaci¨®n democr¨¢tica que, cuando se ejercen, dan a lugar a lo que algunos llaman un "espect¨¢culo".
Si bien se mira, tenemos casi todo para tratar de acertar. Salvo que la a?oranza de otros tiempos lleve a ignorar los que vivimos y las tareas inevitables. Una nueva sociedad, con nuevas aspiraciones, distinta memoria hist¨®rica de la que resulta explicable por la biograf¨ªa de muchos de nosotros y m¨¢s compleja composici¨®n social quiere ver expresados nuestros valores de modo que les resulten pr¨®ximos y comprensibles. Nuevas generaciones de espa?oles, que resultan cada vez m¨¢s notorios en las distintas esferas de la vida social, han sustituido, en buena medida, a sus predecesores en esos mismos ¨¢mbitos. No podemos ser ajenos a esos cambios. De modo que nos corresponde llevar a cabo la nada sencilla tarea de acomodar un partido a nuevas formas de relaci¨®n con la sociedad y al inc¨®modo trabajo de la oposici¨®n. No digo que sea f¨¢cil. Y, por si fuera poco, tenemos pendiente la tarea de lograr, al segundo intento, poner las bases de un liderazgo pol¨ªtico no ef¨ªmero, que acabe por convertirse en la digna sucesi¨®n del largo y fecundo que conocimos.
Para todo esto importa mucho el sentimiento de v¨¦rtigo, de riesgo. Por expresarlo en t¨¦rminos financieros, resulta evidente que no nos faltan los partidarios de la seguridad, de la inversi¨®n en deuda p¨²blica o en bonos del Tesoro. Sin duda, una apuesta sensata para no perder y conservar lo que uno tiene. Pero cuando se trata de ganar y de mirar al futuro me temo que hace falta algo m¨¢s que la reproducci¨®n del pasado. Es verdad que siempre habr¨¢ quien se lance sin red en pos de grandes beneficios inmediatos, sin m¨¢s amparo que el anuncio del ¨²ltimo chip y una buena publicidad. Pero, sin necesidad de jugarlo todo a los valores tecnol¨®gicos, siempre hay una buena combinaci¨®n de rentabilidad y seguridad, capaz de marcar un camino cre¨ªble. A condici¨®n, naturalmente, de que el meritorio reflejo del v¨¦rtigo ajeno, que tantos accidentes ha evitado en la edad infantil, no se quiera seguir aplicando a la edad adulta. En esto convendr¨ªa un poco de distancia, para ganar en perspectiva.
Juan Manuel Eguiagaray es diputado del PSOE por Murcia.
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