La locuacidad del silencio
Ha sido Antonio Tabucchi quien ha insistido en el tema. A decir verdad, yo hubiera preferido un asunto m¨¢s sencillo y tal vez un poco m¨¢s period¨ªstico, por ejemplo, algo referente a la actual situaci¨®n pol¨ªtica italiana, argumento de indudable inter¨¦s para los lectores de un peri¨®dico progresista como Avghi. Pero Tabucchi, sentado en la terraza de un caf¨¦ del antiguo puerto veneciano de Chania, en Creta, es de diferente opini¨®n. "?Y por qu¨¦ no hablamos del silencio?", me ha dicho. A los escritores no hay que llevarles la contraria. Ya se sabe: son como ni?os, si se les lleva la contraria, se vuelven de mal humor o ponen mala cara. Y adem¨¢s, cuando un gran escritor, un logotechnis como se dice en griego (es decir, alguien que posee de verdad el arte del logos,), quiere hablar del silencio, es una rara ocasi¨®n para escucharle. El tema nos lo ha proporcionado un libro que Tabucchi tiene abierto sobre la mesa, y que, evidentemente, se ha tra¨ªdo consigo para sus vacaciones: Bartleby y compa?¨ªa, de Enrique Vila-Matas, recientemente publicado en Espa?a. Un libro, como sostiene Tabucchi, dedicado a la "literatura del No".Tabucchi empieza inform¨¢ndome de que su argumento son aquellos escritores que en determinado momento han dejado de escribir para siempre o durante un largo periodo de sus vidas. A m¨ª me viene inmediatamente a la cabeza el nombre del poeta griego Manolis Anagnostakis, uno de los grandes de la literatura griega contempor¨¢nea, perteneciente a esa generaci¨®n que ha sido denominada "generaci¨®n de la derrota", el cual, hace veinte a?os, a la edad de cincuenta y cinco a?os, y en la cumbre de su fama, decidi¨® dejar de escribir. Llegados a este punto, la discusi¨®n se vuelve realmente acalorada, entre otras cosas porque otro amigo griego que est¨¢ presente, pero que hasta ahora hab¨ªa permanecido en silencio bebiendo, uzo, exclama: "?Pero si este libro nos ata?e!".
En efecto, el problema nos ata?e a todos. Curiosamente, en el caf¨¦, casi desierto a estas horas, los dos o tres parroquianos presentes parecen haber comprendido el argumento de nuestra conversaci¨®n, y se ha hecho el silencio. La m¨ªa no es una impresi¨®n del todo imaginaria: aqu¨ª en Creta son muchos los que hablan italiano y este caf¨¦ es el lugar de encuentro de la intelectualidad local. As¨ª, en este silencio que de repente se ha creado, mientras a lo lejos, en alg¨²n lugar del puerto, alguien est¨¢ tocando un bozouki, se enciende una discusi¨®n sobre el silencio. Y empezamos a pasar revista a los "escritores del No" que Vila-Matas alberga en su novela. El primero es Juan Rulfo, el gran Rulfo amado por todos nosotros, quien en toda su vida escribi¨® pr¨¢cticamente un solo libro, Pedro P¨¢ramo. Un d¨ªa, cuando un indiscreto le pregunt¨® a Rulfo por qu¨¦ hab¨ªa abandonado la pluma, ¨¦l le ech¨® la culpa a su t¨ªo Celerino, que le contaba historias. "Por desgracia, el t¨ªo Celerino ha muerto", dijo Rulfo, "ya no tengo a nadie que me cuente historias".
Son muchos los escritores a los que, como a Rulfo, se les ha muerto el t¨ªo Celerino. A Salinger, por ejemplo, quien despu¨¦s de su formidable El guardi¨¢n entre el centeno no s¨®lo renunci¨® a la pluma, sino que lleg¨® hasta a refugiarse en una remota localidad de los Estados Unidos, donde quiere mantenerse alejado incluso del objetivo fotogr¨¢fico. Tabucchi nos lee en voz alta la p¨¢gina de Vila-Matas en la que ¨¦ste se refiere a Hawthorne y a su relato Wakef¨ªeld, en el cual un d¨ªa, sin motivo aparentemente l¨®gico, un hombre abandona casa, mujer e hijos no para irse a un lugar remoto, sino para esconderse en una casa enfrente de la suya, en cuyas ventanas pasar¨¢ el resto de sus d¨ªas espiando la vida de su familia. Cuando no entendemos el texto, Tabucchi nos lo traduce en italiano, y llegamos as¨ª al momento en el que Vila-Matas habla del suicidio, gesto interpretado por ¨¦l parad¨®jicamente como m¨¢s f¨¢cil que el del silencio, por ser radical y definitivo. "Al silencio le hacen falta constancia y testarudez, se basa en una decisi¨®n que hay que respetar d¨ªa a d¨ªa, de esas que no se toman por un arrebato repentino, sino con paciencia y capacidad de aguante".
"Y por fin", nos explica Tabucchi siguiendo a Vila-Matas, "est¨¢ tambi¨¦n el silencio del escr¨²pulo y del remordimiento, como el de Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, el premio Nobel espa?ol, y su incre¨ªble hipocondria. Durante toda su vida, cuando se desped¨ªa de sus amigos por la noche dec¨ªa que tal vez al d¨ªa siguiente estar¨ªa muerto. Nunca se le ocurri¨® pensar que en cambio se morir¨ªa antes que ¨¦l su mujer, Zenobia, a quien se defin¨ªa como "su mujer, su amante, su peluquera, su ch¨®fer y su archivo". Estamos en 1956. Exiliado en Puerto Rico para escapar a la dictadura franquista, un d¨ªa le llegan a Jim¨¦nez contempor¨¢neamente dos noticias: que ha ganado el Nobel y que a su mujer, de regreso de una cl¨ªnica estadounidense, le quedan pocos d¨ªas de vida a causa de un c¨¢ncer incurable. Y en ese mismo momento, el poeta comprende que todo lo que hasta entonces hab¨ªa escrito lo hab¨ªa escrito para ella, y decide no escribir m¨¢s. En los dos escasos a?os que le quedan de vida no volvi¨® a escribir una l¨ªnea, y cuando alguien le preguntaba cu¨¢l era su mejor obra, contestaba: "El arrepentimiento de mi obra".
"Pero", a?ade Tabucchi, como comentario personal suyo al libro de Vila-Matas, "existen tambi¨¦n falsos silencios", como, por ejemplo, los sostenidos por Wittgenstein, seg¨²n el cual no deber¨ªamos hablar de lo que no conocemos. "La literatura habla precisamente de aquello que no se conoce", dice Tabucchi, "de aquello que no existe y que empieza a existir en el momento preciso en el que viene escrito. Y por esa raz¨®n precisamente podemos elegir el silencio, pero no imponerlo a los dem¨¢s". No s¨¦ si Tabucchi se refiere, como me parece advertir, a su reciente pol¨¦mica con Umberto Eco que ha servido de punto de arranque para su pamphlet La gastritis de Plat¨®n. Pol¨¦mica que, como es bien sabido, nace de un intimidatorio art¨ªculo del conocido semi¨®logo italiano, titulado El primer deber de los intelectuales: permanecer callados cuando no sirven para nada. "En ciertas ocasiones", a?ade Tabucchi, "el silencio es m¨¢s importante que el logos, como nos lo ense?a la historia de S¨®crates. Pero este silencio debe ser una elecci¨®n del propio intelectual, no puede serle impuesto por otros, naturalmente".
Me viene a la cabeza el caso de Seferis y de otros escritores griegos que durante los primeros a?os del r¨¦gimen de los coroneles optaron por callar, y m¨¢s tarde decidieron hablar. Tanto su silencio como sus palabras resultaron temibles en cualquier caso para el r¨¦gimen fascista griego.
Nuestra discusi¨®n est¨¢ llegando a su fin. Hojeando las p¨¢ginas de Vila-Matas, Tabucchi sigue evocando a otros escritores, como Rimbaud, Melville, Borges. "?No resulta casi blasfemo", pregunto yo, "que Rimbaud dijera adi¨®s a la poes¨ªa y se fuera a Abisinia?". Tabucchi reflexiona. "?Qui¨¦n sabe?", dice, "tal vez nos haya ahorrado un mont¨®n de feas poes¨ªas que habr¨ªan podido destruir su obra precedente". Y despu¨¦s contin¨²a: "Tal vez el problema se plantee hoy en otros t¨¦rminos: dicen que estamos envueltos por una red global, una red de la que no se puede escapar. Pero las redes est¨¢n hechas tambi¨¦n de agujeros. Quiz¨¢ alguno de nosotros est¨¢ buscando los agujeros, con el silencio o con las palabras oportunas en el momento justo".
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